viernes, 14 de septiembre de 2007

PRESENTACIÓN A LA NUEVA EDICIÓN DEL 2007 DE "LOS HECHOS ARMADOS"

 
La historia siempre nos alcanza.

 

Esta es una nueva edición de un libro construido hace treinta años, los hechos de los cuales se reflexiona siguen operando aún hoy (2007). Desde entonces, esos hechos, se fueron prolongando de muy diversas formas y transfigurados en sus personificaciones, se han ido reinstalando en la vida política, social y cultural del país. Muchos son los que intentan evadirse y no ser alcanzados por el conocimiento de una historia de lo que aún consideran para ellos una amenaza. Es verdad que las condiciones actuales no son las mismas en que comenzaron a constituirse los procesos políticos y sociales de lo que hemos dado en llamar la acumulación original del genocidio (1973/76). Pero también es cierto que debiéramos tener presente –hoy día- el significado del lento pero sostenido y creciente proceso de confrontaciones que genera el actual malestar social (2007). Quizás, la historia que nos alcanza, sea un modo de advertirnos de la necesidad de indagar en analogías más que en semejanzas y agradecerle a la historia que siempre nos alcance pues nos obliga a recordar.                      

 

La guerra

Cuando en el inicio de 1974 expresaba y advertía mi convicción acerca de que ya estábamos viviendo una situación de guerra, la reacción que recibía era totalmente negativa. Aún hoy me es muy difícil compartir mi imagen –de guerra- acerca de ese período y también de su prolongación ascendente a partir del inicio de la dictadura cívico militar después de marzo de 1976.

Durante todo ese largo período, de 1973 a 1983, presentía que había algo que obstaculizaba reconocer de la realidad, lo que para mí ya era –en 1974- una certidumbre y convicción. Al mismo tiempo, vivía con urgencia la necesidad imprescindible de hacer algo para que se comprendiera el carácter real de la situación, dada la indefensión que –según mi criterio- otorgaba ignorar lo que ya nos estaba ocurriendo y amenazando durante 1973/74. Realmente me resultaba difícil pensar las razones que a muchos les impedía ver y entender  lo que estaba sucediendo. No alcanzaba aún a comprender cuáles eran los obstáculos que nos distanciaban acerca de lo que para mí ya era una realidad cotidiana posible de ser observada. En apariencia, vivíamos la misma realidad pero no veíamos en ella ni le atribuíamos el mismo carácter. En esos momentos, no me era sencillo entender cuál era el proceso que obstaculizaba, a los otros y a los propios, ver la realidad de la guerra que vivíamos. Poco a poco fui presintiendo, más que comprendiendo, que quizás se trataría de la existencia de lo que Bachelard llamaba un obstáculo epistemológico. Inicialmente pensé que lo dominante de la incapacidad de percibir y reconocer las condiciones de guerra en que vivíamos dependía sobremanera de la falta de una observación detenida y sistemática, de los hechos que la realizaban. El prólogo que escribí en julio de 1979, refleja explícitamente esta posición, y lo hace describiendo las condiciones en que se instalaron las tareas de investigación que consideraba podía ayudar a destrabar lo que obstaculizaba la comprensión del carácter de la guerra que vivíamos. En mis palabras de esos momentos, "El análisis de los hechos armados –desde nuestra perspectiva- se imponía como una tarea preliminar a cualquier reflexión política sobre la inmediatez histórica de Argentina. ¡El clima que se respiraba en relación a los procesos armados era de una magia y esoterismo inimaginables!". Con referencia a las tareas de observación, registro y análisis de los hechos armados surgió el título del libro en una primera publicación (1978), era indicativo del sentido que le otorgaba al esfuerzo de investigación de nuestro trabajo, "Los hechos armados", un ejercicio posible. Con cierta dosis de ingenuidad pensé que el ejercicio de investigación realizado ayudaría a comprender cuál era el carácter de las luchas durante el período del gobierno peronista (desde mayo de 1973 a marzo de 1976). 

En la Introducción al  libro, también hacíamos referencia al modo discursivo en que el enemigo describía las luchas de ese período, "El enemigo intenta sacramentalizar el acto y para ello propone la inversión más grotesca de los personajes. La" vida" está representada por los que monopolizan los instrumentos del aniquilamiento: las fuerzas armadas;" la muerte" por los hambreados de vida: los desposeídos".Y a continuación señalábamos hacia dónde habíamos orientado nuestro análisis para desentrañar el significado real de esas luchas, "La violencia", los" hechos armados", encuentran en su personificación y en sus territorios un sentido que quiebra el fetichismo de una presentación demoníaca".

Con el análisis de los hechos armados enfrentábamos el discurso de la guerra que instalaba el enemigo y lo hacíamos invirtiendo el clima sacerdotal que había creado el enemigo, decíamos, "Se trata de un exorcismo imprescindible si se desea rescatar un sentido que el enemigo ha logrado parcialmente –quizás a punto de lograrlo totalmente- encubrir bajo el ropaje de la "sin razón" de la lucha entre" la vida"  y" la muerte". Con nuestra investigación demostrábamos con claridad que "Desde mayo de 1973 hasta marzo de 1976, la muerte conquista unas 1600 vidas en argentina. ¿Quiénes eran estas vidas muertas? ¿Pertenecían al bando de la vida o de la muerte? ¿De qué manera se produce la conquista de la muerte sobre la vida? ¿Qué proceso específico se expresó ante los "espectadores" y los partidarios de la vida?". De esa manera considerábamos que habíamos avanzado en el análisis y comprensión del significado de las luchas armadas ocurridas durante el gobierno constitucional de Juan Domingo Perón y su sucesión en Isabel Martinez. Ellos habían subordinado sus acciones políticas a una determinación de aniquilamiento de la identidad social, política y bélica de lo que –junto a sus aliados- denominaron la "subversión". Una síntesis que articulaba el análisis del carácter militar de la política nos alertaba y advertía de la necesidad de caracterizar el nuevo período que se desencadenó a partir de marzo de 1976 como el inicio de una dictadura cívico militar, cuyas precondiciones tenían una muy larga historia de gestación. Tiempo después, como resultado del avance de nuestra investigación y por los procesos de aniquilación y desaparición que se acrecentaron cualitativamente a partir de marzo de 1976, denominaríamos al período de mayo del 73 a marzo del 76, como "las precondiciones del genocidio, su acumulación primaria".

Logré percibir que las condiciones de guerra en que vivíamos, durante ese período constitucional, dependía sobremanera de la atribución y sentido que le otorgáramos a los hechos con los cuales convivíamos con el conjunto de la población. Pensaba que, para la gran mayoría, el estruendo de la violencia que crecía se había vuelto tan normal que impedía tener presente el sentido de su diversidad y creciente generalización. A su vez, pensaba que la imagen irreal y fantasmal que le otorgaban a esa palabra, la guerra, les instalaba una irrealidad y les obstaculizaba para observar el desenvolvimiento real de las luchas.

¿Cuál era la irrealidad que impedía tomar conciencia del desenvolvimiento de la situación de  guerra que vivíamos?

La respuesta tenía su complejidad. Al hablar de guerra, al nombrar de esa manera a las condiciones de la realidad que –según mi criterio- nos rodeaba y modelaba, estábamos introduciendo –sin saberlo- un obstáculo que nos impediría compartir el conocimiento de la realidad dominante. Sin darnos cuenta, introducíamos e imponíamos con esa palabra, la imagen de la guerra que era dominante en la gran mayoría de las personas: la guerra pensada como la realidad de dos bandos militares confrontándose. Muchos años después comprendí que dependía del modo de su representación imaginaria de la guerra; era el modo en que imponían a la realidad la irrealidad de su representación imaginada de la guerra. Subordinaban el conocimiento y sentido que ellos le otorgaban a su propia identidad y determinación personal a la irrealidad de una imagen de la guerra esperada y deseada de participar en ella victoriosamente. 

El deseo y la ilusión de luchar se mantenían en una irrealidad en espera de la realidad de una guerra pensada e imaginada, pero aún no presente para ellos. Mientras tanto, en espera de la guerra que imaginaban llegaría, se pertrechaban, buscando el armamento que concebían como necesario para un futuro. Vivir en esos momentos, de esa manera, se constituyó, para la gran mayoría, en un desplazamiento imperceptible hacia una normalización doméstica y cotidiana en que la imaginación del deseo bélico y su irrealidad se compartían y se imponían incapacitándolos para reconocer en la observación de la realidad la guerra que ya estaba en marcha.

En realidad, lo que estaba sucediendo tenía una identidad de la cual era necesario dar cuenta con más claridad si queríamos ser comprendidos en nuestra percepción y convicción acerca de la guerra que estábamos viviendo. La violencia que se ejercía de infinitas maneras exigía hacer explícito cuál era el contexto que le otorgaba el sentido y  carácter de considerar a esas acciones como acciones de guerra.

Mucho más tarde comprendí que al menos tres procesos, obstaculizaron y contribuyeron a la inobservabilidad del carácter y sentido de las acciones de guerra de ese momento.

Hacía tiempo ya –mucho antes de mayo de 1973- que la lucha política al interior de las corporaciones, gremiales y políticas, se realizaban mediante confrontaciones armadas, se las consideraba natural de la intensidad que asumían las confrontaciones y en consecuencia hubo un proceso de acostumbramiento, de normalización de las mismas. Esa normalización ocultó el proceso incipiente pero crecientemente ascendente de enfrentamientos armados entre civiles. Era una guerra entre gran parte de los ciudadanos del territorio nacional. Era el modo en que civiles habían entrado en guerra y se disputaban lo que consideraban eran sus espacios en todo el orden social del territorio nacional. Abarcando e involucrando crecientemente el uso de toda la fuerza material y moral de los bandos civiles en pugna.

Otro fue el hecho, quizás más sustantivo, o al menos de mayor envergadura que confundió e incapacitó a muchos para comprender el desenvolvimiento de esa guerra entre civiles. Fue el compromiso pleno del gobierno de los tres poderes del orden institucional estatal a favor de uno de los bandos. El poder ejecutivo, el poder legislativo y el poder judicial le otorgaron al conjunto de las FFAA de la nación la legitimidad moral de estar a favor de uno de los bandos civiles en pugna; este hecho fue el que con más fuerza encubrió su carácter de guerra civil en marcha.

En realidad era necesario aclarar algo muy específico –y no nos habíamos dado cuenta de la necesidad de hacerlo- aclarar que se trataba de una guerra civil y no solo de una ¡guerra a secas!

Por último.

¿Dónde se incubó y se realizó la moral genocida? 

Fue en el conjunto de las diferentes fracciones sociales de las clases dominantes en donde se tomaron las decisiones de unificarse estratégicamente para enfrentar la disconformidad social del pueblo mediante una guerra civil. Es necesario abandonar la reiteración de la imagen indeterminada del "Estado terrorista" como responsable del genocidio, porque ello encubre la responsabilidad genocida que tuvo el bando capitalista de la sociedad civil argentina. Esa imagen fantasmal del estado terrorista confunde al resto del pueblo. Lo desarma en su capacidad y determinación de expresar su disconformidad social y de enfrentar a los responsables de recrear nuevamente las condiciones inhumanas que generan el actual malestar social.

Debemos tener presente hoy día la recuperación política de esa ciudadanía capitalista, y analizar los modos de su intervención activa en el proceso del renacimiento creciente de las condiciones que generan el malestar social del pueblo. Nuevamente, con el pretexto de enfrentar las nuevas formas de la inseguridad ciudadana se disponen a intervenir encubiertos en el ropaje de la búsqueda del orden social, mediante la defensa estratégica del bienestar de su identidad ciudadana. Nos convocan a mirar hacia el futuro… nos piden abandonar el pasado, no quieren que la historia los alcance.

 

Juan Carlos Marín

Buenos Aires, junio de 2007

 

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Inaguración del Centro de la Memoria y los Derechos Humanos

 

 

La memoria que necesitamos todos

 

Les agradezco a todos la decisión de hacerme presente aquí, iniciando las actividades de este Centro de Estudios de la Memoria y los Derechos Humanos.

 

Espero no defraudarlos.

 

Creo oportuno como piedra fundacional de este Centro, recordar a todos aquellos que lucharon antes, durante y después de los acontecimientos de setiembre de 1973. Aquellos que lo hicieron por lograr una creciente igualdad social en la conquista y defensa de una democracia para todos. Fueron muchos. Para nosotros, aún lo siguen siendo. Los tenemos presentes a todos, en la complejidad y la diversidad  de sus luchas. Deseamos compartirlos con todos los que de la necesidad de un conocimiento riguroso del pasado perfilan el arma de la crítica radical del presente.

 

Que nadie se equivoque, no es la nostalgia de nuestro pasado la que nos convoca, es nuestra disconformidad con el presente la que nos ha reunido aquí en la tarea de construir y hacer presente la memoria.

 

Necesitamos recordar para comprender y superar en el presente la aparente contradicción entre el ocaso de las ilusiones del pasado y la determinación de prolongar las luchas por lograr un presente más humano. Todos somos la resultante de nuestro pasado. Necesitamos comprender la raíz de nuestra diversidad y la determinación y legitimidad de nuestra disconformidad con el presente. La historia no se repite pero siempre nos alcanza en su resultante.

 

La construcción de un conocimiento del pasado no es una tarea sencilla. Mucho menos aún cuando se trata de un pasado tan cercano, que casi coincide con lo inmediato. Las experiencias personales fundadas en el dolor no son buenas consejeras. Pertenezco a una generación que tuvo que hacerse y construirse en medio de inhumanos y formidables exterminios y convivir con ellos. Costaba admitirlo pero así era: la brutalidad nos rodeaba y había que comprenderla pero también enfrentarla para superarla y seguir viviendo. Pero ahora, reconozco con humildad y debo decirlo, que si bien el recuerdo del dolor y el sufrimiento es dignificante no es la mejor forma del conocimiento con que debemos construir nuestra memoria. Porque una memoria solo personal, fundada sólo en el recuerdo del dolor y el sufrimiento no alcanza, no es suficiente ayuda para enfrentar el conocimiento de todo lo aberrante que hemos vivido. Tal vez incluso sea al contrario: es posible que ante la más mínima amenaza de retorno de una situación semejante, el recuerdo del dolor y la actualización de nuestros sufrimientos nos aterroricen y nos lleven a desear firmemente el olvido de todo ello, a intentar fugarnos de lo inmediato y, con ello, sin saberlo, ampliar nuestra indefensión ante la amenaza de una reiteración del horror.

 

Como ustedes saben, el recuerdo y la memoria dependen sobremanera del modo y del grado de nitidez de nuestro conocimiento actual acerca de esas experiencias.

 

En otras palabras, asimilamos los golpes y los acomodamos en función de lo que ya sabemos acerca de ellos: nos sorprende, sin duda, cuando se producen, pero de inmediato los incorporamos, a veces para tranquilizarnos, a veces, como ahora, para hacer algo respecto de ellos. En ese sentido, el conocimiento de las condiciones y modos constitutivos de masacres como por las por ustedes sufridas, no nos es inmediatamente dado, no es un producto, una resultante directa a partir de nuestra experiencia de esas situaciones. Ni aún en nombre de la experiencia vivida de aquellos que la padecieron de manera inmediata y directa y lograron sobrevivir a su brutalidad. Porque antes de la masacre, cuyo recuerdo y exigencia de justicia nos convoca aquí, vivimos y oímos de muchas otras... Es decir, las asimilamos y acomodamos –las normalizamos- a dichas experiencias en función de nuestros sistemas de construcción y asimilación de conocimientos acerca de ese tipo de procesos.

 

Me pregunto, en esos momentos dramáticos del pasado, ¿estábamos en condiciones de reconocer la amenaza que nos acechaba? ¿Nos habíamos preparado para ello?

 

¿Conocíamos y sabíamos reconocer las condiciones en que se generan esas masacres? ¿Estábamos alertados?

 

En verdad, podríamos comenzar a intentar responder a estos interrogantes instalándonos en lo que era, en esos momentos, nuestra historia más cercana y universalizada

 

¿Nos era tan lejano el genocidio sucedido en Europa en la llamada segunda guerra mundial? Y también las referencias a los exterminios sucedidos en Yakarta, cuyas palabras fueron escritas en las paredes de las calles de Santiago mucho antes de septiembre del 73. ¿No constituían una advertencia nítida y clara acerca de la masacre que nos amenazaba?

 

Acaso el proceso que en Alemania llevó finalmente al genocidio de judíos, ¿no había comenzado con el aniquilamiento previo de todos aquellos que luchaban por construir condiciones de vida más humanas e igualitarias para todos?

 

Una sociedad que se funda crecientemente en la injusticia social, ¿no es acaso el territorio natural de las luchas sociales y políticas por lograr condiciones humanas para todos?

 

Cuándo los que combaten por crear condiciones más humanas de vida, son aniquilados, ¿no se están creando acaso las condiciones de un próximo y generalizado exterminio de todos los que luchan por humanizar el orden social?

 

Si no registramos esos procesos, si ellos no se constituyen y se integran como conocimiento acerca de la génesis de las masacres y los genocidios, nos estamos desarmando; y con ello, preparamos nuestra impotencia para reconocer una, al menos, de las condiciones de la próxima masacre.

 

Vivir, convivir con y aceptar la injusticia social como una forma natural de vida es, tarde o temprano, crear las condiciones de una próxima catástrofe. Es una cuestión de responsabilidad. Por eso me atrevo a señalar que las masacres y los genocidios que se han producido en nuestros territorios y que residen en nuestra memoria también ocupan un espacio sustantivo en el complejo proceso social en el que se desenvuelven las luchas sociales libertarias.

 

No constituyen necesariamente un efecto buscado por quienes ejercen y prolongan esas luchas libertarias. Pero así lo suelen entender quienes en nombre de la defensa del orden y de la obediencia debida combaten a esas luchas; ellos asumen el exterminio como el instrumento finalmente categórico del combate.

 

Es en esa cultura genocida y en las condiciones sociales que la reproducen y buscan ampliarlas, en dónde debemos concentrar nuestra capacidad de observación y reflexión para orientar nuestra capacidad de investigar y conocer la génesis de esos procesos y sus modos de desenvolvimiento.

 

Me solidarizo con ustedes en vuestro reclamo de construir un conocimiento fundante de una memoria que necesitamos para luchar hoy. Pero no quiero olvidar que la precondición de esa lucha por el conocimiento y la memoria, es nuestra más profunda solidaridad con la lucha de todos los desposeídos, estén donde estén. Una memoria activa nos exige no sólo reclamar justicia sino también saber más de todo esto... para no desarmarnos ante lo que no ha dejado de producir injusticias ni nos ha dejado de amenazar.

 

Quiero hacer presente y recordarles a todos, la declaración que nos hicieran los participantes del XXII Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología, realizada en Concepción/Chile en 1999,

 

 "los científicos sociales no pueden limitarse a la realización de un diagnóstico de sus sociedades, sin conocer y enfrentar las múltiples dimensiones en que se ejerce de manera inhumana y arbitraria el monopolio legal de la violencia en nuestro continente. Postulamos así la urgencia de colaborar en la construcción de un juicio moral que haga posible la ruptura con las formas de obediencia acrítica a la autoridad, haciendo observable y promoviendo la desobediencia debida a toda orden de inhumanidad."

 

Este orden social, este, en el que vivimos, construye todos los días y durante todas sus horas victimarios potenciales. Con o sin uniformes, eso no es lo sustantivo. Lo sustantivo, del ordenamiento social dominante, es el mandato moral que logra instalar en cada uno de nuestros cuerpos una moral de la obediencia anticipada a ejercer el castigo. Lo instala en un proceso social normativo en muy diversas escalas de la vida social, de manera constante y lo hace de modo tal que no es evidente para la gran mayoría: normaliza la moral de la obediencia y el castigo como instrumento central de la reproducción de su ordenamiento social.

 

Es una moral de la obediencia anticipada con que cuentan los poderes establecidos. Es, a su vez, una moral del ejercicio del castigo. Es una moral que actúa instantáneamente, no necesita reflexionar; ha sido construida con una sensibilidad de reflejos inmediatos, a obedecer y a castigar. Dos caras de una misma moneda de la normalización del autoritarismo social. Al mismo tiempo que construye la capacidad y la normalización del orden social, construye la capacidad de que todos sean gendarmes de ese orden social, con o sin uniformes.

 

Actúa inmediatamente ante todo indicio de resistencia humana a la inhumanidad de nuestro orden social. Es un operador exitoso, cuya historia es más que milenaria, permanentemente actualizada en el desenvolvimiento evolutivo de todas las formaciones sociales que hemos conocido y que aún se fundan en el monopolio del ejercicio de la fuerza material.

 

Debemos aprender a desarmar esa moral. Debemos conocer sus raíces y sus modos de irradiación en los cuerpos. Debemos estudiar e investigar de qué manera construir y difundir una moral de la desobediencia a toda orden de inhumanidad.

 

Para ello, es imprescindible reconocer que sabemos poco y necesitamos saber más acerca de esos procesos y del modo en que se intentaron resolver, en el pasado, las contradicciones del orden social. Comprender que no podemos convocar y acudir a una memoria que ha demostrado ser indefensa en su capacidad de reconocimiento anticipatorio del desencadenamiento de una complejidad social cuya resultante ha sido una tragedia.

 

Una memoria activa solo puede constituirse a partir de avanzar en la construcción de investigaciones que logren un conocimiento riguroso que nos ayuden a desentrañar cuáles fueron los procesos constitutivos que desencadenaron y originaron estas resultantes trágicas. Que también nos ayuden a comprender como operan hoy día sus efectos. Pues a nadie puede –ni debe- escapársele que, sin este conocimiento, corremos el riesgo de normalizar el pasado.

 

Lo que sucedió aquí en Chile, no puede ni debe ser subsumido con relación a lo que ocurrió en gran parte del territorio latinoamericano en esas décadas. Sería caer en el campo de las analogías falsas por supuestas y aparentes semejanzas. Es verdad que en todos los casos tuvimos en común a muchos de nuestros victimarios extranjeros y eso nos puede llevar al error de creer que sucedió lo uno y lo mismo en cada uno de nuestros territorios. Pero las fuerzas victimarias que operaron del campo internacional lo hicieron en nuestras historias y estructuras sociales muy diversas preexistentes en nuestros países.

 

Importante aclarar que no produjeron cuantitativa ni cualitativamente la misma identidad de victimas en cada uno de nuestros territorios ni la resultante de dichos procesos son comunes. Es imprescindible rescatar la identidad y la singularidad de cada uno de estos procesos vividos en el marco nacional pero que expresaron parte de un proceso internacional de enorme complejidad de mediados del siglo XX. Formaron parte del modo en que se resolvieron contradicciones inmanentes del proceso de crecimiento y expansión territorial de la formación social capitalista a escala mundial.

 

Solo es cierto, con certeza, que en todos los casos, el carácter capitalista de nuestras sociedades crecieron cualitativamente en la instalación de nuevos modos y nuevas formas de relaciones sociales dominantes a partir del dominio que otorgó la indefensión ciudadana que crearon. En la actualidad el costo de esas resoluciones de las contradicciones inmanentes aún las estamos pagando.

 

Espero que la decisión de todos ustedes de crear este Centro nos dé no solo la alegría de encontrarnos en tareas semejantes sino también la certidumbre de contar en breve con la fuerza de un conocimiento acerca de lo sucedido en Chile, con el cual puedan pertrecharse todos los que luchan hoy, por el ejercicio de una moral justiciera y libertaria de los derechos humanos.  

 

Deseo y espero que logremos avanzar de manera solidaria con la fuerza de la razón que nos une, en nuestra convicción, de que el uso de la violencia en cualquiera de sus formas es inhumana para quien la recibe e irreversiblemente destructiva de la humanidad de quien la ejerce. Que quienes trabajen en esta empresa de la Memoria y los Derechos humanos puedan instalar con claridad la importancia de no caer en la trampa de la espiral de la guerra. Ayudar a que se comprenda que el uso de la fuerza moral es -en realidad- la única forma de acción que tiene la capacidad de transformar la inhumanidad de las condiciones materiales y sociales. Que se comprenda que la capacidad de construir esa fuerza moral se funda en la radicalidad posible de avanzar en la construcción del conocimiento de las condiciones que reproducen incesantemente a esta inhumanidad. Que el uso reflexivo -colectivamente realizado- de ese conocimiento es el que genera la posibilidad de encontrar las acciones con capacidad estratégica de construir y usar la fuerza material de una moral capaz de colaborar incesantemente en la humanización de nuestra especie.

 

Por último, quiero terminar, recordando a dos grandes luchadores en la historia de nuestra humanidad, en primer lugar, recordando con sus palabras a quién nos anticipó y advirtió acerca de la fuerza material de esta dimensión moral de la realidad social que nunca debiéramos olvidar,

 

"Cierto es que el arma de la crítica no puede suplir a la crítica de las armas, que el poder material tiene que ser derrotado por el poder material, pero también la teoría se convierte en poder material cuando prende en las masas. Y la teoría puede prender en las masas a condición de que argumente y demuestre ad hominen, para lo cual tiene que hacerse una crítica radical. Ser radical es atacar el problema por la raíz. Y la raíz, para el hombre, es el hombre mismo."(Marx, K, 1834/44).

Y ahora sí, finalmente y para evitar malentendidos acerca de mis determinaciones y convicciones que espero poder compartir con ustedes, decirles y hacerles presente las palabras –que también hago mías- de un gran luchador como lo fue Mahatma Gandhi,  quien siempre luchó con la fuerza de sus razones y la fuerza de esas razones en la presencia de las masas, nos dijo Gandhi,


"No tengo ningún reparo en decir que, cuando sólo es posible elegir entre la cobardía y la violencia, hay que decidirse por la solución violenta (...) Preferiría mil veces correr el peligro de recurrir a la violencia antes que ver cómo castran a una raza" (MKG)

Espero no haberlos defraudado, gracias,

 

Juan Carlos Marín

Santiago de Chile

Septiembre 11 de 2007

XXVI Congreso ALAS, Guadalajara, México