martes, 30 de octubre de 2007

miércoles, 24 de octubre de 2007

Piaget

Jean Piaget (Neuchâtel, Suiza, 1896-Ginebra, 1980)

Lo considero el más admirable investigador de las ciencias sociales y de la epistemología científica del siglo XX.

Por varias razones:

· Por su capacidad de investigar no solo de manera fuertemente empírica sino también de realizar de manera original investigaciones experimentales en la epistemología de las ciencias;

· Por sus investigaciones acerca de la función de los modos evolutivos del conocimiento en el proceso de adaptación y evolución de los seres vivos;

· Por su esfuerzo de investigar las correspondencias entre el desarrollo biológico y de la psico y sociogénesis de la acción humana;

· Por sus investigaciones experimentales de base que permitieron avanzar en el esclarecimiento, ratificación y actualización de los presupuestos epistemológicos y sociales de las investigaciones realizadas por Karl Marx, durante el siglo XIX.

· Por su capacidad en mantener la continuidad y permanente integración del resultado de sus investigaciones a lo largo de más de sesenta años (1918/80);

· Por su determinación de crear en 1955 el Centro Internacional de Epistemología Genética, en el cual compartió con investigadores de los más diversos campos de las ciencias sus trabajos acerca de la epistemología científica. Por su determinación de organizar y difundir el resultado de sus esfuerzos, publicados en los Catálogos anuales por la Fundación Jean Piaget.

Estas son, en apretada síntesis, las razones de mi admiración por la labor científica de Jean Piaget.

Juan Carlos Marín
Octubre 2007

viernes, 14 de septiembre de 2007

PRESENTACIÓN A LA NUEVA EDICIÓN DEL 2007 DE "LOS HECHOS ARMADOS"

 
La historia siempre nos alcanza.

 

Esta es una nueva edición de un libro construido hace treinta años, los hechos de los cuales se reflexiona siguen operando aún hoy (2007). Desde entonces, esos hechos, se fueron prolongando de muy diversas formas y transfigurados en sus personificaciones, se han ido reinstalando en la vida política, social y cultural del país. Muchos son los que intentan evadirse y no ser alcanzados por el conocimiento de una historia de lo que aún consideran para ellos una amenaza. Es verdad que las condiciones actuales no son las mismas en que comenzaron a constituirse los procesos políticos y sociales de lo que hemos dado en llamar la acumulación original del genocidio (1973/76). Pero también es cierto que debiéramos tener presente –hoy día- el significado del lento pero sostenido y creciente proceso de confrontaciones que genera el actual malestar social (2007). Quizás, la historia que nos alcanza, sea un modo de advertirnos de la necesidad de indagar en analogías más que en semejanzas y agradecerle a la historia que siempre nos alcance pues nos obliga a recordar.                      

 

La guerra

Cuando en el inicio de 1974 expresaba y advertía mi convicción acerca de que ya estábamos viviendo una situación de guerra, la reacción que recibía era totalmente negativa. Aún hoy me es muy difícil compartir mi imagen –de guerra- acerca de ese período y también de su prolongación ascendente a partir del inicio de la dictadura cívico militar después de marzo de 1976.

Durante todo ese largo período, de 1973 a 1983, presentía que había algo que obstaculizaba reconocer de la realidad, lo que para mí ya era –en 1974- una certidumbre y convicción. Al mismo tiempo, vivía con urgencia la necesidad imprescindible de hacer algo para que se comprendiera el carácter real de la situación, dada la indefensión que –según mi criterio- otorgaba ignorar lo que ya nos estaba ocurriendo y amenazando durante 1973/74. Realmente me resultaba difícil pensar las razones que a muchos les impedía ver y entender  lo que estaba sucediendo. No alcanzaba aún a comprender cuáles eran los obstáculos que nos distanciaban acerca de lo que para mí ya era una realidad cotidiana posible de ser observada. En apariencia, vivíamos la misma realidad pero no veíamos en ella ni le atribuíamos el mismo carácter. En esos momentos, no me era sencillo entender cuál era el proceso que obstaculizaba, a los otros y a los propios, ver la realidad de la guerra que vivíamos. Poco a poco fui presintiendo, más que comprendiendo, que quizás se trataría de la existencia de lo que Bachelard llamaba un obstáculo epistemológico. Inicialmente pensé que lo dominante de la incapacidad de percibir y reconocer las condiciones de guerra en que vivíamos dependía sobremanera de la falta de una observación detenida y sistemática, de los hechos que la realizaban. El prólogo que escribí en julio de 1979, refleja explícitamente esta posición, y lo hace describiendo las condiciones en que se instalaron las tareas de investigación que consideraba podía ayudar a destrabar lo que obstaculizaba la comprensión del carácter de la guerra que vivíamos. En mis palabras de esos momentos, "El análisis de los hechos armados –desde nuestra perspectiva- se imponía como una tarea preliminar a cualquier reflexión política sobre la inmediatez histórica de Argentina. ¡El clima que se respiraba en relación a los procesos armados era de una magia y esoterismo inimaginables!". Con referencia a las tareas de observación, registro y análisis de los hechos armados surgió el título del libro en una primera publicación (1978), era indicativo del sentido que le otorgaba al esfuerzo de investigación de nuestro trabajo, "Los hechos armados", un ejercicio posible. Con cierta dosis de ingenuidad pensé que el ejercicio de investigación realizado ayudaría a comprender cuál era el carácter de las luchas durante el período del gobierno peronista (desde mayo de 1973 a marzo de 1976). 

En la Introducción al  libro, también hacíamos referencia al modo discursivo en que el enemigo describía las luchas de ese período, "El enemigo intenta sacramentalizar el acto y para ello propone la inversión más grotesca de los personajes. La" vida" está representada por los que monopolizan los instrumentos del aniquilamiento: las fuerzas armadas;" la muerte" por los hambreados de vida: los desposeídos".Y a continuación señalábamos hacia dónde habíamos orientado nuestro análisis para desentrañar el significado real de esas luchas, "La violencia", los" hechos armados", encuentran en su personificación y en sus territorios un sentido que quiebra el fetichismo de una presentación demoníaca".

Con el análisis de los hechos armados enfrentábamos el discurso de la guerra que instalaba el enemigo y lo hacíamos invirtiendo el clima sacerdotal que había creado el enemigo, decíamos, "Se trata de un exorcismo imprescindible si se desea rescatar un sentido que el enemigo ha logrado parcialmente –quizás a punto de lograrlo totalmente- encubrir bajo el ropaje de la "sin razón" de la lucha entre" la vida"  y" la muerte". Con nuestra investigación demostrábamos con claridad que "Desde mayo de 1973 hasta marzo de 1976, la muerte conquista unas 1600 vidas en argentina. ¿Quiénes eran estas vidas muertas? ¿Pertenecían al bando de la vida o de la muerte? ¿De qué manera se produce la conquista de la muerte sobre la vida? ¿Qué proceso específico se expresó ante los "espectadores" y los partidarios de la vida?". De esa manera considerábamos que habíamos avanzado en el análisis y comprensión del significado de las luchas armadas ocurridas durante el gobierno constitucional de Juan Domingo Perón y su sucesión en Isabel Martinez. Ellos habían subordinado sus acciones políticas a una determinación de aniquilamiento de la identidad social, política y bélica de lo que –junto a sus aliados- denominaron la "subversión". Una síntesis que articulaba el análisis del carácter militar de la política nos alertaba y advertía de la necesidad de caracterizar el nuevo período que se desencadenó a partir de marzo de 1976 como el inicio de una dictadura cívico militar, cuyas precondiciones tenían una muy larga historia de gestación. Tiempo después, como resultado del avance de nuestra investigación y por los procesos de aniquilación y desaparición que se acrecentaron cualitativamente a partir de marzo de 1976, denominaríamos al período de mayo del 73 a marzo del 76, como "las precondiciones del genocidio, su acumulación primaria".

Logré percibir que las condiciones de guerra en que vivíamos, durante ese período constitucional, dependía sobremanera de la atribución y sentido que le otorgáramos a los hechos con los cuales convivíamos con el conjunto de la población. Pensaba que, para la gran mayoría, el estruendo de la violencia que crecía se había vuelto tan normal que impedía tener presente el sentido de su diversidad y creciente generalización. A su vez, pensaba que la imagen irreal y fantasmal que le otorgaban a esa palabra, la guerra, les instalaba una irrealidad y les obstaculizaba para observar el desenvolvimiento real de las luchas.

¿Cuál era la irrealidad que impedía tomar conciencia del desenvolvimiento de la situación de  guerra que vivíamos?

La respuesta tenía su complejidad. Al hablar de guerra, al nombrar de esa manera a las condiciones de la realidad que –según mi criterio- nos rodeaba y modelaba, estábamos introduciendo –sin saberlo- un obstáculo que nos impediría compartir el conocimiento de la realidad dominante. Sin darnos cuenta, introducíamos e imponíamos con esa palabra, la imagen de la guerra que era dominante en la gran mayoría de las personas: la guerra pensada como la realidad de dos bandos militares confrontándose. Muchos años después comprendí que dependía del modo de su representación imaginaria de la guerra; era el modo en que imponían a la realidad la irrealidad de su representación imaginada de la guerra. Subordinaban el conocimiento y sentido que ellos le otorgaban a su propia identidad y determinación personal a la irrealidad de una imagen de la guerra esperada y deseada de participar en ella victoriosamente. 

El deseo y la ilusión de luchar se mantenían en una irrealidad en espera de la realidad de una guerra pensada e imaginada, pero aún no presente para ellos. Mientras tanto, en espera de la guerra que imaginaban llegaría, se pertrechaban, buscando el armamento que concebían como necesario para un futuro. Vivir en esos momentos, de esa manera, se constituyó, para la gran mayoría, en un desplazamiento imperceptible hacia una normalización doméstica y cotidiana en que la imaginación del deseo bélico y su irrealidad se compartían y se imponían incapacitándolos para reconocer en la observación de la realidad la guerra que ya estaba en marcha.

En realidad, lo que estaba sucediendo tenía una identidad de la cual era necesario dar cuenta con más claridad si queríamos ser comprendidos en nuestra percepción y convicción acerca de la guerra que estábamos viviendo. La violencia que se ejercía de infinitas maneras exigía hacer explícito cuál era el contexto que le otorgaba el sentido y  carácter de considerar a esas acciones como acciones de guerra.

Mucho más tarde comprendí que al menos tres procesos, obstaculizaron y contribuyeron a la inobservabilidad del carácter y sentido de las acciones de guerra de ese momento.

Hacía tiempo ya –mucho antes de mayo de 1973- que la lucha política al interior de las corporaciones, gremiales y políticas, se realizaban mediante confrontaciones armadas, se las consideraba natural de la intensidad que asumían las confrontaciones y en consecuencia hubo un proceso de acostumbramiento, de normalización de las mismas. Esa normalización ocultó el proceso incipiente pero crecientemente ascendente de enfrentamientos armados entre civiles. Era una guerra entre gran parte de los ciudadanos del territorio nacional. Era el modo en que civiles habían entrado en guerra y se disputaban lo que consideraban eran sus espacios en todo el orden social del territorio nacional. Abarcando e involucrando crecientemente el uso de toda la fuerza material y moral de los bandos civiles en pugna.

Otro fue el hecho, quizás más sustantivo, o al menos de mayor envergadura que confundió e incapacitó a muchos para comprender el desenvolvimiento de esa guerra entre civiles. Fue el compromiso pleno del gobierno de los tres poderes del orden institucional estatal a favor de uno de los bandos. El poder ejecutivo, el poder legislativo y el poder judicial le otorgaron al conjunto de las FFAA de la nación la legitimidad moral de estar a favor de uno de los bandos civiles en pugna; este hecho fue el que con más fuerza encubrió su carácter de guerra civil en marcha.

En realidad era necesario aclarar algo muy específico –y no nos habíamos dado cuenta de la necesidad de hacerlo- aclarar que se trataba de una guerra civil y no solo de una ¡guerra a secas!

Por último.

¿Dónde se incubó y se realizó la moral genocida? 

Fue en el conjunto de las diferentes fracciones sociales de las clases dominantes en donde se tomaron las decisiones de unificarse estratégicamente para enfrentar la disconformidad social del pueblo mediante una guerra civil. Es necesario abandonar la reiteración de la imagen indeterminada del "Estado terrorista" como responsable del genocidio, porque ello encubre la responsabilidad genocida que tuvo el bando capitalista de la sociedad civil argentina. Esa imagen fantasmal del estado terrorista confunde al resto del pueblo. Lo desarma en su capacidad y determinación de expresar su disconformidad social y de enfrentar a los responsables de recrear nuevamente las condiciones inhumanas que generan el actual malestar social.

Debemos tener presente hoy día la recuperación política de esa ciudadanía capitalista, y analizar los modos de su intervención activa en el proceso del renacimiento creciente de las condiciones que generan el malestar social del pueblo. Nuevamente, con el pretexto de enfrentar las nuevas formas de la inseguridad ciudadana se disponen a intervenir encubiertos en el ropaje de la búsqueda del orden social, mediante la defensa estratégica del bienestar de su identidad ciudadana. Nos convocan a mirar hacia el futuro… nos piden abandonar el pasado, no quieren que la historia los alcance.

 

Juan Carlos Marín

Buenos Aires, junio de 2007

 

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Inaguración del Centro de la Memoria y los Derechos Humanos

 

 

La memoria que necesitamos todos

 

Les agradezco a todos la decisión de hacerme presente aquí, iniciando las actividades de este Centro de Estudios de la Memoria y los Derechos Humanos.

 

Espero no defraudarlos.

 

Creo oportuno como piedra fundacional de este Centro, recordar a todos aquellos que lucharon antes, durante y después de los acontecimientos de setiembre de 1973. Aquellos que lo hicieron por lograr una creciente igualdad social en la conquista y defensa de una democracia para todos. Fueron muchos. Para nosotros, aún lo siguen siendo. Los tenemos presentes a todos, en la complejidad y la diversidad  de sus luchas. Deseamos compartirlos con todos los que de la necesidad de un conocimiento riguroso del pasado perfilan el arma de la crítica radical del presente.

 

Que nadie se equivoque, no es la nostalgia de nuestro pasado la que nos convoca, es nuestra disconformidad con el presente la que nos ha reunido aquí en la tarea de construir y hacer presente la memoria.

 

Necesitamos recordar para comprender y superar en el presente la aparente contradicción entre el ocaso de las ilusiones del pasado y la determinación de prolongar las luchas por lograr un presente más humano. Todos somos la resultante de nuestro pasado. Necesitamos comprender la raíz de nuestra diversidad y la determinación y legitimidad de nuestra disconformidad con el presente. La historia no se repite pero siempre nos alcanza en su resultante.

 

La construcción de un conocimiento del pasado no es una tarea sencilla. Mucho menos aún cuando se trata de un pasado tan cercano, que casi coincide con lo inmediato. Las experiencias personales fundadas en el dolor no son buenas consejeras. Pertenezco a una generación que tuvo que hacerse y construirse en medio de inhumanos y formidables exterminios y convivir con ellos. Costaba admitirlo pero así era: la brutalidad nos rodeaba y había que comprenderla pero también enfrentarla para superarla y seguir viviendo. Pero ahora, reconozco con humildad y debo decirlo, que si bien el recuerdo del dolor y el sufrimiento es dignificante no es la mejor forma del conocimiento con que debemos construir nuestra memoria. Porque una memoria solo personal, fundada sólo en el recuerdo del dolor y el sufrimiento no alcanza, no es suficiente ayuda para enfrentar el conocimiento de todo lo aberrante que hemos vivido. Tal vez incluso sea al contrario: es posible que ante la más mínima amenaza de retorno de una situación semejante, el recuerdo del dolor y la actualización de nuestros sufrimientos nos aterroricen y nos lleven a desear firmemente el olvido de todo ello, a intentar fugarnos de lo inmediato y, con ello, sin saberlo, ampliar nuestra indefensión ante la amenaza de una reiteración del horror.

 

Como ustedes saben, el recuerdo y la memoria dependen sobremanera del modo y del grado de nitidez de nuestro conocimiento actual acerca de esas experiencias.

 

En otras palabras, asimilamos los golpes y los acomodamos en función de lo que ya sabemos acerca de ellos: nos sorprende, sin duda, cuando se producen, pero de inmediato los incorporamos, a veces para tranquilizarnos, a veces, como ahora, para hacer algo respecto de ellos. En ese sentido, el conocimiento de las condiciones y modos constitutivos de masacres como por las por ustedes sufridas, no nos es inmediatamente dado, no es un producto, una resultante directa a partir de nuestra experiencia de esas situaciones. Ni aún en nombre de la experiencia vivida de aquellos que la padecieron de manera inmediata y directa y lograron sobrevivir a su brutalidad. Porque antes de la masacre, cuyo recuerdo y exigencia de justicia nos convoca aquí, vivimos y oímos de muchas otras... Es decir, las asimilamos y acomodamos –las normalizamos- a dichas experiencias en función de nuestros sistemas de construcción y asimilación de conocimientos acerca de ese tipo de procesos.

 

Me pregunto, en esos momentos dramáticos del pasado, ¿estábamos en condiciones de reconocer la amenaza que nos acechaba? ¿Nos habíamos preparado para ello?

 

¿Conocíamos y sabíamos reconocer las condiciones en que se generan esas masacres? ¿Estábamos alertados?

 

En verdad, podríamos comenzar a intentar responder a estos interrogantes instalándonos en lo que era, en esos momentos, nuestra historia más cercana y universalizada

 

¿Nos era tan lejano el genocidio sucedido en Europa en la llamada segunda guerra mundial? Y también las referencias a los exterminios sucedidos en Yakarta, cuyas palabras fueron escritas en las paredes de las calles de Santiago mucho antes de septiembre del 73. ¿No constituían una advertencia nítida y clara acerca de la masacre que nos amenazaba?

 

Acaso el proceso que en Alemania llevó finalmente al genocidio de judíos, ¿no había comenzado con el aniquilamiento previo de todos aquellos que luchaban por construir condiciones de vida más humanas e igualitarias para todos?

 

Una sociedad que se funda crecientemente en la injusticia social, ¿no es acaso el territorio natural de las luchas sociales y políticas por lograr condiciones humanas para todos?

 

Cuándo los que combaten por crear condiciones más humanas de vida, son aniquilados, ¿no se están creando acaso las condiciones de un próximo y generalizado exterminio de todos los que luchan por humanizar el orden social?

 

Si no registramos esos procesos, si ellos no se constituyen y se integran como conocimiento acerca de la génesis de las masacres y los genocidios, nos estamos desarmando; y con ello, preparamos nuestra impotencia para reconocer una, al menos, de las condiciones de la próxima masacre.

 

Vivir, convivir con y aceptar la injusticia social como una forma natural de vida es, tarde o temprano, crear las condiciones de una próxima catástrofe. Es una cuestión de responsabilidad. Por eso me atrevo a señalar que las masacres y los genocidios que se han producido en nuestros territorios y que residen en nuestra memoria también ocupan un espacio sustantivo en el complejo proceso social en el que se desenvuelven las luchas sociales libertarias.

 

No constituyen necesariamente un efecto buscado por quienes ejercen y prolongan esas luchas libertarias. Pero así lo suelen entender quienes en nombre de la defensa del orden y de la obediencia debida combaten a esas luchas; ellos asumen el exterminio como el instrumento finalmente categórico del combate.

 

Es en esa cultura genocida y en las condiciones sociales que la reproducen y buscan ampliarlas, en dónde debemos concentrar nuestra capacidad de observación y reflexión para orientar nuestra capacidad de investigar y conocer la génesis de esos procesos y sus modos de desenvolvimiento.

 

Me solidarizo con ustedes en vuestro reclamo de construir un conocimiento fundante de una memoria que necesitamos para luchar hoy. Pero no quiero olvidar que la precondición de esa lucha por el conocimiento y la memoria, es nuestra más profunda solidaridad con la lucha de todos los desposeídos, estén donde estén. Una memoria activa nos exige no sólo reclamar justicia sino también saber más de todo esto... para no desarmarnos ante lo que no ha dejado de producir injusticias ni nos ha dejado de amenazar.

 

Quiero hacer presente y recordarles a todos, la declaración que nos hicieran los participantes del XXII Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología, realizada en Concepción/Chile en 1999,

 

 "los científicos sociales no pueden limitarse a la realización de un diagnóstico de sus sociedades, sin conocer y enfrentar las múltiples dimensiones en que se ejerce de manera inhumana y arbitraria el monopolio legal de la violencia en nuestro continente. Postulamos así la urgencia de colaborar en la construcción de un juicio moral que haga posible la ruptura con las formas de obediencia acrítica a la autoridad, haciendo observable y promoviendo la desobediencia debida a toda orden de inhumanidad."

 

Este orden social, este, en el que vivimos, construye todos los días y durante todas sus horas victimarios potenciales. Con o sin uniformes, eso no es lo sustantivo. Lo sustantivo, del ordenamiento social dominante, es el mandato moral que logra instalar en cada uno de nuestros cuerpos una moral de la obediencia anticipada a ejercer el castigo. Lo instala en un proceso social normativo en muy diversas escalas de la vida social, de manera constante y lo hace de modo tal que no es evidente para la gran mayoría: normaliza la moral de la obediencia y el castigo como instrumento central de la reproducción de su ordenamiento social.

 

Es una moral de la obediencia anticipada con que cuentan los poderes establecidos. Es, a su vez, una moral del ejercicio del castigo. Es una moral que actúa instantáneamente, no necesita reflexionar; ha sido construida con una sensibilidad de reflejos inmediatos, a obedecer y a castigar. Dos caras de una misma moneda de la normalización del autoritarismo social. Al mismo tiempo que construye la capacidad y la normalización del orden social, construye la capacidad de que todos sean gendarmes de ese orden social, con o sin uniformes.

 

Actúa inmediatamente ante todo indicio de resistencia humana a la inhumanidad de nuestro orden social. Es un operador exitoso, cuya historia es más que milenaria, permanentemente actualizada en el desenvolvimiento evolutivo de todas las formaciones sociales que hemos conocido y que aún se fundan en el monopolio del ejercicio de la fuerza material.

 

Debemos aprender a desarmar esa moral. Debemos conocer sus raíces y sus modos de irradiación en los cuerpos. Debemos estudiar e investigar de qué manera construir y difundir una moral de la desobediencia a toda orden de inhumanidad.

 

Para ello, es imprescindible reconocer que sabemos poco y necesitamos saber más acerca de esos procesos y del modo en que se intentaron resolver, en el pasado, las contradicciones del orden social. Comprender que no podemos convocar y acudir a una memoria que ha demostrado ser indefensa en su capacidad de reconocimiento anticipatorio del desencadenamiento de una complejidad social cuya resultante ha sido una tragedia.

 

Una memoria activa solo puede constituirse a partir de avanzar en la construcción de investigaciones que logren un conocimiento riguroso que nos ayuden a desentrañar cuáles fueron los procesos constitutivos que desencadenaron y originaron estas resultantes trágicas. Que también nos ayuden a comprender como operan hoy día sus efectos. Pues a nadie puede –ni debe- escapársele que, sin este conocimiento, corremos el riesgo de normalizar el pasado.

 

Lo que sucedió aquí en Chile, no puede ni debe ser subsumido con relación a lo que ocurrió en gran parte del territorio latinoamericano en esas décadas. Sería caer en el campo de las analogías falsas por supuestas y aparentes semejanzas. Es verdad que en todos los casos tuvimos en común a muchos de nuestros victimarios extranjeros y eso nos puede llevar al error de creer que sucedió lo uno y lo mismo en cada uno de nuestros territorios. Pero las fuerzas victimarias que operaron del campo internacional lo hicieron en nuestras historias y estructuras sociales muy diversas preexistentes en nuestros países.

 

Importante aclarar que no produjeron cuantitativa ni cualitativamente la misma identidad de victimas en cada uno de nuestros territorios ni la resultante de dichos procesos son comunes. Es imprescindible rescatar la identidad y la singularidad de cada uno de estos procesos vividos en el marco nacional pero que expresaron parte de un proceso internacional de enorme complejidad de mediados del siglo XX. Formaron parte del modo en que se resolvieron contradicciones inmanentes del proceso de crecimiento y expansión territorial de la formación social capitalista a escala mundial.

 

Solo es cierto, con certeza, que en todos los casos, el carácter capitalista de nuestras sociedades crecieron cualitativamente en la instalación de nuevos modos y nuevas formas de relaciones sociales dominantes a partir del dominio que otorgó la indefensión ciudadana que crearon. En la actualidad el costo de esas resoluciones de las contradicciones inmanentes aún las estamos pagando.

 

Espero que la decisión de todos ustedes de crear este Centro nos dé no solo la alegría de encontrarnos en tareas semejantes sino también la certidumbre de contar en breve con la fuerza de un conocimiento acerca de lo sucedido en Chile, con el cual puedan pertrecharse todos los que luchan hoy, por el ejercicio de una moral justiciera y libertaria de los derechos humanos.  

 

Deseo y espero que logremos avanzar de manera solidaria con la fuerza de la razón que nos une, en nuestra convicción, de que el uso de la violencia en cualquiera de sus formas es inhumana para quien la recibe e irreversiblemente destructiva de la humanidad de quien la ejerce. Que quienes trabajen en esta empresa de la Memoria y los Derechos humanos puedan instalar con claridad la importancia de no caer en la trampa de la espiral de la guerra. Ayudar a que se comprenda que el uso de la fuerza moral es -en realidad- la única forma de acción que tiene la capacidad de transformar la inhumanidad de las condiciones materiales y sociales. Que se comprenda que la capacidad de construir esa fuerza moral se funda en la radicalidad posible de avanzar en la construcción del conocimiento de las condiciones que reproducen incesantemente a esta inhumanidad. Que el uso reflexivo -colectivamente realizado- de ese conocimiento es el que genera la posibilidad de encontrar las acciones con capacidad estratégica de construir y usar la fuerza material de una moral capaz de colaborar incesantemente en la humanización de nuestra especie.

 

Por último, quiero terminar, recordando a dos grandes luchadores en la historia de nuestra humanidad, en primer lugar, recordando con sus palabras a quién nos anticipó y advirtió acerca de la fuerza material de esta dimensión moral de la realidad social que nunca debiéramos olvidar,

 

"Cierto es que el arma de la crítica no puede suplir a la crítica de las armas, que el poder material tiene que ser derrotado por el poder material, pero también la teoría se convierte en poder material cuando prende en las masas. Y la teoría puede prender en las masas a condición de que argumente y demuestre ad hominen, para lo cual tiene que hacerse una crítica radical. Ser radical es atacar el problema por la raíz. Y la raíz, para el hombre, es el hombre mismo."(Marx, K, 1834/44).

Y ahora sí, finalmente y para evitar malentendidos acerca de mis determinaciones y convicciones que espero poder compartir con ustedes, decirles y hacerles presente las palabras –que también hago mías- de un gran luchador como lo fue Mahatma Gandhi,  quien siempre luchó con la fuerza de sus razones y la fuerza de esas razones en la presencia de las masas, nos dijo Gandhi,


"No tengo ningún reparo en decir que, cuando sólo es posible elegir entre la cobardía y la violencia, hay que decidirse por la solución violenta (...) Preferiría mil veces correr el peligro de recurrir a la violencia antes que ver cómo castran a una raza" (MKG)

Espero no haberlos defraudado, gracias,

 

Juan Carlos Marín

Santiago de Chile

Septiembre 11 de 2007

XXVI Congreso ALAS, Guadalajara, México




miércoles, 15 de agosto de 2007

TERRENO PANTANOSO

UniversidadMartes, 14 de Agosto de 2007

Terreno pantanoso

Por Juan Carlos Marin *

Reducir y restringir la mirada de lo sucedido en la última reunión de la asamblea universitaria a la imagen del "desorden y el caos del ejercicio de la violencia" es negarse a comprender y reconocer el carácter de un síntoma, que va encontrando el modo de hacerse presente, como la resultante final de un proceso. Son sus causas las que necesariamente hay que señalar y enfrentar con la reflexión y no con la violencia del encubrimiento, que lo único que logra es incrementar la violencia en que se expresan algunos de sus síntomas. Qué duda cabe de que el país vive un período de reestructuración y refundación del orden político social, atravesando de modos muy diversos todos sus espacios. No es poniendo cercos ni encontrando chivos expiatorios que se van a resolver los diferentes procesos que los expresan. Buscar ciegamente retomar una gobernabilidad manteniendo el encubrimiento y la exclusión real de los que padecen y enfrentan lo indeseable es expandir y agigantar el descontento. La crisis de la universidad no podrá resolverse a partir de instrumentar a la última y más perversa resultante de dicha crisis: la actual asamblea universitaria. Ella se ha convertido en un terreno pantanoso que cerca, asfixia y hace daño a todos por igual. En ese campo de enfrentamientos no hay lugar para victoriosos de ninguno de los bandos en pugna. Es deseable superarla, romper ese encierro y buscar el modo de reinstalarse en el conjunto de la sociedad, ampliando los tiempos y los espacios, aun a riesgo de hacer presente y compartir más problemas; pero de los cuales ya no se puede prescindir, para la propia reflexión de la comunidad universitaria. Es aconsejable crear condiciones reales de una tregua para todos. En la situación actual todos los justos se tornan impotentes o caen en la trampa de ejercer la violencia en defensa de sus convicciones. Revertir el modo que ha adquirido la crisis es posible, pero para ello es necesario comenzar por liberarse de los encierros del formalismo normativo y de las iconografías políticas y en su lugar realizar el sentido que ellos –en el pasado– buscaron realizar. Todos deben reconocer que la inmensa mayoría de la comunidad universitaria carece –en lo inmediato– de modos reales de participar y colaborar en la resolución de la crisis. Crear las condiciones que permitan ejercer la libre voluntad de participación a todos los que constituyen el ámbito social de la comunidad universitaria puede constituirse en el territorio que permita no sólo un alto en las hostilidades, sino también el ejercicio de una tregua en la que todos se recuperen creativamente como modo de realizar de manera original y constructiva una autocrítica urgente y necesaria. De no cambiar y persistir en el error del encierro de todos, es conveniente recordarles que el uso de la violencia en cualquiera de sus formas es inhumana para quien la recibe e irreversiblemente destructiva de la humanidad de quien la ejerce.

* Profesor de Ciencias Sociales (UBA).

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viernes, 10 de agosto de 2007

La situación universitaria

Acerca de la situación crítica del gobierno de la Universidad

El pantano

[texto enviado para su publicación]

Reducir y restringir la mirada hacia lo sucedido en la última reunión de la asamblea universitaria a la imagen del "desorden y el caos del ejercicio de la violencia" es negarse a comprender y reconocer el carácter de un síntoma, que va encontrando el modo de hacerse presente, como la resultante final de un proceso. Son sus causas las que necesariamente hay que señalar y enfrentar con la reflexión y no con la violencia del encubrimiento, que lo único que logra es incrementar la violencia en que se expresan algunos de sus síntomas. Qué duda cabe, que el país vive un período de reestructuración y refundación del orden político social, atravesando de modos muy diversos todos sus espacios. No es poniendo cercos, ni encontrando chivos expiatorios, que se van a resolver los diferentes procesos que los expresan. Buscar ciegamente retomar una gobernabilidad manteniendo el encubrimiento y la exclusión real de los que padecen y enfrentan lo indeseable, es expandir y agigantar el descontento. La crisis de la universidad no podrá resolverse a partir de instrumentar a la última y más perversa resultante de dicha crisis: la actual asamblea universitaria. Ella, se ha convertido en un terreno pantanoso que cerca, asfixia y hace daño a todos por igual. En ese campo de enfrentamientos no hay lugar para victoriosos de ninguno de los bandos en pugna.

Es deseable superarla, romper ese encierro y buscar el modo de reinstalarse en el conjunto de la sociedad, ampliando los tiempos y los espacios, aún a riesgo de hacer presente y compartir más problemas; pero de los cuales ya no se puede prescindir no tenerlos en cuenta, para la propia reflexión de la comunidad universitaria.

Es aconsejable crear condiciones reales de una tregua para todos. En la situación actual todos los justos se tornan impotentes o caen en la trampa de ejercer la violencia en defensa de sus convicciones. Revertir el modo que ha adquirido la crisis es posible pero para ello es necesario comenzar por liberarse de los encierros del formalismo normativo y de las iconografías políticas y en su lugar realizar el sentido que ellos –en el pasado- buscaron realizar. Todos deben reconocer que la inmensa mayoría de la comunidad universitaria carece –en lo inmediato- de modos reales de participar y colaborar en la resolución de la crisis.

Crear las condiciones que permitan ejercer la libre voluntad de participación a todos los que constituyen el ámbito social de la comunidad universitaria puede constituirse en el territorio que permita no solo un alto en las hostilidades sino también el ejercicio de una tregua en la que todos se recuperen creativamente como modo de realizar de manera original y constructiva una autocrítica urgente y necesaria.

De no cambiar y persistir en el error del encierro de todos, es conveniente recordarles que el uso de la violencia en cualquiera de sus formas es inhumana para quien la recibe e irreversiblemente destructiva de la humanidad de quien la ejerce.

Juan Carlos Marín, agosto 2007

lunes, 6 de agosto de 2007

La lucha por la autonomía

(Artículo de Juan Carlos Marín publicado en Página/12 en la sección "El País", el lunes 06 de Agosto de 2007).


La gravedad de la situación que están viviendo casi todas las comunidades universitarias de carácter público/estatal exige un esfuerzo fundado en un conocimiento, racional y riguroso, acerca del origen y el desenvolvimiento de su crisis. Esto último no es excluyente de instalar también la diversidad de las opiniones presentes en la comunidad universitaria, pero ellas –las notas periodísticas y las opiniones– deben realizarse fundadas en el esfuerzo previo –o al menos compartido– de hacer presente la descripción objetiva de un proceso que en absoluto es ajeno a las razones y las formas del profundo y generalizado malestar social que aún hoy vivimos en nuestro país.

Las razones actuales –del malestar social en las universidades– tienen raíz en una historia que se nos hace presente de manera maniquea y confusa no sólo en sus interpretaciones sino también en las identidades reales que dicen expresarlas. Un ejemplo de confusión, no deseable, es la referencia a la legitimidad, o no, de la lucha permanente por la autonomía universitaria, sin aclarar cuál es y han sido los contenidos de dicha lucha. Ella solo es inteligible si se explica con claridad acerca de cuál es la heteronomía –de turno– de la cual esas luchas buscan liberarse.
La lucha de los universitarios por la autonomía, como expresión legítima de la lucha democrática, siempre lo ha sido en confrontación a heteronomías autoritarias y arbitrarias, de carácter totalitarias y corruptas. Y es importante aclarar que el modo y contenido de esas heteronomías no han estado reducidas sólo en el encierro de las universidades, sino que –por el contrario– han sido la expresión y la continuidad –en las universidades– del orden político social de las clases dominantes. ¿Cómo no hacer referencia a la arbitrariedad y corrupción que los dos partidos políticos tradicionales –el radicalismo y el peronismo– han ejercido y aún siguen ejerciendo mediante la monopolización del poder institucional de las universidades y de los organismos de planificación científica y técnica?

El malestar actual en la comunidad universitaria es muy intenso, la toma de conciencia acerca de sus modos y razones nos exige construir, compartir y hacer presente un conocimiento y un rigor que aún no está presente. Y es cierto que ayudaría a crear las condiciones mínimas necesarias para lograrlo colaborar todos en el ansiado proceso de producir una ruptura del monopolio expresado en la actual heteronomía que se ejerce en la dirección de las universidades, las cuales encubren y obstaculizan el conocimiento de los hechos que llevaron a la actual situación de crisis. Es tarea compleja, pero tarea de todos y no solo del conjunto de las comunidades universitarias.
Desde hoy, en la Universidad de Buenos Aires se realizará un nuevo esfuerzo para enfrentar su identidad estatutaria. Gran parte de los que participarán en dicho proceso lo harán a partir de la exclusión de una parte sustantiva de los integrantes de la comunidad universitaria. Lo saben. ¿Tendrán la determinación y el valor moral de corregir –previamente– esa exclusión? Es humanamente deseable y no sólo aconsejable, si es que realmente quieren enfrentar y compartir una salida de la crisis.

* Profesor de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).

martes, 31 de julio de 2007

Una lucha democrática

[artículo enviado para su publicación]

 

La permanente lucha por la autonomía

 

La gravedad de la situación que están viviendo casi todas las comunidades universitarias de carácter pública/estatales exige un esfuerzo fundado en un conocimiento, racional y riguroso, acerca del origen y el desenvolvimiento de su crisis. Esto último no es excluyente de instalar también la diversidad de las opiniones presentes en la comunidad universitaria, pero ellas -las notas periodísticas y las opiniones- deben realizarse fundadas en el esfuerzo previo -o al menos compartido- de hacer presente la descripción objetiva de un proceso que en absoluto es ajeno a las razones y las formas del profundo y generalizado malestar social que aún hoy vivimos en nuestro país.

Las razones actuales -del malestar social en las universidades- tienen raíz en una historia que se nos hace presente de manera maniquea y confusa no solo en sus interpretaciones sino también en las identidades reales que dicen expresarlas.

Un ejemplo de confusión, no deseable, es la referencia a la legitimidad, o no, de la lucha permanente por la autonomía universitaria, sin aclarar cuál es y han sido los contenidos de dicha lucha. Ella solo es inteligible si se explica con claridad acerca de cuál es la heteronomía -de turno- de la cual esas luchas buscan liberarse.

La lucha de los universitarios por la autonomía, como expresión legítima de la lucha democrática, siempre lo ha sido en confrontación a heteronomías autoritarias y arbitrarias, de carácter totalitarias y corruptas. Y es importante aclarar que el modo y contenido, de esas heteronomías, no han estado reducidas solo en el encierro de las universidades sino que -por el contrario- han sido la expresión y la continuidad –en las universidades- del orden político social de las clases dominantes. ¿Cómo no hacer referencia a la arbitrariedad y corrupción que los dos partidos políticos tradicionales -el radicalismo y el peronismo- han ejercido y aún lo siguen ejerciendo mediante la monopolización del poder institucional de las universidades y de los organismos de planificación científica y técnica?

El malestar actual en la comunidad universitaria es muy intenso, la toma de conciencia acerca de sus modos y razones nos exige construir, compartir y hacer presente, un conocimiento y un rigor el cual aún no está presente. Y es cierto que ayudaría a crear las condiciones mínimas necesarias para lograrlo, colaborar todos en el ansiado proceso de producir una ruptura del monopolio expresado en la actual heteronomía que se ejerce en la dirección de las universidades, las cuales encubren y obstaculizan el conocimiento de los hechos que llevaron a la actual situación de crisis. Es tarea compleja, pero tarea de todos y no solo del conjunto de las comunidades universitarias.

En breve, en la Universidad de Buenos Aires, se realizará un nuevo esfuerzo para enfrentar su identidad estatutaria. Gran parte de lo que participarán, en dicho proceso, lo harán a partir de la exclusión de una parte sustantiva de los integrantes de la comunidad universitaria. Lo saben.

¿Tendrán la determinación y el valor moral de corregir –previamente- esa exclusión? Es humanamente deseable y no solo aconsejable si es que realmente quieren enfrentar y compartir salir de la crisis.    

 

Juan Carlos Marín, julio de 2007

Acerca de la autonomía

Acabo de leer una nota en Pag. 12, acerca de la Universidad.
Realmente me dió mucha pena lo que allí se dice por la falta de rigor y
objetividad que ella expresa, acerca de los procesos que están viviendo en
el país casi todas las comunidades universitarias de carácter
pública/estatales. La gravedad de la situación exige un esfuerzo previo
fundado en la racionalidad y el rigor de lo que se intenta describir. Esto
último no es excluyente de instalar también la diversidad de las opiniones
presentes en la comunidad universitaria, pero ellas -las notas periodísticas
y las opiniones- deben realizarse fundadas en el esfuerzo previo -o al menos
compartido- de hacer presente una descripción de un proceso que en absoluto
es ajeno a las razones y las formas del profundo malestar social que aún hoy
vivimos en nuestro país.
Las razones actuales -del malestar social en las universidades- tienen raiz
en una historia que se nos hace presente de manera maniquea y confusa no
solo en sus interpretaciones sino también en las identidades reales que
dicen expresarlas.
Un ejemplo de confusión no deseable es la referencia a la lucha permanente
por la autonomía universitaria, sin aclarar cuál es y han sido los
contenidos de dicha lucha. Ella solo es inteligible si se explica con
claridad acerca de cuál es la heteronomía -de turno- de la cual se busca
autonomizarse. Siempre lo han sido de heteronomías autoritarias y
arbitrarias, de carácter totalitarias y corruptas, pero el modo y contenido
de las identidades de esas heteronomías no han estado reducidas solo en el
encierro de las universidades sino que -por el contrario- han sido la
expresión y la continuidad del orden político social de las clases
dominantes, en las universidades.
¿Cómo no hacer referencia a la arbitrariedad y corrupción que los dos
partidos políticos tradicionales -el radicalismo y el peronismo- han
ejercido y aún lo siguen ejerciendo mediante la monopolización del poder
institucional de las universidades y de los organismos de planificación
científica y técnica?
El malestar actual en la comunidad universitaria es muy intenso, la toma de
conciencia acerca de sus modos y razones nos exige construir un conocimiento
y un rigor del cual aún carecemos, pero es cierto que ayudaría a crear las
condiciones mínimas necesarias colaborar todos en el ansiado proceso de producir una ruptura del monopolio expresado en la actual heteronomía que ejerce la dirección de la
universidades. Tarea compleja pero tarea de todos y no solo de la comunidad
universitaria.

saludos, Juan Carlos Marín, julio 2007.

domingo, 29 de julio de 2007

Entre tinieblas

Entre tinieblas

Por Juan Forn Descubrí a Sven Lindqvist por error: tenía un par de horas en Buenos Aires antes del ómnibus de vuelta a Gesell y, en la única librería que quedaba abierta pasadas las diez de la noche, compré de apuro, casi sin mirarlo (porque amenazaban con cerrar y porque costaba doce pesos, un precio cada vez más difícil de encontrar en Buenos Aires por un libro decente) un ejemplar de Exterminad a todos los brutos, de Sven Lindqvist. Lo confundí con Sven Birkerts, estaba convencido de haber encontrado una continuación a Las elegías Gutenberg, sensacional ensayo de Birkerts sobre el acto de leer. Ingenuamente, en el título Exterminad a todos los brutos creí ver una continuación de esa elegía al mundo de la lectura y pensé, con igual ingenuidad, que ese libro me había estado esperando contra toda esperanza en aquella deprimente idea de librería que son los locales de la cadena Yenny en general, y el cadáver del Grand Splendid en particular.

Sven Lindqvist nació en Suecia en los años '30. En un intercambio estudiantil poco después de la Segunda Guerra conoció Manchester. En el viaje hasta allá (en tren primero, en barco después) había visto las ruinas de Dresde y Hamburgo. Cuando comentó inocentemente a la familia que lo hospedaba el estado en que había quedado la ciudad alemana por el bombardeo aliado, le contestaron: "Habrán sido los yanquis. Nosotros sólo bombardeamos las vías de ferrocarril y las fábricas. Y si haces más comentarios proalemanes, serás enviado de vuelta a tu país". Que no era Alemania sino Suecia, como ya ha sido dicho. En 1961 el joven Lindqvist se fue a China con el objetivo de escribir su tesis de doctorado en literaturas comparadas. En lugar de la tesis escribió un librito llamado El mito de Wu Tao-tzu, que comienza con una anécdota que les oyó contar a oficiales maoístas de una prisión en Pekín. La anécdota decía que, cuando encarcelaron al pintor Wu Tao-tzu, éste dedicó todos sus desvelos a pintar en la pared de su celda un tren. Cuando el tren estuvo terminado, Wu se subió a él y desapareció del mundo. El librito de Lindqvist proponía un itinerario inverso: ir del arte hacia el mundo. Y a eso se ha dedicado desde entonces.

En Exterminad a todos los brutos cuenta dos episodios de su infancia, antes de la guerra. Su abuela, la madre de su padre, vivía con ellos. La abuela olía mal y era cambalachera. Creyendo que el olor provenía de los cachivaches que acumulaba bajo su cama, la joven madre de Lindqvist hacía periódicas incursiones de expropiación a la habitación de la anciana. Lindqvist corría a sumergirse debajo de aquella cama y salvaba lo que podía de aquellas requisiciones, y después le devolvía el botín a su abuela. Salvo un libro llamado A la sombra de las palmeras, que la vieja le permitió conservar.

Los padres suecos tuvieron hasta 1966 derecho legal de azotar a sus hijos. Cuenta Lindqvist que, cuando se portaba mal, su madre lo llevaba al bosque cercano a elegir una rama de abedul, que ella probaba dando cortos latigazos en el aire. Volvían con ella hasta la casa (Lindqvist cargando la vara elegida y mirando empecinadamente al piso, esquivando toda mirada a su paso) y sobrevenía entonces la espera hasta que, con la noche, volvía el padre a casa. Informado por la madre de los sucesos del día, el padre entraba en la habitación, preguntaba al hijo si era cierto lo que había oído y procedía a azotarlo. Según Lindqvist, al principio de cada castigo era evidente que el padre administraba el castigo a su pesar. Pero al cruzar cierto umbral, yo empezaba a oír, en la manera en que respiraba, que algo sucedía con él... Lo que Lindqvist sentía era la vergüenza del padre convirtiéndose en rabia, una rabia que lo llevaba a azotar con más fuerza de la que se proponía. "Lo que yo percibía", dice Lindqvist, "es que los seres humanos son poseídos por la enajenación cuando ejercen la violencia. La violencia los arrastra, los transforma y los vuelve irreconocibles hasta para sí mismos".

El libro A la sombra de las palmeras, que el niño Lindqvist leía a escondidas en su habitación, también hablaba de latigazos. Escrito por el sacerdote Edward Sjöblom, contaba sus experiencias como misionero en el Congo, entre ellas el testimonio de unos oficiales suecos al servicio del rey Leopoldo de Bélgica que, al regresar a su país, presentaron un informe a la Sociedad de Antropología y Geografía donde relataban que el chicote, o látigo de piel de hipopótamo, era la herramienta principal en el trato con los nativos, porque "ellos no respetan ninguna cosa que no sea la fuerza bruta". Un teniente Gleerup confiesa muy suelto de cuerpo que azotaba a sus changadores hasta caer vencido por la fiebre y que los mismos azotados cuidaban de él hasta que podía incorporarse de nuevo y hacer silbar el látigo otra vez. El comentario final de la Sociedad Sueca de Antropología y Geografía decía: "No debemos apresurarnos a juzgar duramente al joven estado del Congo. Los belgas han abierto el país al progreso y al comercio y nuestros oficiales, con fatigas y privaciones, han sabido dejar en buen sitio el prestigio sueco".

No sólo suecos trabajaban al servicio de Leopoldo de Bélgica en el comercio de goma y marfil. También lo hizo un capitán polaco de apellido Korzeniowski, más conocido por el seudónimo que adoptaría para escribir sus libros: Joseph Conrad. Siete años después de su experiencia en el Congo, ya retirado del mar e instalado en Inglaterra, Conrad escribió El corazón de las tinieblas. De allí proviene la cita "Exterminad a todos los brutos" (o "salvajes", según la traducción). La escribe el coronel Kurtz a mano, con pulso tembloroso y enajenado, al final del informe que eleva a la Compañía (es decir, a la Société Belge du Haut-Congo del rey Leopoldo) sobre el trato que debe darse a los nativos.

Conrad escribió El corazón de las tinieblas a lo largo de 1897. En ese año, Europa entera celebró el 60º aniversario de la reina Victoria, a quien se comparó con el rey persa Darío, con Alejandro Magno y el emperador romano Augusto. Fue también el año en que Leopoldo de Bélgica inauguró gran parte de los fastuosos edificios que convirtieron a Bruselas en un ridículo pastel de bodas, con las pingües ganancias que daban sus colonias africanas. Fue el mismo año que, en Alemania, se acuñó el concepto "espacio vital" o, más coloquialmente, "espacio para mover los codos", doctrina que sostenía que el obvio requisito que necesitaba la raza germana para asegurar su subsistencia era extenderse desde el Báltico hasta el Bósforo.

El filósofo más importante de ese tiempo, Herbert Spencer, uno de los grandes defensores de la pedagogía negra, sostenía que "todos los seres vivientes son obligados a progresar mediante el castigo", interpretando a su manera las teorías evolucionistas de Darwin. Lo mismo hacía el primer ministro de la reina Victoria, Lord Salisbury, cuando declaró famosamente en aquel año 1897 tan pleno de celebraciones: "El mundo puede ser dividido en naciones vivientes y naciones que desaparecen. Es natural que las naciones vivientes se vayan apropiando de los territorios de las que van sucumbiendo". No decía, por supuesto, que las "naciones murientes", en Africa y América y Asia y Australia, habían ido muriendo precisamente porque se les quitaron sus territorios y se diezmó su población, o se la convirtió en mano de obra esclava. La palabra genocidio no existía todavía, dice Lindqvist. "Pero el aire que respiraban todos los muchachos europeos de esa época (incluyendo a uno llamado Adolf Hitler, que por entonces tenía nueve años), estaba impregnado del convencimiento de que el imperialismo era un proceso biológico necesario, un proceso que, de acuerdo con las leyes de la naturaleza, lleva inevitablemente al aniquilamiento de las razas inferiores".

La orden del día era: "Dejad morir a aquellos a quienes las leyes del progreso se lo ordenan". O sencillamente "exterminadlos", como decía el Kurtz de Conrad. Lindqvist cuenta que, cuando Darwin escribe El origen del hombre en 1871, aún recuerda escandalizado "la brutalidad de la caza del hombre en la Argentina, en la guerra contra el indio" a la que asistió cuando estuvo en la Patagonia treinta y cinco años antes (y que recién en 1871 estaba logrando finalmente su objetivo, a las órdenes del general Roca). Darwin había escrito: "Todos están convencidos de que es una guerra justiciera porque se lucha contra los bárbaros. Los terrenos liberados se reparten entre los vencedores". En Mein Kampf, Hitler sostiene que, tal como Inglaterra se expandió por mar, sumando colonias, Alemania debe expandirse por tierra, sumando los territorios del Este. Hitler no empezó la guerra con la consigna de exterminar a los judíos sino con la de obtener más tierras de labranza para los ciudadanos alemanes. La doctrina del espacio vital apuntaba a que Alemania usase el poderío del más novedoso medio de producción (la industria) para apropiarse del más antiguo medio de producción: la tierra.

Cuando los primeros barcos a vapor se hicieron a la mar y sirvieron para llevar novedoso armamento a los confines del mundo, Europa interpretó esa superioridad técnica como una superioridad biológica. En aquel infausto año de 1897, se inventó en una fábrica de Calcuta la bala dum-dum. El uso de ese proyectil fue prohibido entre estados civilizados: sólo se permitía su uso para la caza mayor y las guerras coloniales (porque "los salvajes" a veces seguían vivos después de haber sido alcanzados por cuatro o cinco proyectiles comunes). Ese mismo año de 1897, Conrad les escribe a sus amigos H. G. Wells y R. Cunnighame Graham: "El honor, la justicia, la compasión, la libertad son ideas que no tienen creyentes verdaderos. Existen tan sólo hombres que, sin saber entender o sentir, se embriagan con palabras, las repiten a gritos, se imaginan que creen en ellas, sin creer en otra cosa que en el lucro, las ventajas personales y la vanidad".

Sven Lindqvist tiene una manera magistral de contar episodios aparentemente diversos. Lo que hace en Exterminad a todos los brutos es ir hilando, en una sucesión de hipnóticos relatos, los elementos históricos que tenían los contemporáneos de Conrad frente a sus ojos cuando éste escribió El corazón de las tinieblas. Simplemente busca las noticias que salían en los diarios y revistas de la época: lo que declaraban los políticos y los reportes que hacían a sus superiores quienes volvían de sus misiones en los confines del mundo. Lo que se enseñaba en las escuelas y lo que se practicaba en las casas y se conversaba en la mesa. De tanto en tanto hace una brevísima extrapolación en los años posteriores, pero inmediatamente vuelve a aquellos episodios, ambientados en las civilizadas capitales europeas y en las lejanas selvas, islas y desiertos donde las razas inferiores asistían al advenimiento del progreso que las aplastaría a su paso. La sucesión de esos relatos despierta en el lector una tenebrosa, electrizante fascinación, semejante a la que ejercían en Lindqvist de niño aquellos relatos del misionero sueco sobre el Congo.

"Tú ya sabes lo suficiente. Yo también lo sé. No es conocimiento lo que nos falta. Lo que nos falta es el coraje para darnos cuenta de lo que ya sabemos y sacar conclusiones", es la formidable frase con que Lindqvist inicia su libro. Doscientas once páginas después, luego de decirnos que, cuando lo que había sucedido en el corazón de las tinieblas se repitió en el corazón de Europa, nadie quiso reconocer lo que todos sabían (en referencia al colonialismo como influencia y antecedente directo de la doctrina nazi), señala la terrible ironía de que, un par de decenios después de aquella guerra iniciada por Hitler para conseguir más tierras de labranza, los estados europeos empezaron a pagar a sus campesinos para que dejasen de trabajar el campo.

Dije al principio de esta nota que pagué doce pesos por mi ejemplar de Exterminad a todos los brutos. Hay una edición cara, europea (Siruela) del libro de Lindqvist. Pero en nuestro país lo editó la Oficina de Publicaciones del Ciclo Básico Común de la Universidad de Buenos Aires. Hay en nuestra bendita universidad pública argentina un profesor llamado Carlos Enrique Berbeglia, que puso a disposición de todos los pibes que entran al CBC este libro ejemplar. Fue por influjo de un periodista y docente patagónico de ascendencia nórdica, llamado Carlos Kristensen, que se publicó el libro. El propio Kristensen, que había sufrido persecución y cárcel durante la dictadura militar, se encargó de traducirlo. Pero no llegó a verlo impreso: murió el 19 de marzo de 1996, poco antes de que su traducción entrara a imprenta. Todos los que creemos que los libros conservan aún el poder de incidir sobre la realidad deberíamos agradecerle su labor, allí donde esté. Y todos aquellos que creen que los libros han perdido ese poder deberían escuchar con atención estas palabras de Sven Lindqvist: "En todo el mundo existe un conocimiento, reprimido profundamente, que si se convirtiese en consciente haría estallar nuestra concepción del mundo y nos obligaría a dudar de nosotros mismos. En todo ese mundo sigue representándose el corazón de las tinieblas".

Hay sólo otro libro de Sven Lindqvist (de la decena que escribió) traducido al castellano: se llama Una historia de los bombardeos, fue editado en México por Turner-Fondo de Cultura y puede leerse como una continuación de Exterminad a todos los brutos. Y una pequeña editorial de Zaragoza llamada Basarai anuncia para este año la publicación de El mito de Wu Tao-tzu. Lindqvist tiene hoy 75 años, es uno de los escritores más respetados de Suecia y sigue escribiendo para el diario independiente Dagens Nyheter.© 2000-2007 República Argentina

sábado, 28 de julio de 2007

La moral es una lógica de la acción

¡Margaritas por la noticia!

La construcción de la burguesía, como identidad social original, comenzó a gestarse alrededor del año mil de la larga historia de la evolución de las formas sociales de la especie humana. Cinco siglos después, la burguesía continuó su ascenso evolutivo hacia una identidad social más compleja y fue transformándose en una capitalista. En lo que Marx llamaría, un atesorador racional.

A partir del siglo XV, esa fluida identidad social comenzaría de manera creciente a generalizar su capacidad de cambiar el conjunto de los órdenes sociales hasta lograr dar origen y desencadenar la construcción de una nueva formación social, el capitalismo.

Es decir, comenzó a surgir una forma social original, capaz de generalizarse apropiándose de manera permanente y creciente las condiciones sociales y materiales de vida de los poblamientos para concentrarlas en un complejo ordenamiento de un nuevo proceso evolutivo de las formas sociales de producción material y humana.

Cada vez hay más conocimiento acerca del cómo sucedieron los procesos sociales de estos últimos mil años. Cada vez más podemos comprender más el proceso que nos ha construido a usted y a mí; y comprender por qué podemos ser y actuar de manera tan diferente, cuando así lo hacemos, a pesar de que pertenecemos a la misma especie biológica y formación social.

Pero, también es cierto que en mi afirmación anterior hay una pequeña pero sustantiva falacia. Cuando afirmo podemos comprender estoy introduciendo una afirmación que la realidad me advierte que ella es insostenible e irrealizable en la inmensa mayoría de la especie humana. El acceso a las formas de conocimiento, que hace posible saber de esos procesos, está material y socialmente restringido. Al igual que el acceso humano a las proteínas y al resto de las condiciones de vida está diferenciado y restringido en esta nueva formación social. La alimentación, en cualquiera de sus formas, es un privilegio determinado por la fuerza material de la moral de los capitalistas, cualesquiera sea la diversidad de su origen histórico social, la lógica de su acción es y seguirá siendo la de un atesorador racional.

Juan Carlos Marín, julio 2007.

martes, 3 de julio de 2007

Octubre ¿la ilusión o la esperanza?

Artículo publicado en Página/12, el día miércoles 04 de julio de 2007

Quienes están afligidos por el triunfo de PRO deben reconocer que quizás por una imagen irreal de Argentina y de lo que ellos son, sumado a la fuerza de sus deseos, construyeron una ilusión. En verdad, los ilusionados afligidos, son y quizás seguirán siéndolo durante mucho más tiempo de lo deseado por ellos, una minoría electoral en la capital... y también en el resto del país. Con un problema adicional, el de ser una minoría socialmente diversa y politicamente dividida.

Pero es cierto que con solo la referencia al deseo y a las imágenes de irrealidad no alcanzaríamos a comprender y explicar el origen de la ilusión y el riesgo de caer en la desilusión. Recordemos que llegar y salir de la crisis de diciembre del 2001 implicó a los argentinos devorar con rapidez y avidez gran parte del poder acumulado de las dos formaciones políticas que monopolizaron el estado del poder durante no menos de cien años. Alfonsín, Menem, De la Rua, Puerta, Rodriguez Saa, Duhalde, todos ellos, colaboraron eficientemente en enturbiar y vaciar viscosamente los contenidos y la identidad de esas dos formaciones políticas. Este proceso de caotización aún hoy sigue su marcha compartiéndolo simultáneamente con otro proceso social y político. A partir de la crisis del 2001, se desencadenó también un nuevo proceso. La tendencia creciente a la autonomización de la diversidad social y de las diferencias políticas. Creció legítimamente la expresión del malestar social. Cada quien, en su diversidad social y en la identidad de su deseo político, comenzó a avanzar con mayor grado de libertad hacia la realización de sus convicciones. El desorden que se inició –en el fin del 2001- preanunciaba en realidad el desencadenamiento de la búsqueda legítima de un nuevo ordenamiento. Y lo expresó de manera imprevista en su primer paso institucional, con una determinación electoral que otorgó finalmente el gobierno del Estado nacional a una representación política minoritaria... tal era el estado previo de caotización del que se intentaba salir. Casi todos le otorgaron, a esa minoría, la legitimidad y no solo el ejercicio de la legalidad!

El desafío había cambiado. Es que el modo que tomó el crecimiento del malestar social y el desarrollo de la crisis del 2001 asustó a muchos de los que -aún hoy- monopolizan las formas del poder legal e ilegal. Los sobrevivientes de ese monopolio y los promotores encubiertos de la crisis, comenzaron a asustarse a medida que fue creciendo la participación responsable con que el conjunto de la sociedad decidió asumirse para salir de la crisis. El germen de la dualidad posible del poder mostró su rostro virtual... la débil y frágil centralidad del poder lo permitió.

Es verdad que era irreal pensar que todos creían que "se irían todos" o que se atravesaba "una situación prerevolucionaria". Lo que sí fue cierto es que se instaló una compleja dualidad en las vecciones de las luchas políticas. La identidad social y cultural de la ciudadanía se desplazó del encierro de las historias políticas partidarias; y decidió distinguir y asumir diferenciadamente las realidades en que realizaba su lucha social y política. El malestar social se transformó en la disconformidad social activa. Larga y enormemente compleja y diferenciada sería la lista de ejemplificaciones emblemáticas de lo que actualmente sucede en todo el país como expresión de esta disconformidad en acción. En octubre se hará presente.

En estas condiciones, como resultante final, dos alternativas políticas se confrontarán en octubre. Los más simples de encasillar nominalmente, sería la oposición. Son los que hoy día están alineados con aquellos que están reducidos a su poder mafioso. Formada por todos los que buscan desesperadamente recuperar y reinstalar su gobernabilidad perdida en los diferentes órdenes jerárquicos del poder partidario y del gobierno nacional. ¡Qué duda cabe que Menem, Duhalde, Puerta, Rodriguez Saa son el peronismo real! ¡Qué duda cabe quién es Lavagna promovido por Alfonsín! ¡Qué duda cabe quién es Lopez Murphy promovido por Macri! ¡Qué duda cabe quién es la Carrió que espera que los peronistas "se maten entre todos ellos"... para llegar ella a tener alguna chance! Y podríamos seguir este espanto si continuáramos listando las alternativas de quiénes se presentan como oposición. Representan sin pudor, la mayoría de ellos, el intento de recuperar la gobernabilidad perdida a partir de la recuperación de las dos formaciones partidarias históricas que construyeron el desastre. No desean que el conocimiento de la historia los alcance.

¿A quiénes enfrentan en octubre esta oposición?

También aquí, nominalmente tenemos una palabra, a Kirchn@r.

Este es el dilema y también un interrogante abierto.

Para que se conviertan en alternativa a la oposición deben abandonar la irrealidad que conduce de la ilusión a la desilusión y, de allí, a cometer el error de cobijarse en lo que acababan de abandonar. Reconocer que quiénes luchan por humanizar su dignidad no son conspiradores sino que son indignados igual que ellos. Quizás reconocer esa realidad -que a veces les incomoda- les permita construir una esperanza para todos los que luchan por humanizar la vida de todos.

También ellos deben elegir, entre la ilusión y la esperanza.

Pero deben hacerlo mucho antes de octubre, para que la oposición tenga certeza de a quienes enfrenta y que su identidad real como oposición es aparentar y encubrirse en mayorías locales y en realidad ser una minoría nacional en búsqueda de su gobernabilidad perdida. Quizás así las aparentes minorías locales del pueblo puedan enfrentarse mostrando y ejerciendo su identidad y realizando su vocación: ser una mayoría nacional que muestra su determinación de no olvidar el pasado y no dejarlo retornar. Que son los que mayoritariamente sienten una profunda incomodidad y rechazo por la inhumanidad del orden social imperante.

Juan Carlos Marín
Junio 2007