miércoles, 4 de abril de 2007

La memoria

Expresión de solidaridad de Juan Carlos Marín. Palabras leídas en la Plaza de los Tribunales, invitado por la comunidad judía para recordar los atentados, protestar y reclamar justicia. (c.1997)


Les agradezco la invitación a expresar junto y con ustedes mis sentimientos ante el recuerdo de una masacre más, una de las más tremendas, en la historia de nuestra comunidad.

Yo personalmente pertenezco a una generación que tuvo que hacerse y construirse en medio de inhumanos y formidables exterminios y convivir con ellos. Costaba admitirlo pero así era: la brutalidad nos rodeaba y había que comprenderla pero también superarla para seguir viviendo. Pero ahora, en esta plaza, reconozco con humildad y debo decirlo, que si bien el recuerdo del dolor y el sufrimiento es dignificante no es la mejor forma del conocimiento con que debemos construir nuestra memoria porque una memoria fundada sólo en el recuerdo del dolor y el sufrimiento no alcanza, no es suficiente, ayuda para enfrentar todo lo aberrante que hemos vivido. Tal vez incluso sea al contrario: es posible que ante la más mínima amenaza de retorno de una situación semejante, el recuerdo del dolor y la actualización de nuestros sufrimientos nos aterroricen y nos lleven a desear firmemente el olvido de todo ello, a intentar fugarnos de lo inmediato y, con ello, sin saberlo, ampliar nuestra indefensión ante la amenaza de una reiteración del horror.

El recuerdo y la memoria dependen sobremanera del modo y del grado de nitidez de nuestro conocimiento preexistente acerca de esas experiencias.

En otras palabras, asimilamos los golpes y los acomodamos en función de lo que ya sabemos acerca de ellos: nos sorprende, sin duda, cuando se producen, pero de inmediato los incorporamos, a veces para tranquilizarnos, a veces, como ahora, para hacer algo respecto de ellos. En ese sentido, el conocimiento de las condiciones y modos constitutivos de masacres como la de la AMIA no nos es inmediatamente dado, no es un producto, una resultante directa a partir de nuestra experiencia de esas situaciones. Ni aún en nombre de la experiencia vivida de aquellos que la parecieron de manera inmediata y directa y lograron sobrevivir a su brutalidad. Porque antes de la masacre de la AMIA, cuyo recuerdo y exigencia de justicia nos convoca aquí, vivímos y oímos de muchas otras... Es decir, las asimilamos y acomodamos a dichas experiencias en función de nuestros sistemas de construcción y asimilación de conocimientos acerca de ese tipo de procesos.

Me pregunto, ¿estábamos en condiciones de reconocer la amenaza que nos acechaba? O, ¿nos habíamos preparado para ello?

¿Conocíamos y sabíamos reconocer las condiciones en que se generan esas masacres?

¿Estábamos alertados?

En verdad, podríamos comenzar a intentar responder a estos interrogantes instalándonos en nuestra historia más cercana y universalizada.

¿Nos era tan lejano el genocidio sucedido en Europa en la llamada segunda guerra mundial? Y también la de nuestros treinta mil “desaparecidos” de la dictadura, pero así construidos y reconocidos como tales durante las últimas décadas, ¿no constituían una advertencia nítida y clara acerca de la masacre que nos amenazaba?

Acaso el proceso que en Alemania llevó finalmente al genocidio de judíos, ¿no había comenzado con el aniquilamiento previo de todos aquellos que luchaban por construir condiciones de vida más humanas e igualitarias para todos?

Una sociedad que se funda crecientemente en la injusticia social, ¿no es acaso el territorio natural de las luchas sociales y políticas por lograr condiciones humanas para todos?

Cuándo los que combaten por crear condiciones más humanas de vida, son aniquilados, ¿no se están creando acaso las condiciones del próximo exterminio?

Si no registramos esos procesos, si ellos no se constituyen y se integran como conocimiento acerca de la génesis de las masacres y los genocidios, nos estamos desarmando, preparamos nuestra impotencia para reconocer una al menos de las condiciones de la próxima masacre.

Vivir, convivir con y aceptar la injusticia social como una forma natural de vida es, tarde o temprano, crear las condiciones de una próxima catástrofe. Es una cuestión de responsabilidad.

Por eso me atrevo a señalar que las masacres y los genocidios que se han producido y que residen en nuestra memoria también ocupan un espacio sustantivo en el complejo proceso social en el que se desenvuelven las luchas sociales libertarias.

No constituyen necesariamente un efecto buscado por quienes ejercen y prolongan esas luchas libertarias. Pero así lo suelen entender quienes en nombre de la defensa del orden y de la obediencia debida combaten a esas luchas; ellos asumen el exterminio como el instrumento categórico del combate.

Es en esa cultura genocida y en las condiciones sociales que la reproducen y buscan ampliarlas, en dónde debemos concentrar nuestra capacidad de observación y reflexión para orientar el combate por la justicia.

Me solidarizo con ustedes en vuestro reclamo de pedir justicia.

Pero no quiero olvidar que la precondicion de esa lucha, es nuestra más profunda solidaridad con la lucha de todos los desposeídos.

Una memoria activa nos exige no sólo reclamar justicia sino también saber más de todo esto... para no desarmarnos ante lo que no nos ha dejado de amenazar.

No hay comentarios.: