jueves, 26 de abril de 2007

Entrevista a Lito Marín

Publicado en Sociología en Debate, Año 1, Nro. 1.

Viernes 2 de junio de 2006, 15hs.


Revista Sociología en Debate (RSD): ¿cómo viviste el proceso de fundación de la Carrera de Sociología?, ¿qué venía pasando en la Universidad y en el país en los años previos?

Marín (M): La experiencia fue vivida como una persona que ha formado parte del movimiento estudiantil durante todo el período del peronismo, de 1945 a 1955. Ustedes saben que era un movimiento estudiantil que, francamente, enfrentaba en todo el ámbito de la sociedad una enorme dosis de autoritarismo y, en algunas cosas de la vida puntual de la universidad, determinaciones muy totalitarias. El movimiento estudiantil tiene esta postura que no se la comprende sino se analiza plenamente cuál era la situación de la Argentina durante el desarrollo de la llamada “última guerra mundial” (1939/45). Este era un elemento bastante importante porque durante la última guerra mundial, lo que fue dominante en gran parte del campo capitalista era una lucha antifascista y contra el nazismo etc.; y esto de alguna manera u otra fue un momento que construyó la identidad política, cultural y moral de la gente que luchó durante la guerra y después. Ustedes saben que Argentina, en un principio, se mantuvo como un estado neutral y algunos meses antes de terminarse la guerra, cuando ya la suerte del bloque del eje de Alemania, Italia Japón estaba echada desfavorablemente, intervino y tomó postura por el bando de los “aliados”, lo cual, para la vida cultural de una persona nacida en la década del ‘30, había sido su formación en una lucha “anti”. Sobretodo una lucha de tipo anti-autoritaria: una lucha de tipo libertaria. Ahora, los contenidos ideológico-políticos de esta lucha de tipo libertaria podrían rubricarse en dos grandes grupos: aquellos que lucharon contra una de las formas alternativas del capitalismo como era el fascismo, el nazismo; y aquellos que además que luchar contra esa forma precisa que había asumido el capitalismo, tenían una postura anticapitalista. O sea, prácticamente, cuando termina la guerra la gente que había participado de la lucha antifascista o que había sido formado en una cultura de lucha antifascista enfrenta la siguiente situación: en 1943 hay un golpe militar en Argentina que estaba muy influido por una fracción bastante proclive al campo del nazi-fascismo, con lo cual la gente joven…, digamos, ya estaba en una postura bastante desfavorable al mismo. Y estrictamente hablando era un golpe militar. Perón nace de ese proceso. En esa dimensión, la gran mayoría de la gente que había tenido una postura antifascista tiene una postura por lo menos reticente, o francamente de confrontación al origen y desarrollo del peronismo. Es bueno atender a la postura que instalaba en la escuela pública el peronismo: la sacralización de la figura de un caudillo y de Eva Duarte; atender a lo que eran los intentos de provocación en la enseñanza media y, especialmente, lo que era su instalación en la universidad. Fundamentalmente, ésta estaba manejada por grupos clericales de la derecha o fascistas. Es más, en la universidad, particularmente en la Facultad de Filosofía y Letras, por ejemplo, las cátedras de antropología estaban e manos de italianos que eran fascistas salidos de Italia. O sea que no era que uno les atribuía un carácter y una determinación política adversa, sino que objetivamente eran gente no sólo formada sino que habían tenido un papel preponderante en la Italia fascista. La universidad era eso: un islote bastante sustantivo de la cultura nacional-socialista-fascista. Entonces, el movimiento estudiantil es un movimiento muy acostumbrado a luchar en la semiclandestinidad durante todo ese periodo, prácticamente 10 años; y además con cierta cultura de lo que era la lucha clandestina en la Europa ocupada por lo alemanes. Es así que los jóvenes tenían una gran experiencia en lo que eran las formas de esas luchas, clandestinidad y confrontación, incluso de carácter armado. Cuando el peronismo es derrotado militarmente en el ‘55, se cumplió una etapa bastante sustantiva para la mayoría del movimiento estudiantil. Es decir, poder tomar la universidad y darle un carácter de lo que era la vieja tradición histórica reformista nacida en 1918. Lo primero que hicimos fue tratar de instalar con la acción directa los principios del co-gobierno universitario. Incluso, el movimiento estudiantil planteó con claridad que debía ser tripartito e igualitario, cosa que obviamente no era tan fácil de lograr, a pesar de que el movimiento estudiantil tenía mucha importancia, no tanto por la cantidad de militantes, sino porque tenía para el conjunto de la sociedad una identidad político-moral muy trascendente. En ese sentido, las exigencias nuestras al nuevo poder militar que se estableció a partir de la derrota militar de Perón eran bastante oídas. O sea, el movimiento estudiantil podía hacerse cargo de lo que eran las determinaciones de la masa estudiantil con bastante coherencia y consistencia. De ahí que logramos un triunfo importante en la dirección política de la universidad, sobretodo en Buenos Aires, con la figura de José Luis Romero. Romero se hace cargo como rector-interventor de la universidad y, por supuesto, toda la experiencia que el movimiento estudiantil había adquirido en la lucha se intenta instalar en la universidad. Ahí se producen avances en la creación del departamento de extensión universitaria que, en ese momento, el sentido que tenía era objetivamente el que había originado la lucha de reforma universitaria mucho antes; o sea, una relación solidaria obrero-estudiantil, una universidad en la que la extensión universitaria no se dirigiera sólo a los universitarios, sino al conjunto de la sociedad y, en particular, a los sectores más pauperizados. Pero no tanto una misión didáctica-pedagógica. La imagen era tratar de meterse en los problemas que realmente enfrentaban los sectores más pauperizados, etc., y comprometer la tarea específica de la universidad en la resolución de esos problemas. Así como se crea extensión universitaria, se crea también en el campo de las ciencias sociales: abrir un espacio relativamente original, para lo que era la universidad en ese momento, como es la creación de la carrera de sociología, psicología y la creación de un campo para la historia social. Bueno, eso se logra. Pasa que al poco tiempo se abre un nuevo proceso constitucional, que aparece la figura de Arturo Frondizi, y la radicalidad de la lucha se hace mayor todavía. Y hago notar lo siguiente, el carácter que siempre va tomando el movimiento estudiantil depende sobremanera de cómo se profundizan o no las luchas políticas y sociales en la Argentina. A medida que se radicalizan las luchas político-sociales, van a ver ustedes que el movimiento estudiantil se radicaliza y las demandas cambian y tienen bastante relación con esa radicalización. Entonces, en cuanto a la pregunta de cómo vivimos nosotros ese proceso, lo vivimos con la determinación de crear una nueva universidad que fuera coherente, consistente con lo que había sido la larga y permanente lucha del movimiento estudiantil a partir de 1918. No se puede decir que la universidad que usurpaba la dictadura militar en 1943 había sido una universidad del reformismo, siempre con la complejidad y dificultad, con que incluso hoy en día ustedes pueden estar viviendo como estudiantes, dar a la dirección política-cultural de la universidad un carácter consecuente con ideas más radicales. La universidad que encontramos nosotros era una clerical, fascistoide, lo mejor que podía llegar a tener era el desarrollo de algunas profesiones. Y hubo una confrontación muy fuerte al interior de la universidad, porque muchos de estos grupos intentaban permanecer y el movimiento estudiantil en eso fue durísimo. Una dureza como la que no se tuvo en el ’83, y lo hago notar para ir buscando analogías que permitan comprender situaciones que tienen algo de semejanza con las de hoy en día. O sea, cuando en la caída del peronismo el movimiento estudiantil irrumpe en la universidad, el enfrentamiento real está en tratar de erradicar todo la presencia fascista, nazi en la universidad. Y eso fue bastante complejo.

(RSD): ¿en qué sentido realiza esa comparación con el ‘83?

M: Imagínense que en las primeras horas que uno se hace cargo de la universidad se hace cargo golpeando y confrontándose con todos aquellos que habían refrendado la represión a los intelectuales, de ahí en más, esa fue la relación con lo que había adentro de esa universidad fascistoide y mediocre. Hago la referencia por la complejidad que en el ‘83, ‘84 tuvo el intento de recuperación de la vida universitaria en la Argentina, donde ese elemento no se hizo presente: en términos objetivos, el movimiento estudiantil no se hizo cargo de excluir de la comunidad universitaria a quienes habían oficiado de cómplices de la dictadura. Entre ellos a quién había sido representante de Argentina en la UNESCO, Victor Masuh; quién encubrió el proceso genocida. Hubo una transacción en ese proceso que se pagó caro y se pagó caro históricamente, lo estamos pagando hoy en día. O sea, en el ‘83, ’84 lo que se instala es un acuerdo de encubrimiento entre los dos grandes partidos nacionales, el Peronismo y el Radicalismo, que involucraba, de una manera u otra, ciertos compromisos con lo que fue parte de la presencia de la dictadura. Sino, no se puede entender cómo quedaron defensores de la dictadura como profesores por muchos años, sin que nadie hiciera una objeción. Eso en el año ‘55, ‘56 era impensable. Lo vivimos, en el inicio, como una recuperación democrático-reformista, y cuando digo reformista es en relación a lo que era la raíz histórica objetiva del movimiento estudiantil, donde la radicalidad de su demanda tenía la carátula de reformismo del 1918. Ese era el espíritu, y entonces cada quién intentó construir lo que la experiencia militante le dictaba en ese momento. La gente que había tenido más compromiso en una militancia universitaria trató de crear un territorio, una disciplina científica donde el orden del conocimiento de lo social fuera enfrentado con rigor, con investigación, etc., y no con especulación o rápidas concepciones ideológicas. Había dos grupos: aquellos que nos planteábamos la lucha democrática, anti-autoritaria, libertaria desde una perspectiva anticapitalista, por lo cual cualquier reestructuración académica de cierto rigor era válida, pero insuficiente, y aquellos que no iban tan lejos. Esta doble condición que tenía tanto el movimiento estudiantil como el grupo de los mayores, o sea, de los que iban a surgir como profesores o graduados que se involucraban en la tarea de construir en el campo de las ciencias sociales desde una perspectiva científica; esta diferencia, en ese momento inicial no se nota. Lo que contaba en esos momentos era la determinación común de construir un campo de investigación científica y de docencia en el campo de las ciencias.
Si nos retrotraemos y recordamos lo sucedido en el ’83, después que cae la dictadura, hubo una tendencia a que muchos de los que colaboraron o tuvieron una complicidad encubierta con la dictadura se prorrogaron en la vida de la universidad. Muy bien, también es cierto que se incorpora gente nueva que de alguna manera u otra había luchado contra la dictadura, pero se produce una especie de golpe de mano rápido, de copamiento y monopolización de las decisiones de la reorganización de las universidades: se instala gente muy dispuesta a la transacción, que no actúa y dice “primero, afuera todo lo que fue complicidad con la dictadura”. Esta gente entró en la universidad a ocupar espacios, prácticamente como si nada hubiera pasado. La prueba está en que sociología estaba cerrada, y se abre al momento en que se enfrenta reglamentariamente a la gente que había tenido complicidad con la dictadura. No la franqueza y determinación que hubo en el cincuenta y tanto, ¿se entiende?, ¡Qué reglamentos ni que ocho cuartos! Este es un tema importantísimo. En el 83, 84, tanto el peronismo y el radicalismo orgánico de la pequeña burguesía ilustrada prolongan un acuerdo de monopolizar la gobernabilidad haciéndose cargo de la reestructuración de la universidad. Cuando la última dictadura militar da su golpe en marzo del ‘76 si ustedes analizan en manos de quienes mayoritariamente están todos los órdenes municipales, o sea, el aparato administrativo del estado, territorialmente, van a descubrir que la mayoría no son militares, son gente que viene del aparato del partido peronista o del partido radical. ¡Así de simple! Entonces, yo digo: “aquello –la transacción y el pacto de gobernabilidad- que ustedes pueden ver que sucedió –durante la dictadura- en el territorio de la administración política lo van a ver en la universidad”. Con lo cual, en la universidad si bien es cierto que, objetivamente, la mayoría de esta pequeña burguesía ilustrada del peronismo o del radicalismo no estaba a favor de la dictadura, también es cierto que la determinación de confrontarse con la dictadura era nula, prácticamente; y eso se notó. Son los que van monopolizando poco a poco todo el espacio de las decisiones de la dirección de la universidad. Esto último –la monopolización del gobierno de la universidad- se ha hecho evidente y explícito con más fuerza en este último episodio cuando estalla el comienzo de la actual crisis de la universidad. Y no es casual que haya estallado por la determinación del movimiento estudiantil. Un movimiento estudiantil que en su gran mayoría, sus militantes más activos, forman parte de partidos políticos de izquierda (a pesar de ser una izquierda terriblemente atomizada, puede hacer eso en la universidad aunque no logre lo mismo en otros frentes de lucha).
Ahora, para tener algunos términos relativos y tratar de captar cuál era el estado de ánimo del movimiento estudiantil en la década del ‘50, ‘60, les pongo un ejemplo más rápido: en el ’55, ‘56 no es solo el golpe militar y, además, guerra militar. Esto hay que aclararlo, es muy diferente cuando hay guerra a cuando hay un golpe de manos, como sucedió con el gobierno constitucional Frondizi, hasta el ’62. A propósito conviene recordar que antes de ser derrotado militarmente él anuló las elecciones del 62. En el ’62 las elecciones le dieron el triunfo electoral prácticamente, en todo el país, a un frente formado por el peronismo, el partido socialista y el partido comunista. Arturo Frondizi anuló esas elecciones, sobretodo por la Provincia de Buenos Aires… y a la semana los militares lo sacan a Frondizi. En el ‘63 se vuelve a llamar a elecciones pero se mantiene la proscripción política del peronismo y gana el radicalismo (del Pueblo), y dura hasta el ‘66 que da el golpe Onganía. Pero fíjense este detalle: después de la caída del peronismo (1955), el grupo que es nítidamente de una determinación más anticapitalista, en el movimiento estudiantil, lo primero que hace –al poco tiempo- es comenzar a oponerse a la proscripción política del peronismo: Lo cual parecía algo totalmente contradictorio, para todos aquellos que solo se habían planteado, como razón de su lucha, su carácter libertario anti autoritario. Entonces, parte del movimiento estudiantil vive –la lucha contra la proscripción política del peronismo- como al límite de la traición.

(RSD): ahí va viéndose esa especie de correlación que señalabas entre las luchas del movimiento estudiantil y las distintas coyunturas de la realidad política nacional, ¿no?

M: Claro. Ahí empiezan a notarse, entre otras cosas, las diferencias con una lucha democrática contra un totalitarismo que no necesariamente implicaba una lucha anticapitalista ¿se entiende? O sea, el grupo que es consecuentemente democrático en el movimiento estudiantil se opone a la proscripción política del peronismo. ¡Así de simple! Porque eso significaba proscribir el 60 o 70% del conjunto de los obreros de Argentina. Entonces, cuando la lucha político-social en el país comenzó a profundizarse, la gran mayoría del peronismo y en particular su fracciones obreras, empiezan a luchar contra su proscripción política. Y ahí hay toda una fracción del movimiento estudiantil que se pone a la par a pesar de no coincidir en la concepción política del peronismo, al cual lo consideran como una alternativa capitalista más.

(RSD): ¿y cómo convergen esas diferencias en la construcción del espacio de las ciencias sociales?

M: los primeros problemas que tenemos en la construcción del espacio de la ciencias sociales, los empezamos a tener en el ’61, ‘62, cuando una parte de los que han promovido el desarrollo, el desempeño científico-social en esa área empiezan a tener posturas que tienen que ver con el proceso político nacional. Se trata de una lucha política para romper con una proscripción política de masas, prácticamente. Hay un libro que salió hace un mes o dos, de Alberto Noe y dice casi anecdóticamente acerca de un enfrentamiento entre quien habla y Gino Germani, pero desgraciadamente no dice las razones puntuales del mismo, pero son muy graciosas. Lo que estábamos votando –en la reunión referida en el libro- es que todos los profesores votáramos, no sólo aquellos que habían hecho el concurso (aunque no se llamaba “concurso” igual que ahora). Estábamos demandando tener representación los profesores porque, claro, quién habla que ya era profesor, yo estaba representando como graduado, pero no lográbamos que todos los profesores interinos que eran prácticamente la mayoría, ya en ese momento, votaran. Bueno, pero, en realidad, si tengo que explicar este distanciamiento, digo que tiene un proceso estructural anterior, y era que este grupo de profesores de una manera u otra tenía unan idea de radicalización cultural-política en donde su determinación anticapitalista estaba en ciernes y elaborándose cada vez más. Tal es así que Germani dice, unos días después, “¿pero qué es lo que quieren ustedes?”, y le digo que tiene que haber otras orientaciones. Con Germani, además, teníamos un amistad, ¿no?. Imagínense, habíamos pasado años construyendo ese espacio, pero bueno, le digo que tiene que haber una orientación marxista. Ojo, no es que no estuvieran presentes los textos de Marx, ni las corrientes leninistas etc., pero bueno, “se trata de construir conocimiento desde esa perspectiva” le decía. Tal es así que ese grupo de profesores, que éramos seis, después de esta votación con Germani decidimos construir un centro de investigación paralelo a la universidad (lo que llegaría a ser más tarde el CICSO), pero no ajeno a la vida universitaria. No abandonándola, sino para tener una usina para poder trabajar en la universidad . Pero qué pasó, que se encubrió y deformó todo: que a los dos meses estuvo el golpe de Onganía. Y entonces todo el mundo estaba convencido de que nuestro centro de investigación se había desencadenado como consecuencia del golpe, y esto no era verdad .

(RSD): decías que una de la razones por las que tenían diferencias era el tema de las orientaciones, ¿Cuáles eran, en ese tiempo, las orientaciones dominantes?

M: era realmente una orientación científica rigurosa, de eso no hay duda, pero muy influida por las modas permanentes en el campo de las ciencias sociales a nivel internacional. Justamente, si algo tenía de bueno la formación de ese momento, es que era una formación cultural muy rica, pero de lo que teníamos más necesidad era de ver qué sería de eso de aplicar Marx a la aplicación científica, etc. O sea, les pongo un ejemplo de la situación: el único curso de Marx que había en la universidad cuando se produce el golpe de Onganía era el mío, que se llamaba “La división del trabajo en El Capital de Marx y en Max Weber”. (O sea que, en el momento del golpe de Onganía, yo hacía ese curso; y fue muy gracioso, ya que a pesar de que la dictadura militar de Onganía había triunfado, sin embargo durante un año se siguió tomando examen de ese curso. Nadie entendía cómo sucedía, y ese era el único curso en toda la universidad. Y no porque no hubiera gente de izquierda comprometida, etc). Les puede costar entender, pero en la década del ’60, fíjense, la guerra termina en el ’45 y recién en el ‘55 se puede decir que hay una reelaboración cultural a nivel mundial -sobretodo en Europa- en el plano ciencias sociales. Hay un lento proceso tanto en Europa como en América Latina de radicalización de las luchas políticas, etc., y entonces los temas que hacen a las luchas revolucionarias y democráticas empiezan a dictarse en la vida académica. Cada vez más en Europa como en América Latina, y yo diría que con cierta antelación en América Latina y ex post en Europa. Y de esto hay ejemplos, como el del ‘68 francés en relación a lo que había sido 1918 en la Argentina: un proceso que un país de América Latina había sufrido 50 años antes, en Europa recién en 1968. La cosa es que uno, que estudiaba ciencias sociales, a fines de la década del 50 ya empezaba a convivir con una cultura que en Europa empieza también a radicalizarse cada vez más, y ese reflejo de la cultura europea radicalizándose es el que uno quería empezar a instalar entre nosotros. Pero hay una cosa importante que aclarar: en ningún momento Germani inhibió la posibilidad de profesores radicalizados, etc. Lo que pasa es que nosotros pedíamos un plus. Personas radicalizadas que habían pasado por el Instituto, o carreras de sociología europeas las había habido. Claro, eran pasajes fugaces y débiles porque, por supuesto, la última guerra mundial mató muchísima gente en Europa, y mató en primer término a gente radicalizada de partidos de izquierda, etc., y eso se notó en Europa durante muchos años. Recién se puede decir que a partir del ‘55 en Europa empieza a reconstruirse una cultura, un poco influencia del Partido Comunista Italiano y del Partido Comunista Francés; que empieza a reconstruirse una presencia activa en la vida social y académica de las corrientes marxistas. Muchos de los textos con los que nos formamos en la década del ‘50 eran traducciones de textos de alemanes, y mucha de esa literatura prácticamente hoy ya no se consigue. De Lenin, empieza a imprimirse la colección de manera sistemática a partir del ‘57, ‘58. O sea, era conocido por un par de tomos, ni siquiera de las obras completas, sino aislados. Y este era un fenómeno mundial, no es que nos sucedió a nosotros como rezago cultural. No, al contrario, había más rezago cultural, en última instancia, en Europa que en Argentina y en Chile, incluso.

(RSD): y además de los dos grupos de los que usted nos habló, ¿había algún otro actor que en ese momento pueda considerarse importante dentro del espacio de las ciencias sociales?

M: Ahí no, la verdad. Tal es así que el último que había llegado con una personalidad de izquierda era Silvio Frondizi, y Silvio llega porque empieza a aparecer en el ‘64, ‘65 una fracción más de origen trotskista, multifacética, de muchas corrientes y son de los que empiezan a presionar y Germani dice que sí. Tal es así que empieza a dar clase Silvio Frondizi. Ese detalle de un Germani no anticomunista es importante. Alguien dice, entonces, “¿por qué usted se distancia de él?” Bueno, porque a Germani, digamos, lo obsesionaba la lucha antifascista fundamentalmente, y su enojo conmigo, más en las cosas políticas era por la decisión nuestra, en el ’62, de la lucha contra la proscripción política del peronismo, etc. Con mucho respeto, pero se notaba que entre nosotros se empezaba a producir un distanciamiento cada vez más duro.

(RSD): y las figuras como Roberto Carri, ya son posteriores, claro...

M: Así es, fijate que Roberto fue alumno mío en el seminario de La división del trabajo en Marx, específicamente, en El Capital. Tal es así que creo que es la última materia que hace Roberto Carri, ya su radicalización era en una especie no estrictamente dentro del peronismo, sino un nacionalismo de izquierda, lo que yo llamaría hoy en día la lucha por la “autonomía capitalista”. Cuando aparecen la cátedras nacionales no es que están transando desde la perspectiva desde la experiencia de cada quién de ellos, es gente que quiere luchar, pero están articulando una cosa nacional-popular, radicalizada en apariencia pero nacional-popular, como es el caso de Carri. Pero insisto que si no se entiende la barrida (la purga) anterior no se entiende por qué llegan. Porque es muy parecido al ’84, ’85. Cuando ustedes oyen cátedras nacionales pueden tener una imagen errada sino captan la historia de ese proceso, que tiene que ver con el modo cómo la pequeña burguesía ilustrada va constituyendo una corriente que a medida que se radicaliza se hace más nacionalista. Entonces se produce una gran confusión: una cosa es estar contra la proscripción política del movimiento de masas y otra cosa era hacer entrismo o identificarse en una mímesis con el peronismo. No, uno venía de una cultura política de origen en Marx, de las largas experiencias complejas y complicadas en el campo revolucionario: para nosotros era coherente estar contra la proscripción política de las masas, pero para algunas corrientes trotskistas no. No todos ellos eran entristas. No es fácil comprender –hoy día- este tipo de posturas de lo que eran las concepciones políticas dominantes en aquel momento.

(RSD): por otra parte, ¿se daba una discusión entre las cátedras nacionales y el “cientificismo”?

M: No era así, lo que se llamó el “cientificismo”, como tal, en ciencias sociales no existía. En donde existía era en facultades como ciencias exactas. Ahí lo que pasa es que, por adscripción al momento político, muchas fracciones de la izquierda radicalizada llamó “cientificismo” a todo el bloque que de alguna manera u otra conducía la universidad en todas las facultades, pero era una extensión poco correcta cuando se la instalaba en todo el campo de las ciencias sociales. Era correcta en términos relativos, cuando objetivamente uno presionaba para que en el campo de las culturas políticas tuviera más presencia una cultura radicalizada. Hay un artículo que escribí (“Pueblo y Ciencia” política de masas apareció en la prensa del Partido de la Vanguardia Popular) y que señala que cuando uno dice cientificismo, más que nada está pensando en el bloque que controlaba las determinaciones políticas educativas más importantes de la universidad; en una tendencia a hacer una práctica académica tremendamente divorciada de que era la realidad y el caos que estaba viviendo el país.

(RSD): entonces, en cuanto a la sociología en particular, ¿Germani es ubicable dentro de ese bloque cientificista sin más, o cuáles son los matices?

M: los matices son que Germani nunca se opuso a las investigaciones reales, cualquiera sea la orientación del que la hacía. Eso es central, o sea, la virtud que tenía es que a él le interesaba la investigación científica. De todos modos, siempre digo que hay que atender a los procesos y no etiquetar así nomás. Por ejemplo, si volvemos a lo sucedido luego de la última dictadura, yo digo que no sólo mata gente, sino que limpia espacios que después son cubiertos, supuestamente, en un proceso de euforia de democratización. Claro, nadie se pone a pensar quiénes son los que los cubren y dónde están los que no están muertitos y no llegan a tiempo, etc. Es muy complejo. La reconstrucción de sociología a partir del ’85, ’86 no se entiende bien si no se saben esas cosas. Nosotros logramos resguardar bastante el desarrollo de sociología a partir del ’86, ’87 en adelante, en este instituto [refiere al IIGG]. O sea, no lograron penetrar en Sociología y en este Instituto como lograron penetrar en toda la Facultad y en la Universidad. Pero no logramos, tampoco, dirigirla, lo único que pudimos fue resguardar este espacio, para que no cayera en la misma monopolización de poder que sucedía en el resto de la universidad. Y para lograr eso uno tiene articulaciones con otros grupos. Y si alguien dice, “¿qué logró todo eso?”, bueno, que estos espacios finalmente terminaron siendo espacios plurales. A veces, para preservar un espacio, la única manera que tenés es hacer la alianza posible para que no te sea usurpado y monopolizado. Es un precio que hay que pagar: postergaciones temporales, presupuestarias, de los propios programas, etc.

(RSD): entonces, considerando los procesos, ¿qué condiciones de proceso fundacional de la carrera puede visualizar en el presente?

M: la más importante es la que estaba planteando del movimiento estudiantil y de las gremiales de profesores. O sea, que no puede ser que una asamblea esté restringida a un proceso de cooptación, a un monopolio de poder que se ha ejercido desde el ’85 en adelante. Es de locos. Qué pasa, no son gente estúpida, tienen otros intereses, digamos, lo mismo que había antes plenamente desarrollado da un grupo pro-capitalista a full, y otro contestatario que en el fondo no es pro-capitalista. O sea, lo que uno veía de una forma muy poco desenvuelta treinta años antes, hoy uno lo ve como dos bloques. O sea, el dominio del bloque capitalista que intenta y que ha logrado bastante, porque no es casual que haya cuatro facultades de un lado y el resto del otro. Y las facultades que están por este lado son las tienen mucho más que ver con la creación del conocimiento, que con la profesionalización del conocimiento preexistente. O sea, no es un corte tan, tan arbitrario: de un lado está la gente que de alguna manera u otra lucha, incluso con distintas perspectivas, pero que hace una determinación de la investigación, de la creación del conocimiento original, etc. Es más, que hace una determinación del compromiso con la sociedad no de arriba hacia abajo sino, como diría un zapatista, de abajo y hacia la izquierda. Es una diferencia brutal.

(RSD): ¿y vos ves esa determinación en Sociología, hoy?

M: Sí, aunque nadie puede decir que la ve en la mayoría. Por eso les digo que esto lo preservamos pero pagamos un precio: yo no lo estoy dirigiendo, pero no porque no haya habido una alternativa de izquierda, sino porque si hubiéramos impuesto, ganado esa alternativa, esto se hubiera desinflado. Así de simple, una especie de CICSO abstracto, ¿entienden? O sea, se pagan precios. Tenés que pensar bien cuál es la fuerza capaz de no dejar entrar la derechización, aunque pagues el precio de que tu programa deseado no sea el dominante, y te quedés reducido y con recursos escasos… apurar mucho suele llevar a la fragmentación infinita…

(RSD): bueno, estas cuestiones también tienen que ver con cómo y quiénes cuentan la historia, en este caso, de nuestra carrera, ¿no? Por ejemplo, una de las cosas que se suele decirse es que en los orígenes de la carrera o cuando va radicalizándose la situación política, hay intelectuales en un sentido “clásico”; en el sentido de que tienen una inscripción concreta no sólo al interior de la Facultad, sino fuera, en la creación y puesta en práctica del conocimiento, que no escinden ambos momentos y se comprometen socialmente.

M: Bueno, de esos no habían muchos, éramos poquitos y, además, no puede ser de otra manera en una sociedad de clases, etc. Pensar al revés es un error atroz. En los países que transitan etapas revolucionarias, en esos procesos lo que se ha logrado muchas veces es que lo que pasa a ser dominante es una pequeña burguesía radicalizada en términos de liberación nacional. Lo cual suena bien en ciertas etapas de las luchas del continente, pero es aberrante en el momento en está la posibilidad de construir una alternativa, las precondiciones socialistas, etc. Claro, uno no ve esa contradicción hasta que no le crean las condiciones reales. En ese momento resulta que uno descubre que los famosos “liberación nacional” se convierten en “autonomías capitalistas”. Después, en ese momento, los que pretenden construir condiciones democrático-socialistas no tienen con quién: pues se han pasado para el otro lado.

(RSD): ¿y por qué no se cuenta y, si se cuenta, cómo ý quién cuenta la historia de nuestra carrera?

M: Bueno, la de nuestra carrera es una historia que debe contarse, en principio, por los actores. Cuando a mí me preguntan: “¿cuál considera usted que es el actor más importante?”, que esté vivo, ¿no?, el más importante a mi manera de ver es Jorge Pedro Graciarena, pero es una persona que a partir del ’86, ’87, bajó la persiana. Es uno de los amigos que he tenido y recuerdo que cuando yo estaba en Chile, prisionero en el Estadio Nacional, posiblemente haya sido el que más luchó para que no me pasaran por las armas. Ël lucho por mi libertad, en esos momentos estaba como funcionario de las Naciones Unidas... Sin embargo, no lo volví a ver. En condiciones en que el mundo se radicaliza y hay lucha durísima, las distancias entre dos íntimos son infernales. Es muy difícil cómo confrontar la lucha al interior y sin dañar en ciertos agrupamientos político-culturales. Hay una mala costumbre, que apenas uno se separa tiene que hablar mal de los otros. No, tenemos metas que son muy semejantes con perspectivas que no lo son tanto. Ya, el que llegue primero mejor, alguno llega. O sea, yo he visto quebrarse a gente de miles maneras y sin ser traidores. Por miles de circunstancias. No es tan fácil vivir represiones, vida clandestina, etc. Entonces, el que no puede hacer eso qué, ¿es un jodido? No, es humano. Volviendo, ¿no?, voy a seguir diciendo que Graciarena es la persona más importante para el que quiere entender la construcción de la Carrera de Sociología. ¿Quién le sigue? Bueno, la cosa es quién le sigue y si estaría dispuesto a decir las cosas, que no es chiste. Pero mucha gente no, por muy distintas razones o porque, ojo, porque la gente cambia y eso tampoco es chiste. Yo he cambiado, sí: cada vez conozco más la realidad, y estoy más hacia abajo y hacia la izquierda. No voy a decir “no, yo nací así”, porque todo lo que he aprendido durante cuarenta, cincuenta años de lucha es impresionante: el privilegio de haber podido estar en Chile y haber luchado; de haber estado en Centroamérica y haber luchado, es un privilegio infernal, intransferible. Bien, lo que es transferible es cuando me preguntan: “che, ¿quién más?” Uno se rasca la cabeza, porque dice: “actores vivos los hay?”, y Graciarena es uno, quizás el más importante. Murmis mismo, pero la última vez que lo vi fue en el año ’76, han pasado casi treinta años. Tampoco sé qué es Verón, ¿entendés? Ahora bien, el papel más importante fue el de Germani, Graciarena, Murmis y, bueno, yo creo que fui de los que estaba metido en la caldera del diablo. ¿Qué aparezca un Di Tella? Convivió en una etapa en que ya la máquina estaba puesta. ¿Quién otro? Cantón estuvo. Bueno, no es tanto de los que arman la carrera inicial, por decirlo de alguna manera, pero la acompaña inmediatamente. Ese es el papel de ustedes, ¿no?, ustedes tienen que ser los que refundan la Universidad. Por eso es bueno que sepan de todas estas mañas y que de las anécdotas saquen sugerencias. Pero miren, de hoy para siempre: para construir cosas no se valen las mediaciones preexistentes, la única alternativa es la acción directa. Todo el resto es ruido al cual uno está encadenado, sea lo que sea la mediación preexistente. Para crear una acción original hay que hacerlo con acción directa. Así de simple. Una de las virtudes que yo reconozco en la recuperación actual del movimiento estudiantil en Argentina es cuando en Sociología decidieron “un voto, una persona”. Claro, hubo quienes dijeron “rompen las reglas del juego”. ¿Qué reglas del juego?, si se usa la ley para jodernos las 24hs. del día. Y se dice: “ustedes no respetan las leyes”. No, no pienso respetar leyes inhumanas, porque si la ley le sirve a usted para construir un monopolio en la universidad, para desfinanciar la universidad, para la corrupción de la universidad, etc., etc., usted no me pida que lo ayude a eso. ¿La alternativa cuál es? No es un salto al vacío, no. Actualmente, si el movimiento estudiantil no decidía boicotear la asamblea universitaria, ¿qué pasaba?, la sociedad no tendría ni idea de lo que se desarrolla y sucede en la universidad. No es verdad que haya que usar la violencia, es un error eso, pero lo que sí hay que usar es la fuerza moral. Pero ojo, una fuerza moral convertida en fuerza material, capaz de hacer cosas, construir cosas. Ahí empiezan las mediaciones: “no, que tenemos que...” Si no lo hacen, directamente, no lo hacen. Hace un año y medio o dos, vino un grupo de 30, 40 estudiantes chilenos a hablar conmigo porque, bueno, yo tuve un pasado por Chile. Entonces, lo primero que les dije, “recibo a un grupo de estudiantes que ha comido la cantidad de mierda necesaria para ser universitarios. Ustedes están adentro cuando saben que el %80 de los estudiantes que intentaron ingresar a la universidad quedaron afuera, y nunca los he visto luchar por eso. ¿Nunca!. Así que no me vengan a hacer la crítica de la alternativa revolucionaria del capitalismo al socialismo si no son capaces de saber eso y cambiarlo”. Lo saben, pero se radicalizan en una novela de fantasía; porque la lucha real que les corresponde es eliminar los privilegios que usan y reafirman la exclusión de las mayorías. Les decía, hay que usar la fuerza que se tiene, moral, legítimamente conquistada, y usarla, usarla. Así de simple.

(RSD): ¿y creés que el proceso que se está viviendo actualmente en la UBA tiene relación con los sucesos de 2001?

M: A mi manera de ver no, pero esto tiene que ver con algo muy importante: el lugar que ocupa en la cultura de clase, digamos, de la pequeña burguesía urbana en la universidad y la radicalización. Vamos a ser francos, de los 300.000 estudiantes involucrados en este proceso, en el mejor de los casos y siendo generosos, habrá un %10 involucrado, de los cuales sólo se moviliza un %10. O sea, excepcionalmente son unos 3000 los que la joden. Es cierto que representan de manera muy legítima y auténtica a no menos de 30000. Y si me dicen “¿y el resto?”, miren, lo inorgánico llevado al extremo: cada cual por su lado. O sea que los únicos que tienen una conciencia social, por la positiva, son esos 3000. Y creo que las cuatro facultades debieran declararse en rebeldía. Así de simple, pero para que eso suceda los graduados tiene que empezar a moverse, y no han hecho nada sustantivo, prácticamente. Si lo pensamos con la cabeza fría, es cierto que mucho de esos graduados han influido notablemente para que existan los jóvenes estudiantes que avanzan y golpean. Pero en términos de fuerza orgánica, moral, faltan en la acción. O sea, que dejen de ser representados y se hagan cargo de la situación. Esas cuatro facultades deberían declararse en rebeldía, pero para hacer eso tienen que afirmarse internamente fuerte, porque apenas den un paso más adelante, las van a intentar fracturar, ¿no? Y ahí hay uno ve que hay que estudiar los procesos en marcha. Lo sustantivo de una fuerza social es qué es lo que la articula. Y las articula algo que se ha demostrado de una positividad enorme, o sea, la legitimidad moral de su demanda. Claro, a la larga el proceso sigue y esa heterogeneidad empieza a producir efectos adversos, de acuerdo, pero uno lo sabe y, entonces, tiene que ser muy sensible y prudente: sensible a la heterogeneidad, lo cual te dicta cuál es el paso de prudencia de lo posible y sin fracturar esa heterogeneidad. Es el límite y, bueno, habrás llegado a esa etapa, pero hay que pensar bien en la próxima… No es que llegaste y “la revolución triunfante”. ¿No hay cosa que le haya hecho más daño al campo revolucionario que la frase esa “la revolución triunfante”!

(RSD): ¿y por qué creés que es difícil profundizar el debate y empezar a hablar concretamente de qué universidad tenemos y qué universidad queremos?

M: Creo que el debate ha sido fuerte cuando ha centralizado sus propuestas, o sea, cuando ha abandonado el pantano de la famosa lucha por el presupuesto. Y recién ahora se lo ha planteado como un proceso político abierto. Lo más importante del movimiento es que tiene una determinación de desencadenar un proceso de democratización. Ahora, formas más concretas que visualice en lo inmediato... las representaciones deben cambiar. En el área de los profesores es obvio que si sólo el 15% o el 18% tienen voto, estás dejando por lo menos el %80 sin voto. Esa es una bandera legítima para el movimiento estudiantil. Alguien me dice, “Solo para los profesores”, ¡No!, insisto, para el movimiento estudiantil, porque la única manera que tiene de descabezar la situación es, realmente, que esa masa del %80 se empiece a hacer presente. “Eh, pero usted sabe que...”, no, no empecemos. ¿Cómo bajás ese proceso de democratización?, y... ahí está lleno de pantanos y obstáculos pero bueno, creo que es importante realizar una etapa y no especular con la próxima, porque nadie puede llegar a prescribir sus condiciones. No hay que dejarse arrastrar a la especulación programática. Es una reflexión imposible de realizar. Podés realizar una reflexión a partir de la realidad preexistente y decir cuánto de esa realidad te ayuda en ese proceso de democratización y cuánto no. Creo que se ha abierto el problema y hay que tratar de que no se cierre. Hay unas autoridades que han dado un golpe de mano, y hay que sacarlas. Si hay que tomar la universidad cien veces, habrá que tomarla y demostrarles que no van a poder gobernarla a partir de ese golpe de mano. Están convencidos de que sí, y nadie dice lo que hay que decir: la centralidad del golpe de mano es porque manejan el aparato financiero de la universidad. Lo único que quieren son las secretarías de Hacienda; no quieren otra cosa: les importan tres carajos las currículas, las becas, etc. El día que se haga una investigación acerca de cómo se ha manejado Hacienda... no pueden llegar a creer la cantidad de millones que han robado: clientelísticamente, corruptivamente o lisa y llanamente en un robo abierto.

(RSD): y en cuanto a que la universidad tiene que volver a ser un actor político-cultural protagónico en la sociedad de hoy, ¿cómo verías vos esa posibilidad, y qué papel le cabría a la sociología?

M: en realidad, como principal nunca lo tuvo. Eso es una macana, como cuando se dice “la universidad de los ‘60” y todos ponen cara de circunstancia nostálgica por la positiva. No es tan fácil, y más cuando venías del ’45 al ’55. Vos pensá: miles de estudiantes presos, durante esa década 45/55, la gente pagaba para dar examen, etc. Lo que pasa es que se idealizan situaciones de democratización en la vida universitaria. Claro, se idealizan porque son los elementos deseados de la positividad. Pero no hay que descuidar la realidad objetiva que transitó esa etapa y exagerar. De todos modos, la recuperación de las experiencias del pasado es muy importante para las luchas del presente, aunque siempre se corre el riesgo de sublimar una etapa que es preciso conocer mejor. Si nos matan a 30000 tipos, ¿alguien puede pretender que cada uno de nosotros tiene una fuerza propia?, ¿No, hay otra manera de empezar a reconstruir una fuerza propia? Por algo perdimos, así de simple, y entonces el error es sublimar el ‘70, sublimar el ‘60, sublimar el ’50... No, cuando nos derrotan tenemos que entender bien por qué; y parte de la derrota se debe a errores nuestros. Sí, están en presencia de un maximalista, pero así fue siempre: las contradicciones, los enfrentamientos. Usen la fuerza que tienen, no se dejen desviar, pero úsenla frente al pánico de todos nosotros. Y, cuidado, que siempre les van a decir “este no es el momento”. ¿Prudencia?, Sí, pero es mejor equivocarse por ese lado que no hacer nada… Porque el que hace algo y se equivoca, si lo hace con la fuerza conveniente tiene la fuerza para corregir. Así de simple: nadie avanza sin cometer algunos errores, pero el error no puede ser más grande que la fuerza que se tiene, y a veces es inevitable cometer errores… pero, no hay drama, hay que corregirlos! Del presente como desafío, les propongo seguir la conversación más adelante. ¡Hasta la próxima, suerte!

martes, 10 de abril de 2007

Sobre "Los Hechos Armados": Presentación

Presentación del libro por Tununa Mercado.


Desde lejos y hace tiempo

"A mediados de 1976 apareció Juan Carlos Marín en la casa que la Comisión Argentina de Solidaridad rentaba en México para reunir a exiliados políticos que habían huido tanto de la persecución y matanza selectivas del gobierno de Isabel Perón, a través de sus fuerzas represivas, la Triple AAA entre otras, como posteriormente del gobierno militar instaurado con el golpe del 76. En ese local funcionaba un llamado Centro de Estudios Argentino Mexicano, cuya intención fue dar cabida a la discusión, la crítica y la especulación acerca de lo que había sucedido o sucedía no sólo en la Argentina, sino en América latina, sin excluir cuestiones teóricas de carácter más universal. Era entonces muy pertinente la presencia de Juan Carlos Marín, con una historia que el azar había querido rica en desplazamientos: argentino en Chile, chileno en Argentina, argentino-chileno en México - ¿mexicano ahora en Argentina? -, si se piensa en el internacionalismo que todavía entonces galardonaba el pensamiento de izquierda.


El título con el que se anunció su seminario: "La violencia en la Argentina entre 1973 y 1974", era lo suficientemente general como para reclutar a un grupo amplio de desterrados. Sin embargo, en la primera sesión éramos sólo seis personas. El título con que se había anunciado la exposición fue muy pronto superado: no había tal violencia, sino una "demasía", es decir la guerra. Entiendo que a partir de ese momento Marín ya se internaba, temerario, en un universo de categorías - y de los vocablos que las acompañan - que habría de causarle no pocos problemas. Por decir guerra asustaba, por decir genocidio pronto sería acallado, por decir aniquilamiento lo excluirían quienes querían poner sobre esas caracterizaciones una venda, cuando no una mordaza. Clausewitz, Marx, Foucault (el de Vigilar y Castigar): Marín los articulaba en un movimiento que nunca se mostró lineal ni se acogió a simplezas dialécticas, y que permitía ver en sus cruces y bifurcaciones, en las emboscadas que desarticulaba y en las trampas que desarmaba, una realidad diferente que permanecía oculta bajo una espesa red de malentendidos y falacias, por designio o voluntad "del enemigo" que, por añadidura, no era discernido en términos de un poder acotado, sino que se diseminaba en infinitos e inesperados agentes.


No era fácil sostenerse en la tensión que esos "cruces" de datos, cifras o estadísticas provocaban; el despliegue de esas construcciones, luego del cual tomaría forma la lucidez para entender los procesos sociales y políticos que nos concernían, ahuyentó a dos o tres de los asistentes que, frente a la urgencia del momento, buscaban respuestas inmediatas. Lo que entonces ya se vislumbraba, entretejido en el discurso de Marín, quizás sólo fuera atendible para ese tipo de personas "paranoides", que sienten fascinación por rastrear la huella de sus enemigos y que, por práctica consecuente, adquieren olfato, agudizan el oído y afinan la percepción para no dejarse sorprender en la noche o, para decirlo mejor, en la niebla o neblina que amenazaban al propio Marín, según el mismo confiesa, en su entendimiento de la guerra de aquellos años.


La estrategia de exterminio se estaba consumando mientras en aquel pizarrón de exilio se trazaban los cuadros que se verán en las páginas que siguen y que revelan aún hoy, y precisamente hoy, no sólo magnitudes, sino desequilibrios inesperados, extrañas correlaciones, evoluciones, en suma, de la lucha de clases, que el paranoide lector "ideal" de este texto sabrá incorporar a la comprensión de fenómenos que acechan y de hechos que se repiten.


Precisamente, si algo acaso aprendimos los dos o tres que finalmente quedamos en ese grupo es un modo de inteligir. Desde el 70, voluntariosamente, algunos habíamos elaborado extensas cronologías de la represión, capacitados más para la denuncia que para un análisis del trasfondo que aquellas delataban. El registro de información había sido acumulativo como suele suceder en una situación defensiva y persecutoria, pero ahora, con nuevos instrumentos, se podía avizorar una lógica que, nunca por arte de magia, podía cambiar el signo: de la inermidad ofendida al pertrechamiento ofensivo (estoy queriendo imitar el estilo Marín, cuya terminología le permite decir, de manera más atinada y sin tapujos pero con entrelíneas, la lógica de la guerra...)


Hubo, pues, acumulaciones en esos años: las listas de víctimas; la cronología de la represión que algunos nos esmerábamos en reconstruir, confiando en que su sola lectura bastaría para golpear a los militares y llegar a la opinión pública; los testimonios de víctimas sobrevivientes de campos de concentración; los relatos de las cárceles, todo un acopio de información, en suma, que habría tener su lugar privilegiado en los organismos defensores de derechos humanos y su máxima utilidad, años después, en el Nunca más.


Este libro se mueve en medio de esos cúmulos; cuando las condensaciones se disipan, permiten ver procesos de crecimiento que hielan la sangre: un genocidio cuyas piezas se ensamblan con una lógica de terror, cuya continuidad parece tener el ritmo de una perfecta relojería, habrá servido para consolidar un monstruo que acaso trastabillaba y, lo que es peor, para darle los visos de normalidad que enmascaran su salvajismo. El modo de discurrir de Marín no es una mecedora, tiene agilidad, se detiene en encrucijadas, incita a buscar ese punto "crucial" de dos líneas que pueda ser interpretante y, ciertamente, exige estar en forma, como puede llegar a estarlo el gimnasta que tiene que dominar el campo para poder emprender y continuar su prueba. La recompensa es grande: cuando la investigación llega al conocimiento, alcanza la ética.


Pero la acumulación que anidaba en el modo de inteligir de Marín, en lo que podríamos llamar sin excedernos su "inteligencia", era un depósito elocuente, que hablaba más de la cuenta de diversos fenómenos de acumulación: crisis de acumulación capitalista en la burguesía; acumulación de fuerza en los sectores populares con amenaza de desbordes irrefrenables, términos que nunca habrían podido reducirse a un simple antagonismo por la complejidad de las mediaciones y el dramatismo de los enfrentamientos y que prometían una ecuación de incógnitas intrincadas, difícil de develar en aquellos años. La acumulación es la cifra por excelencia del poder político, de la economía, de la fuerza, de la energía, de las cargas y descargas del cielo, de las tensiones del cuerpo, de los estados de la materia; la acumulación provoca estallido, echa a rodar corpúsculos, es violencia; se diría que esa violencia es transformación, con toda la nobleza libertaria que pueda tener esta palabra pero también, paradójicamente, habría que decir que es reaseguro, atesoramiento y preservación, a sangre y fuego, del sistema capitalista".


Tununa Mercado

domingo, 8 de abril de 2007

Extracto de "Los Hechos Armados" sobre el regreso de Perón a Ezeiza

El siguiente extracto contiene las páginas 63 a 68 de la 2da. edición corregida y aumentada, Ed. PICaSo/La Rosa Blindada, diciembre de 2003.

Escrito por Juan Carlos Marín hacia 1979.


"El regreso esperado de Perón a Ezeiza muestra la incapacidad irreversible del peronismo de expresar la unidad de las masas populares en la Argentina: pero muestra también la decisión lúcida de los sectores regresivos muy por encima de los combatientes revolucionarios.


La tregua había durado lo que las ilusiones habían encubierto. Las masas presenciaron en Ezeiza una imagen profética de la Argentina: la lucha a campo abierto. Les tocaba ahora a ellas alinearse.


El gobierno de Perón se muestra incapaz de imponer una política de cese a las hostilidades y durante 1974 se suceden aproximadamente unos dos mil doscientos hechos armados.


Los combatientes revolucionarios que no aceptaron el cese de hostilidades contra las fuerzas armadas y las grandes empresas monopolistas extranjeras y nacionales, son declaradas fuera de la ley en 1973.[1]


La estrategia gatopardista de la burguesía "ilustrada" comenzaba a dar sus frutos: Perón, el peronismo, eran incapaces de conducir y controlar su movimiento y el movimiento de masas en los moldes del sistema institucional.
Una intensa lucha entre las fracciones del peronismo por conquistar su lugar en el aparato del Estado ha creado una fragmentación objetiva del poder instrumental del mismo. Las fracciones más radicalizadas del movimiento de masas aprovechan la situación de "neutralización" de los aparatos represivos y se lanzan a ocupar sus lugares en los frentes de masas, buscando las formas de su movilización.
[2]


Perón fortalece su política mediante la incorporación de una ofensiva armada dirigida hacia las fracciones más radicalizadas de su movimiento. La desarrolla mediante dos tácticas; por un lado, la creación específica de un organismo "parapolicial", la llamada Triple A, "AAA" (Alianza Anticomunista Argentina); y, por otro, la legitimación de una política armada de las fracciones de su movimiento en la implementación de acciones "golpistas", el "Navarrazo".[3]


El brazo armado para el logro de su ofensiva fue producto de una táctica de reclutamiento en los cuadros armados del aparato estatal, en particular en los cuadros federales policiales, asumiendo la forma de organización clandestina con capacidad de reclutamiento de cuadros civiles.[4] Dicha táctica era coherente con lo que de hecho habían sido las acciones "paramilitares" de los servicios de inteligencia de las fuerzas armadas. La permisibilidad de los aparatos armados del Estado respecto a la táctica político militar de Perón, para enfrentar la radicalización de su movimiento y de las acciones de las masas, fue significativa.[5]


En parte, lo mismo sucedió con respecto a la política armada "golpista" de Perón: el "Navarrazo" fue aceptado como una situación de hecho por el parlamento.[6]
Tanto las fuerzas armadas como la oposición oficial parlamentaria miraban con íntima complicidad el proceso. El costo político de los enfrentamientos lo asumía el peronismo.


Por otra parte, la burguesía "ilustrada" se sentía doblemente satisfecha: no sólo el peronismo se mostraba incapaz de llevar a cabo la institucionalización, sino que, a la vez que se desgastaba ante los sectores populares, los desarmaba políticamente. Decide, también ella, pasar lentamente a una ofensiva como manera de profundizar las condiciones del enfrentamiento. Quiebra la situación de tregua económica que sus sectores habían otorgado inicialmente al gobierno peronista. Abre con ello un nuevo frente de lucha que estaba medianamente neutralizado en los sectores obreros, y con ellos debilita, además, a las fracciones burguesas comprometidas con el proyecto del peronismo.[7]


No había duda de que se reestructuraban las trincheras, se retomaban territorios. Los sectores populares no estaban preparados para la ofensiva política de Perón, mucho menos aún para enfrentar su carácter armado; no habían logrado definir una estrategia que los unificara ante el nuevo período que se había abierto con el ascenso de Perón al gobierno. Por el contrario, se había desarrollado inicialmente también entre ellos una "batalla competitiva" en los frentes de masas que los habían llevado a enfrentamientos parciales en el intento por afirmarse como conducción de cada una de sus fracciones políticas.


La acción de los grupos "paramilitares" y la emergencia de una tendencia fascista con capacidad de constituirse en una fuerza política de carácter armado y gozar de la complicidad del régimen, recrean una situación en la que la posibilidad de la acción política de las masas está subordinada a la gestación de una estrategia político-militar revolucionaria.


En síntesis, a la muerte de Perón, las bases para tres grandes fuerzas han quedado establecidas. Cada una de ellas comenzara a implementar abierta y resueltamente su estrategia político-militar.[8]


Todo intento por comprender la situación real de la Argentina, así como sus tendencias, nos conduce a una reflexión acerca del carácter social de su particular situación de "guerra".


Tradicionalmente la guerra fue un atributo de las clases dominantes y en esa medida -en la lucha por una territorialidad- de los Estados. Por supuesto que "represión" y "terrorismo" no tienen, al menos instrumentalmente, la capacidad para definir una situación de lucha armada como de guerra. Pero cuando la política armada estatal reemplaza la "represión" por la "aniquilación" como única relación con el adversario nos encontramos entonces en un espacio en el que las leyes de la guerra comienzan a hegemonizar las acciones y las relaciones entre las fuerzas sociales en pugna.


"... a partir del 16 de setiembre de 1970 el promedio de secuestros y desapariciones había sido de uno cada 18 días", en la actualidad la acción de los aparatos "paramilitares" de la política armada del Estado ha logrado un promedio no inferior a las cinco personas diarias desde julio de 1976.[9] Este es el orden del que nos habla Marcel Lefebvre, quizá recordando con nostalgia la perdida Argelia.


Las fuerzas armadas argentinas han definido como eje de su política estatal de reordenamiento del sistema institucional nacional la "aniquilación de la delincuencia subversiva". Por otra parte, los "delincuentes subversivos" asumen la constitución de un "ejército popular" como el instrumento estratégico esencial en este período de la lucha de clases.[10]


¿Por qué la lucha de clases asumió la forma de una guerra?


Así como la existencia de la lucha de clases no depende de ninguna voluntad subjetiva en particular, ya que refiere a una ley correspondiente a determinadas formaciones económico‑sociales, la guerra tampoco está subordinada y constreñida al ámbito de una voluntad subjetiva. Ella puede ser conducida, pero su existencia sólo hace expresar la realidad que ha asumido la relación entre las clases durante un determinado período histórico.


El "secuestro", la "desaparición", comenzaron siendo los dos instrumentos típicos que fueron desplazando y subvirtiendo las formas institucionales tradicionales de la represión policial legítima del sistema. Se convirtió en una política sistemática de aniquilamiento de los cuadros más combativos del movimiento popular, cualesquiera fueran sus orientaciones políticas.[11]


Una táctica política iba así ganando terreno en los aparatos armados del Estado; en la práctica, los cortó transversalmente y se fueron constituyendo fracciones internas que comenzaron a realizar tareas "parapoliciales". En este sentido, es obvio que al menos una fracción de la burguesía comenzó las acciones "irregulares" aproximadamente a partir de 1969 contra la fuerza social que movilizaba el movimiento popular.


La burguesía siempre mantiene, claro está, una política armada, pero los instrumentos que manipula en la implementación de su dominación -así como también en los enfrentamientos sociales que ésta provoca- expresan y revelan una trama social que ayuda a comprender las condiciones específicas en que intenta mantener esa dominación."

NOTAS

[1] Específicamente se declaró ilegal al Partido Revolucionario de los Trabajadores y al Ejército Revolucionario del Pueblo, conducidos por Mario Roberto Santucho.

[2] En la práctica, muchas de las organizaciones radicalizadas del peronismo - formadas en su gran mayoría por cuadros que habían abandonado organizaciones de izquierda marxistas- entraron en conflicto y enfrentamiento con organizaciones de izquierda marxista en la lucha por la conducción de los frentes de masas.

[3] Por "Navarrazo" se hace referencia a un suceso ocurrido en 1974, en el cual participó el jefe de la Policía Provincial de Córdoba, y que tuvo como consecuencia el cese del mandato constitucional de las autoridades provinciales en Córdoba. La sublevación de Navarro contó con el apoyo de importantes fracciones de la clase obrera cordobesa y, por supuesto, de los cuadros policiales bajo su mando.

[4] Acerca de la participación de cuadros armados del aparato estatal y civiles en grupos denominados"parapoliciales", así como de la forma de organización clandestina que se dieron, confrontar la descripción que de uno de estos grupos realiza uno de sus integrantes en el diario La Opinión del 12/02/76, Segunda Sección y el diario Crónica del 09/02/76 y 26/02/76, Buenos Aires, Argentina.

[5] A la larga se revelaría de qué manera su actitud se correspondía con una decisión estratégica de las fuerzas armadas del Estado en tanto control monopólico del uso de la fuerza física y moral.

[6] La enorme mayoría parlamentaria, compuesta fundamentalmente por los elementos más oficialistas del peronismo y del radicalismo, deseaba profundamente la eliminación de la situación política de la Provincia de Córdoba, la cual se volcaba en forma cada vez más creciente hacia una radicalización.

[7] Conviene recordar que la burguesía argentina ante el proceso electoral dividió sus fuerzas en dos grandes líneas: su incorporación a la alianza de clases ofrecida por el peronismo y que se formalizó en el Frejuli; y la postura del resto de la burguesía que estaba siendo liderada por la burguesía financiera argentina, de otorgamiento de una tregua en todos los frentes. De la alianza surgió el "pacto social", formalizado entre las organizaciones empresariales y la Central Obrera (CGT); de la tregua surgió la alternativa constitucional.

[8] Las tres fuerzas eran: la del régimen; la del gobierno; y las organizaciones revolucionarias. Las tres cortaban transversalmente a la sociedad argentina, aunque por supuesto, de muy diferentes maneras.

[9] A este respecto es interesante confrontar la "lista de desaparecidos" publicada por el diario La Prensa el 17/05/78, pp. 15-17, Buenos Aires, Argentina.

[10] "Pregunta que formularon los representantes de la prensa nacional y extranjera al Jefe del Estado Mayor General de Ejército, General de División Roberto Viola:
Pregunta: ¿Considera el Comando General del Ejército que se ha producido la unión de ERP y Montoneros, o que es posible que se produzca?
Respuesta. Estas dos bandas subversivas han intentado acercamiento para fusionarse en una sola organización. pero fracasaron por apetencias personales de sus dirigentes y algunas discrepancias sobre metodología a emplear, ya que ambas concuerdan en sus fines.
Entre ellas ha existido y existe una importante coordinación en el accionar y un intercambio permanente a nivel logístico financiero, de información e incluso se han comprobado actuaciones en conjunto en algunos operativos realizados" (La Nación, 20/04/77).
Distintas fueron las estrategias existentes en las organizaciones revolucionarias acerca de la formación de un ejército popular; pero lo cierto es que respecto a la necesidad de su existencia hubo un acuerdo básico y tácito.

[11] De hecho, se constituyó en una política "clandestina" en el seno del régimen que aún hoy se mantiene, y nada hace prever su desaparición.
Valga como dato ilustrativo la "participación civil" con que cuenta la actual conducción militar:
"El 35.3 por ciento, o sea más de un tercio de los actuales intendentes con tendencias políticas definidas de todo el país, son radicales; el 19,3 de esos intendentes son peronistas y el 12,4% son demócratas progresistas. Tan sugestivos porcentajes surgen de uno de los trabajos más minuciosos de relevamiento político interno que se conozcan en la actualidad. Ese trabajo, realizado palmo a palmo sobre la extensión total del territorio nacional por los servicios de inteligencia del Estado, demuestra sobre los 1697 municipios censados, que sólo 170 intendentes, o sea el 10%, pertenecen a las fuerzas armadas; 649 intendentes, o sea el 38% carecen de militancia política definida y 878 intendentes, esto es, el 52%, están de un modo u otro adscriptos a una corriente política concreta. La primera de esas observaciones es que la Unión Cívica Radical aparece objetivamente prestigiada por el hecho de haber sido, entre todos los partidos políticos, aquel con el cual esté de un modo u otro vinculada el mayor número de intendentes designados por veintitrés gobiernos militares.
El detalle de los intendentes con tendencia política definida en todo el país es el siguiente (hasta fines de 1978):
Unión Cívica Radical 310 intendentes 35,3%
Justicialismo 169 " 19,3%
Demócratas Progresistas 109 " 12,4%
MID (Movimiento de Integración
y Desarrollo, liderado por Frondizi) 94 " 10,7%
Fuerza Federalista Popular (Manrique) 78 " 8,9%
Partidos Conservadores ajenos
a nucleamientos nacionales 72 " 8,2%
Neoperonistas 23 " 2,7%
Demócratas cristianos 16 " 1,8%
Partido Intransigente (Alende) 4 " 0,4%
Mientras, tanto los datos sobre la participación civil en el proceso cuanto la inexistencia durante tres años de declaraciones partidarias destinadas a prohibir a los respectivos afiliados integrar cuadros de gobierno -algo diferente de lo que ocurrió después de junio de 1966- están siendo anotados cuidadosamente por el general Harguindeguy." Confrontar diario La Nación del 25 de marzo de 1979, columna La Semana Política titulada: "La participación civil".

Extracto de "Los Hechos Armados" sobre el peronismo

El siguiente extracto contiene las páginas 42 a 53 de la 2da. edición corregida y aumentada, Ed. PICaSo/La Rosa Blindada, diciembre de 2003.

Escrito por Juan Carlos Marín hacia 1979.


"Las fracciones sociales hegemonizadas por los sectores más reaccionarios de la burguesía necesitaron una guerra militar (junio-setiembre, 1955) para arrebatar el control del aparato estatal que detentaba el peronismo.[1] Fue una guerra en la que participaron esencialmente los cuadros profesionales de las fuerzas armadas, y en la que la presencia de los sectores populares se restringió sólo al espontaneísmo de las movilizaciones de masas desarmadas "moral y materialmente". Guerra entre burgueses y represión a las masas.[2]

Desde ese momento se lanza un proceso de abierta y encubierta represión y proscripción política del régimen y de su partido hacia las mayorías. La "doble proscripción" refiere a la situación política y social por la que atraviesa la clase obrera durante el período en que el movimiento político peronista carece de legalidad -y en particular de derechos electorales- para actuar políticamente.[3] Pues no sólo está proscrita la expresión política de la gran mayoría de la clase obrera, sino que a su vez los cuadros políticos dirigentes del movimiento peronista se constituyen en "represores" de toda tendencia que en la acción movilice a los sectores obreros más allá del dominio burgués del régimen institucional.

La lucha de los obreros por recuperar y mantener su legalidad política y corporativa se apoyó fundamental y esencialmente en el mantenimiento de su unidad de adscripción política al peronismo; su combatividad, y la perseverancia mostrada en la lucha de tales objetivos, crearon no sólo una permanente inestabilidad del régimen sino también una lenta y progresiva contradicción entre las clases que formaban parte del movimiento peronista.

Desde una perspectiva obrera, las metas estratégicas estaban centradas en una lucha democrática cuyo carácter social dominante se mantenía en una inestable relación pendular obrero-burgués, reflejo de las relaciones de fuerza entre la clase obrera y la burguesía; al mismo tiempo esta última distribuía sus fracciones entre el "peronismo" y el "antiperonismo".

Este proceso exigió a los cuadros obreros -gremiales y políticos- que mantuvieran una acción permanente en dos frentes de lucha.

Uno estaba centrado en la imagen -hegemonizada por la burguesía- acerca de lo que se consideraba la contradicción política fundamental: la lucha burguesa entre el peronismo y el antiperonismo. Fue la forma en que se constituyó un bloque histórico que otorgó el dominio político a la burguesía argentina durante este período.

El otro frente (de lucha) estaba centrado en el intento de los cuadros obreros por convertirse en la fracción social dominante de la alianza de clases (el peronismo), condición necesaria para llegar a ser la fracción dirigente del movimiento.

Este doble aspecto de la lucha de la clase obrera se convirtió en un desafío que puso a prueba a sus cuadros, y a su capacidad, para otorgarle un carácter clasista a su lucha.

Era necesaria una profunda conciencia de clase para comprender en cada momento como debían ser distribuidas las fuerzas entre esos dos frentes que expresaban la lucha contra el dominio político de la burguesía. La lucha "interna", en el seno de la propia alianza de clases, no podía poner al peronismo en peligro de sufrir una derrota en su lucha contra la alianza del "antiperonismo". Pero, a su vez, la debilidad de su enfrentamiento con las fracciones burguesas del peronismo ponía a ésta en una situación de incapacidad para enfrentar exitosamente al antiperonismo en la lucha política nacional.

Todo ello confería al período un carácter de lucha "interburguesa", ocultando y mistificando el contenido real de la lucha de clases.

Ese carácter clasista que asumió la lucha política permaneció encubierto para muchas de las fracciones políticas que intentaron una aproximación a una estrategia revolucionaria.

Ello exigía realizar un corte "transversal" al proceso aparentemente más evidente: la lucha entre el "peronismo" y el "antiperonismo". No como acto de reflexión, sino encontrando en la acción el alineamiento con aquellas fracciones obreras que lo realizaban en la práctica, más por "instinto" que por el esfuerzo de sus conducciones, otorgándole a su lucha un carácter socialista -el intento de una hegemonía obrera- aún sin saberlo.

Es que en verdad todo el proceso político estaba confundido con el doble carácter de la formación de la clase obrera.

Por un lado, la formación misma de diferentes fracciones sociales de la clase -"clase en sí"- y las relaciones con otras clases sociales necesarias para su efectivización; y, por otro, la constitución de metas y objetivos cuya realización exigían esas relaciones, así como la toma de conciencia política de las mismas -"clase para sí"- en relación a la propia clase y a las demás. Se producía una especie de yuxtaposición de procesos cuyos significados, contenidos sociales, eran no sólo distintos sino hasta contradictorios para la propia clase obrera. En tal proceso, su incipiente adscripción al poder se resolvía en los pasos más primarios y elementales con que se constituye toda noción de magnitud en la realidad: la dicotomía, peronismo antiperonismo.

El peronismo en el gobierno (1945-1955) había reprimido sistemáticamente cualquier intento que desencadenase un interés de clase en el proletariado; enmarcó la presencia obrera en sus intereses como corporación, su objetivo estratégico realizado fue el de "ciudadanizar" a la clase obrera. En su interior, como movimiento político, tuvieron cabida todas las formaciones ideológicas que pudieran cubrir y dar consistencia a un amplio espectro entre "nacionalismo" y "reformismo, fuera su personificación obrera o burguesa.[4]

En Argentina, las formas nacionalistas siempre involucraron un corte transversal en la sociedad referido a un tipo particular de alianza de clases, cambiante y no rígido, con una fluidez subordinada al desarrollo de las relaciones de fuerzas existente entre las clases a través de sus relaciones de enfrentamientos; siempre fue la búsqueda de una alianza con los sectores no burgueses de la sociedad, realizada por una fracción burguesa en su enfrentamiento contra los sectores dominantes del resto de la burguesía. No hay un "nacionalismo de origen obrero"; habrá obreros nacionalistas; obreros que establecen una mediación con otros (obreros o no) a través de un lenguaje nacionalista; pero no existe una fracción obrera que construya, constituya un lenguaje nacionalista. Lo puede utilizar pero no construir.

¿Qué es lo que le "discute" una fracción burguesa a la otra? La relación que esa fracción establece con el resto de las fracciones de otras nacionalidades. De ahí que siempre haya -explícito o no- un continuum entre "nacionalismo e imperialismo"; toda burguesía intenta construir una ideología de una territorialidad "imperial" deseada.

El "Estado-nación" es el territorio; la forma social, el dominio de una burguesía. La relación entre "Estados" es en definitiva la relación entre los "estados" del poder de cada burguesía. Se trata de una relación de poder, entre burguesías.

De ahí irán brotando las diferentes versiones acerca de los "nacionalismos", intra e inter formaciones de las burguesías según su territorialidad social.

El "liberalismo" (sea político o económico) pertenece a las etapas utópicas del pensamiento revolucionario de la burguesía. Por eso todo "imperialismo" en su decadencia se vuelve "liberal".

El "reformismo" es también, un producto del capitalismo, del dominio burgués; pero su asiento social, sus constructores pertenecen a ese caldo que todos los días se recocina, y que nunca tiene fecha precisa de factura: la "pequeña burguesía". No se trata de una clase, se trata de una "situación"; del sector que está en un proceso de formación (descomposición o recomposición) hacia el proletariado o hacia la burguesía. Por supuesto, es obvio que de la cantidad de individuos que personifiquen esas relaciones dependerá en qué etapa de su desarrollo se encuentra la sociedad específica. Así como la periodización de las sociedades dependerá de la magnitud de los que señalen la tendencia hacia uno u otro lado. Es por estos últimos, por lo que expresan y reflejan, que las dos "versiones", obrera o burguesa, necesariamente se constituyen.

Los primeros asumen al conjunto total de los individuos-ciudadanos de la clase obrera; y los segundos sólo a una parcialidad de los mismos.

El "reformismo burgués" siempre mantiene su congruencia y se alía con alguna forma de "nacionalismo" y en determinadas alianzas de clases tiende a ser puente entre "nacionalistas" y "reformistas obreros", valiéndose de una especie de espantoso "esperanto"; nunca tendrá vigencia histórica, es decir, no será un sujeto social en el sentido estricto, de carne y hueso, pero se prestará a que los cínicos con máscara de utopistas ensayen en él su papel de expertos en "relaciones públicas". Pero, a pesar de su incapacidad para tener vigencia, no hay duda de la eficacia de su incidencia en las alianzas de clases en la Argentina y en todo el mundo, y hoy en particular más que nunca.

En el peronismo encontramos diferentes fracciones de burguesía y diferentes sectores de la clase obrera y, entre unas y otros, la "pequeña burguesía" escindida. ¿Cómo compatibilizar estos actores, cómo encontrar un "lenguaje " común a tan distintos personajes? Hay quien hubo de decir: "intereses comunes", lo cual implicaba tratar de mantener las condiciones sociales existentes durante el período de la guerra mundial; entiéndaselo: en sus tendencias. ¿Cómo lograr que las tendencias sociales que se habían desarrollado e intensificado durante los últimos años (y en particular los de la guerra: 39-43/44) se mantuvieran y no entraran en disolución o se transformaran, asumiendo otro carácter?[5]

¿Cómo mantener esa situación sin la existencia de una guerra mundial, sobre todo en el período en que todavía no se había definido claramente la situación como de "guerra fría"?

El "nacionalismo" parecía un absurdo en las condiciones mundiales: la derrota de tres Estados nacionales, Alemania, Italia y Japón, en los que se habían puesto en movimiento grandes fuerzas sociales llamadas "nacionalistas".

Era la forma de expresar un antagonismo en el seno de la burguesía argentina; de establecer una distancia entre la burguesía que había establecido un bloque monolítico con el campo capitalista-imperialista de los "aliados", y la burguesía que necesitaba para su existencia una Argentina cuyas relaciones con el sistema capitalista mantuvieran la redefinición que la guerra le había impuesto de facto. La Argentina en condiciones de expansión del sistema capitalista mundial, en condiciones de crisis de expansión, en condiciones de guerra interimperialista, ésas eran las condiciones que le eran favorables a la burguesía "nacionalista peronista". Desplazar a la burguesía "oligárquica", "proimperialista", etcétera, de ser la encargada de ubicar a la Argentina en las condiciones internacionales, fue una decisión que se expresó en "formas nacionalistas".

Pero esa burguesía oligárquica tradicional había logrado un importante triunfo al alinearse permanentemente del lado de los "aliados", pues incluso había logrado imponer una "disciplina" a la clase obrera argentina con el asentimiento de todas las fracciones de carácter socialista internacionalistas, quienes también habíanse alineado con los "aliados" en oposición al fascismo y al nazismo, expresiones éstas aparentemente accidentales del capitalismo cuando tomaba un supuesto carácter "nacionalista".

¿De qué manera romper lo que objetivamente se había transformado en una alianza social, a partir de la tregua que los obreros organizados habían otorgado a esa burguesía dadas las condiciones de "guerra"?

¿Cómo quitarle el poder a la burguesía que tradicionalmente había gobernado, en momentos en que socialmente era más fuerte su dominio? No se trataba solamente de un golpe de Estado que llegaba a destiempo (Alemania ya estaba siendo irreversiblemente vencida) en junio de 1943, en términos de política internacional; pues, a la vez que era bien visto por algunos sectores obreros (porque irrumpía en momentos de corrupción, desidia, desgobierno abierto, etcétera) y de pequeña burguesía, había un rechazo implícito por el conocido alineamiento de sus autores en el campo del "eje". La propaganda aliada había llegado hasta neutralizar el viejo odio y resentimiento de los sectores populares hacia Inglaterra o los Estados Unidos, por sus políticas imperialistas y capitalistas.

La "guerra" había sido un negocio para la Argentina capitalista, más que para la Argentina dependiente. ¿Cómo mantener la expansión del capitalismo nacional, en las nuevas condiciones internacionales?

Lo "nacionalista" no es sólo lo que implica simpatía hacia el campo del "eje" -sectores de burguesía, pequeña burguesía y trabajadores- sino que incluye también aquellos sectores de burguesía y clase obrera que necesitan para su existencia el mantenimiento de ciertas relaciones que la guerra había otorgado, y que la "paz" amenazaba quitarles (no se visualizaba ni efectivizaba todavía con claridad el período de la guerra fría; si así hubiera sido, otras habrían sido las consecuencias), pues "retrotraería" a una situación anterior.

El "reformismo" (en sus diferentes variantes y designaciones) pasó a ser la tarjeta de presentación "legítima" de quienes no querían ser identificados con lo procapitalista en la vertiente fascista, nazi o simplemente capitalista a secas, de aquellos sectores sociales en su mayoría tradicionalmente alineados en las viejas luchas políticas y sociales de Argentina, favorables al campo trabajador.

Tanto "nacionalistas" como "reformistas" tenían en común la necesidad imperiosa del desarrollo capitalista argentino, en lo que ellos consideraban las nuevas condiciones internacionales.

Los obreros se identificaban políticamente con el peronismo no porque éste fuera "anticapitalista": el peronismo nunca se presentó como anticapitalista, aunque sí se manifestó explícitamente en contra de los imperialismos concretos y específicos, tanto de Inglaterra como de los Estados Unidos.

Tanto el "nacionalismo" como el "reformismo", en Argentina y en todo el mundo, han sido, son y serán posibles por la expansión del capitalismo nacional, la única manera de abarcar a todos los sectores de una sociedad, de construir una forma política que "ideológicamente" exprese ese amplio espectro que cubre el "nacionalismo-reformismo", sin dejar a nadie afuera.
¿Quién necesita de la expansión capitalista? Aquel que no puede imaginarse socialmente de otra manera que la que en su actualidad tiene; no quiere ser "distinto", sino que, por el contrario, está convencido de que esa es la única manera de defender su existencia social actual (concreta, la que tiene, no la que llegaría a tener).

En síntesis: "nacionalismo" y "reformismo" expresan las mediaciones que utilizaron las diferentes fracciones de la sociedad en la Argentina que intentaron cíclicamente implementar momentos de la expansión de las relaciones capitalistas de producción, en la vida nacional. El peronismo ideológicamente no es más que eso, lo cual no quiere decir que fuera del peronismo no haya "reformismo" y/o "nacionalismo". Pero lo que sí es cierto es que en el peronismo no hay más que eso.

El proceso de la proscripción política (1955-73) lo enfrentó al peronismo a un desafío que puso a prueba su capacidad de ser argamasa de una alianza de clases en la cual se mantuviera la hegemonía de sus sectores burgueses, en momentos en que enfrentaba al resto de la "sociedad burguesa".

Durante 18 años (1955-1973) puso en acción las más diversas tácticas: la insurrección militar (Valle y Tanco); el boicot electoral, logrando imponer 4 millones de votos anulados (1956); el sabotaje fabril; la transferencia de su caudal electoral a sus alianzas políticas, logrando determinar en todos los casos el resultado electoral; las tomas masivas de fábricas, logrando en un solo día tomar alrededor de dos mil establecimientos; guerrillas urbanas y rurales; luchas de masas en las calles; y así hasta lograr un pacto con casi todas las fuerzas y fracciones sociales que habían organizado su derrocamiento en 1955.[6]

Todos los resquicios posibles de acción legal que la proscripción y represión del régimen institucional dejaban sin cubrir fueron aprovechados por los sectores populares; sobre todo, porque lo que se había fortalecido en su marcha era la convicción de que el eje de su defensa estratégica anidaba en su capacidad casi infinita de unificarse ante los enfrentamientos políticos, cualesquiera fueran las condiciones que el dominio de la burguesía impusiese.

Esta unidad de masas -en los enfrentamientos políticos y sociales- no fue nunca un punto de partida, sino que, por el contrario, fue el producto de profundas y violentas luchas entre las corrientes ideológicas que expresaban las distintas fracciones sociales que constituían la alianza de clases que hegemonizaba el peronismo.[7]

A pesar del enorme crecimiento de su unidad en sus acciones, los sectores populares carecían de la capacidad para generar una ofensiva estratégica; el aparato represivo convencional y tradicional era suficiente para quebrar la continuidad de una política de ascenso de masas. Por otra parte, la fracción burguesa de la clase obrera había consolidado su tendencia hacia la capacidad autónoma de su acción respecto a su alianza histórica en el peronismo. El resto de las fracciones obreras estaban empantanadas en las limitaciones de una neblina ideológica producto de las contradicciones entre sus intereses de clase y su adscripción a un movimiento que los postergaba.

En todo este proceso, por su capacidad de movilización "amenazante", la acción de la clase obrera fue la columna vertebral; los cuadros políticos del movimiento, formados por fracciones burguesas, de pequeña burguesía y las fracciones ideológicamente reformistas de la clase obrera, expresaron permanentemente la posibilidad de una redefinición de la alianza de clases que fracturara la unidad del proletariado.[8]

En su lucha política electoral el peronismo contó cada vez más con el apoyo de los sectores sociales más radicalizados, registrándose hacia 1962 la unificación casi total de la clase obrera con los sectores de la pequeña y mediana burguesía, progresista y radicalizada, en un frente electoral que desbordó el caudal del oficialismo (marzo de 1962).[9] El sistema institucional parlamentario no era dique de contención eficaz para la enorme capacidad de movilización democrática de los sectores populares.

El gobierno anula la elecciones, pocos días después los cuadros armados del resto de la burguesía anulan al gobierno.

Mientras tanto la burguesía profundizaba su crisis política al poco tiempo del derrocamiento del gobierno constitucional de Frondizi, el enfrentamiento entre sus fracciones se resolvía convocando a sus correspondientes cuadros en las fuerzas armadas.

El ascenso a los extremos en sus enfrentamientos políticos desencadenará una lucha armada entre sus cuadros profesionales. Guerra entre burgueses y mantenimiento de la represión a los sectores populares, fue el saldo.[10]

En realidad, el período 1962-66 marca el inicio de un punto de inflexión en el desarrollo de las luchas políticas y sociales de la Argentina.

Hasta el triunfo electoral de marzo de 1962 no cabía duda de que a pesar de las condiciones proscriptivas y represivas, se había logrado constituir una fuerza social de carácter popular que le había otorgado un sentido ascendente y favorable al proletariado en la lucha de clases; creando, como contrapartida, en las fracciones burguesas en pugna una incapacidad para lograr una tregua que les permitiera estructurar una política que las unificara interiormente.

Es a partir de los enfrentamientos militares de mediados de 1962 que se torna evidente la decisión de intentar una política que tuviera la capacidad de redefinir el "bloque histórico" que aparentaban el "peronismo" y el "antiperonismo" de las fracciones burguesas.[11] Si bien no se resuelve el dilema inmediatamente, lo cierto es que se crea una suerte de "repliegue" de las fuerzas armadas y de los sectores más reaccionarios en el control político del aparato del Estado; de una manera u otra el resto de la "sociedad política" repliega también sus fuerzas, dando lugar a una tregua de los enfrentamientos de carácter frontal que habían caracterizado al período anterior, creándose una etapa de reestructuración de las fuerzas políticas y de su medición a través de enfrentamientos rápidos."

NOTAS

[1] La indicación de "guerra militar" como expresión de las formas que tomaron las luchas interburguesas en la Argentina, no es formal sino por el contrario. Nos parece conveniente distinguir la distancia que hay entre un "golpe militar" sin guerra, de aquel que sólo es posible a partir de una "batalla decisiva" entre las fracciones armadas.

[2] Por supuesto que hubo "civiles" que lucharon en forma armada, pero lo hicieron como auxiliares de una fuerza armada, específicamente profesional militar. El monopolio de la fuerza siempre estuvo en manos de militares profesionales en los dos bandos en pugna; conviene recordar que la fractura en las fuerzas armadas era la resultante de un proceso de deterioro político que había sufrido la alianza de clases que expresaba el peronismo. Consecuencia de la pérdida de importantes fracciones de la burguesía anteriormente insertas en su movimiento.

[3] Desarrollando el concepto de "legalidad-ilegalidad" del régimen hacia las masas, se concluye que se opera una "doble proscripción: política y social, lo que implicó una violencia (fraude en las conciencias y en las decisiones de los individuos convocados)". Este esquema desarrollado en "S.V. Socialismo de Vanguardia, Revista de tesis política del Partido Socialista Argentino de Vanguardia, Nº 1, Buenos Aires, 1-9-63", es el antecedente teórico a la noción de "doble proscripción".

[4] Hacemos referencia al aspecto "ideológico" del peronismo. Ahora bien, ello supone un acuerdo previo -para su comprensión- sobre el uso de lo "ideológico" en este texto.
Lo "ideológico en nuestro discurso se refiere a cierto campo de relaciones sociales que se establecen usando como mediaciones ciertas "imágenes", "palabras", "verbalización, "gestos; es decir, un conjunto instrumental-lenguaje (cualquiera sea su nivel de desarrollo; aunque es obvio que según sea ese nivel, tendrá un significado y un carácter social distintos) que ha sido construido históricamente por ciertas fracciones de las clases en su relación específica con otras fracciones y consigo misma; cuya función fundamental hace al reforzamiento (a la "reproducción") de ciertas tendencias (de relaciones sociales preexistentes) y a la negación, impedimento, rechazo de otras también preexistentes. Se trata de una "sordera" activa, de una forma de lucha, de enfrentamiento en el campo de las formas más embrionarias del conocimiento.
En este sentido, es natural que lo ideológico actúe también como "argamasa" en la relación entre fracciones sociales, y a la vez como ariete en los enfrentamientos que estas fracciones asumen con el resto de la sociedad. Pero lo sustantivo es que lo "ideológico" es un sistema de relaciones sociales que se comporta siguiendo las leyes propias de un lenguaje. Según sean los territorios sociales tendrá sus traducciones; y sabido es que entre los diferentes lenguajes no hay necesariamente una relación de "uno a uno". "Nacionalismo" y "reformismo" hacen referencia a formas ideológicas diferentes construidas al ritmo en que se desarrollan los estados nación en los distintos territorios sociales que ellos implicaban.
Si se quiere, sólo son inteligibles en relación a contextos de formación capitalistas; pero diferentes son las fracciones que fueron dominantes en su construcción, aunque los dos (nacionalismo y reformismo) hagan referencia a la periodización del desenvolvimiento de una hegemonía burguesa no acabada sino segmentada.

[5] El período 1939-1943 hace referencia al comienzo de la llamada "Segunda Guerra Mundial" (1939) hasta el golpe militar del 4 de junio de 1943, en Argentina.
1944 refiere a la aparición en el escenario político nacional del entonces Coronel Juan Perón.

[6] La insurrección militar remite al levantamiento peronista encabezado por los generales Valle y Tanco, en junio de 1956. Como consecuencia, el General Valle fue fusilado; el boicot electoral hace referencia al llamado a elecciones de constituyentes para anular las reformas a la constitución efectuadas en 1949 bajo el gobierno de Perón; sabotaje fabril refiere al período 1955-1958 dominado de "Resistencia Peronista"; tomas masivas de fábricas alude a un Plan de Lucha a escala nacional por la CGT, que consistía -entre otras acciones- en la toma escalonada de fábricas (1964).
Este listado de "acciones" y usos de "instrumentos de enfrentamiento" es evidente que transfiere a la imagen del movimiento popular peronista una fisonomía de movimiento de "combatividad" y "resistencia" sin lugar a dudas categórico.
A pesar de ello, en la puesta en práctica específica, en las políticas que se llevaron a cabo, en las fracciones sociales que manipularon este enorme instrumental en una secuencia estratégica, se refleja una política, o una estrategia, cuya consecuencia no era precisamente transferir un mayor poder a los sectores populares sino neutralizarlos, la única posibilidad que dejaba abierta el estilo gatopardista de las políticas del peronismo.
La lucha no estuvo jamás concentrada contra el sistema de dominación, sino contra el gobierno y por la implantación del sistema institucional democrático burgués. La lucha contra el régimen se reducía a la lucha sólo contra el gobierno.
Las tácticas terroristas, sabotajes, etc., se implementaban al mismo tiempo que se establecían los nexos, los puentes... para una tregua y negociación.
Por otra parte, el momento político militar siempre fue visualizado como una posibilidad de fractura de la política de los cuadros orgánicos armados de la burguesía; la idea de una insurrección popular siempre fue explotada pero nunca efectivizada, como política del peronismo. Por supuesto que durante el desarrollo de todo este período, en más de una oportunidad como expresión de políticas espontáneas en los diferentes sectores populares dentro y fuera del peronismo, o en conjunto, se intentaron efectivizar formas de lucha armada o frontales contra las distintas fracciones de la burguesía que se sucedieron en el gobierno del país.

[7] Cada fracción social del movimiento peronista, en más de una oportunidad, buscó alianzas políticas fuera del peronismo, lo cual generaba del resto de las fracciones el inmediato aislamiento de esa tendencia y con ello el vaciamiento de sus bases de apoyo. Este proceso se reiteró cada vez que se registraban convocatorias políticas electorales, nacionales o provinciales.

[8] En los años que duró la proscripción política del peronismo se desarrollaron innumerables tácticas políticas que se expresaron incluso como políticas rivales entre sí y que ponían permanentemente en peligro la unidad del movimiento peronista. La posibilidad de una fractura de la unidad política de los sectores obreros, estaba en cierta medida limitada por las condiciones económicas y sociales que tendían a homogeneizar a los sectores obreros más que a diferenciarlos. Al respecto puede leerse en Desarrollo Económico, revista de Ciencias Sociales, número 60, volumen 15, Buenos Aires, Argentina, la polémica entre Pablo Gerchunoff y Juan P. Llach con Daniel Azpiazu, Carlos E. Bonvecchi, Miguel Khavisse y Mauricio Turkhieh.
Por otra parte, esa permisibilidad del sistema y del momento económico, fortalecía y legitimaba la lucha económica de la clase obrera en términos corporativos; lo cual tenía como consecuencia el fortalecimiento de los cuadros obreros vinculados al carácter de esa lucha.

[9] Durante el gobierno de Arturo Frondizi, una de las tácticas políticas existentes en el peronismo, había logrado la legalidad del Partido Unión Popular. Entre fines del 61 y comienzos del 62, se desarrolló la tendencia a la unificación de las fuerzas electorales de los partidos tradicionales de izquierda de la Argentina (Partido Comunista y el fraccionamiento más poderoso, el Partido Socialista) junto al peronismo. Socialmente hablando, el frente electoral fue análogo al que triunfó en marzo de 1973.

[10] Es lo que se conoce en Argentina como el enfrentamiento entre "azules" y "colorados" (los colores hacen referencia no a un contenido simbólico, sino a un sentido práctico de la distinción de los bandos en pugna); bandos que reflejaban de manera confusa los diferentes criterios políticos existentes en la burguesía argentina durante los últimos siete años.

[11] Conocer las tesis políticas de los dos bandos armados ("azules" y "colorados") es imprescindible para la comprensión del período que se inicia en ese momento en Argentina; el golpe de Onganía en 1966 fue sin duda una resultante de la crisis político-militar de la burguesía en 1962 .