La búsqueda de una medición crucial
por Juan Carlos Marín
Hacia principios de 1975, llevaba empantanado casi dos años, sin lograr descubrir dónde concentrar la mirada que me permitiera una observación de rigor, sistemática y standarizada, acerca de los modos y grados de intensidad en que se desenvolvían las luchas sociales durante ese nuevo período político; el cual, recordemos, había comenzado en mayo de 1973, con el inicio de una nueva etapa de recuperación constitucional después del triunfo electoral de la candidatura presidencial de Héctor Cámpora.[1]
En realidad, sin darnos cuenta aún, más que empantanados, estábamos en medio de una neblina... En los siete años de mi ausencia, casi ininterrumpidamente, se había desenvuelto en la Argentina, en medio de una secuencia de dictaduras militares, un acumulativo proceso de ascenso de las luchas sociales; que se habían desarrollado de manera crecientemente favorable a las demandas de los sectores más pauperizados y progresistas.
Habían sido años (1966/75) de una enorme fluidez y heterogeneidad en los modos en que las diferentes fracciones de la sociedad se enfrentaban y luchaban por conquistar las formas de su identidad deseada. Difícilmente se podía negar la tendencia al ascenso de las luchas sociales favorables a los sectores más pauperizados; las cuales estaban, a su vez, articuladas y en correspondencia con el surgimiento de las luchas de los sectores más combativos, democráticos, progresistas y radicalizados del país.
Sin embargo, mis discrepancias acerca de la caracterización y evaluación del desenvolvimiento de la lucha de clases (1973/74) eran cada vez mayores con los modos en que muchos de los destacamentos más progresistas, consecuentes y combativos concebían y caracterizaban las condiciones y el desenvolvimiento de sus luchas. Me urgía contar con información y análisis más rigurosos en los cuales fundar y objetivar las razones de mis discrepancias.[2]
Sentía la necesidad de contar con un registro que me permitiera analizar y evaluar los modos y la intensidad del desarrollo del carácter político de la lucha de clases; había estado practicamente empantanado durante casi dos años en la impotencia de no encontrar una medición crucial que me permitiera un análisis del estado de la situación política y social.
En un principio, había intentado registrar de manera sistemática las diferentes expresiones en que se movilizaban los distintos sectores sociales y, muy específicamente y en particular, los sectores obreros: sus huelgas, las tomas de sus lugares de trabajo, sus movilizaciones y manifestaciones callejeras. Pero la información que lograba adolecía siempre de ser incompleta y, consecuentemente, frustraba la posibilidad de alcanzar descripciones y generalizaciones rigurosas acerca del orden de su significación.
No fue sino hasta los primeros meses de 1975 que tomé conciencia de que estábamos inmersos en una neblina cotidiana y permanente, que nos impedía darnos cuenta de que, justamente, lo urgente era tomar conocimiento de la identidad y del modo de existencia de esa neblina, ¡y no darlos por supuestos!
Vivíamos rodeados de confrontaciones armadas en forma creciente y ya nos habíamos acostumbrado, imperceptiblemente y a pesar de los temores que provocaban, a normalizarlas, en tal grado, que no nos habíamos dado cuenta de que estábamos prisioneros de lógicas contrastantes, pero cómplices todas ellas, en última instancia, de un error.
Eramos prisioneros de un profundo, grave y costoso error que habría de repercutir más tarde en el campo de los sectores más pauperizados y progresistas; convivíamos con esa situación y manteníamos con ella, sin saberlo, una relación de ajenidad que corría el riesgo de tornarse suicida:
¡carecíamos de una conciencia consensuada de nuestra situación de guerra! [3]
Mi decisión fue, en consecuencia, concentrar la mirada sobre los modos y las formas predominantes que había tomado la lucha social y política, particularmente la violencia que signaba los enfrentamientos políticos, cuyo carácter y magnitud trazaban cada vez con más pertinencia la figura de una lucha armada.
Había, pues, que comprender las razones, las formas y las tendencias de esos procesos, es decir, desentrañar la orientación que tomarían y tratar de conjeturar acerca de su marcha.
La relación con los hechos armados
A partir de ese momento, mayo de 1975, el propósito fue transformar la relación de conocimiento con lo inmediato en aquellos aspectos que habían revelado su precariedad; ese conocimiento, que se había ampliado, tenía que ser reorganizado como un observable standarizado de manera sistemática y reiterativa:
la unidad de registro, el "hecho armado", se constituía a partir de una localización y codificación de las noticias de prensa referidas a los hechos de armas.
Esto permitía materializar una objetivación exploratoria inicial de manera sistemática y constitutirla en una base de datos, la cual era instalada, virtual y analógicamente, como una modelización parcial de gran parte de lo que en la realidad del país sucedía con una complejidad cada vez más significativa. Esta base de datos llegó a contar con el registro codificado de unos ocho mil quinientos nueve hechos armados, que se produjeron a lo largo de esos casi tres años de gobierno constitucional.[4]
Más tarde intentaríamos, mediante el análisis de sus relaciones, desentrañar y conocer su orden y estructuración interna como proceso, con la idea de que su reconocimiento incidiera en su transformación: que ese conjunto de hechos armados asumiera una identidad nueva, pasible de ser escalada, permitiéndonos retornar e reinstalarnos en su orden de origen, para, subvirtiéndolo, intentar su transformación.
No obstante la fuerza de la demanda y la urgencia de lo inmediato, había que tener claro que la investigación se internaba en un proceso de muy larga duración.[5]
Los hechos armados durante ese período constitucional (1973/76), constituyeron el territorio de observación y de reflexión que investigamos para poder conocer, estudiar e incidir en su significado y desenvolvimiento.[6]
Desde nuestra perspectiva inicial, considerábamos que en ese período comenzaba y se cerraba un ciclo de la vida política: gran parte del pueblo, y en particular los obreros, habían logrado poner fin a una proscripción legal de su identidad y ciudadanía política. Más tarde, comprenderían que el precio que la sociedad política exigiría e impondría a esas mayorías obreras como pago, sería la renuncia a su autonomía en la identidad y solidaridad de clase.
Con más claridad, comprenderíamos luego que, en realidad, en ese período, también se iniciaba y se desplegaba un tramo de la indeterminación del carácter social de la vida e individualidad política de los ciudadanos.
Recordemos que con la recuperación de la ciudadanía política (1973) que otorgó el gobierno de la dictadura militar, que había comenzado en 1966, se desencadenó un proceso social que instaló en la sociedad argentina un tramo de bifurcación que amenazó, inmediata y simultáneamente, con dos alternativas que se excluían mutuamente:
por un lado, el desenvolvimiento de una crisis de la identidad social de la ciudadanía y, con ello, el inicio de la crisis del carácter político del orden social de los ciudadanos;
y por otro, como alternativa a los ciudadanos, se inició la búsqueda de un reordenamiento del orden social como recuperación política de la crisis de la identidad política de los ciudadanos.
En síntesis, ante la amenaza cierta de un proceso en marcha que evidenciaba una crisis de la conciencia moral de la ciudadanía de los obreros, se desencadenó una crisis de su anterior individualidad política, acelerándose de ese modo una crisis del doble carácter social y político del ejercicio de su ciudadanía, y, en consecuencia, una amenaza de crisis para el orden social dominante.[7]
En realidad, lo que el genocidio finalmente aniquiló -mediante la destrucción de miles cuerpos de desaparecidos y la construcción de ese nuevo objeto epistémico que fue el desaparecimiento- fueron las infinitas relaciones sociales solidarias que se habían tejido entre quienes habían combatido a las dictaduras militares y habían compartido durante todo el período anterior, de muy diversas maneras, sus luchas contra las sistemáticas violaciones a los derechos políticos de la ciudadanía.
Las fuertes y aparentes diferencias sociales entre quienes compartían la combatividad de la lucha libertaria, se mostrarían -cada vez más, y a partir de la crisis política de la dictadura militar (1973)- como diferencias instaladas en una imagen virtual de la realidad, reproducida obstinada y reiterativamente por la moral de una conciencia burguesa. La ruptura, la crisis y el descentramiento de esa conciencia burguesa, tendrían un efecto en las mayorías ciudadanas: la revelación de su pertenencia a una humanidad homogeneizada en su identidad de expropiados.
En esa territorialidad, generada por el avance de una crisis de la conciencia burguesa en los sectores mayoritarios y populares, se instala la subversión; es decir, la determinación ciudadana de continuar justicieramente sus luchas igualitarias. Lo hacen a partir de un conocimiento embrionario y precario, acumulado por las humildes experiencias de sus recientes luchas políticas; gestadas -la mayoría de ellas- en la lucha contra las condiciones de las dictaduras políticas del período anterior, que eran militarmente represivas pero incapaces aún, en esa época, de un genocidio.[8]
La subversión constituía el más grande obstáculo a la determinación del reordenamiento económico y social de la Argentina, desde la perspectiva (1973/75) de los más grandes y poderosos capitalistas.
El libro que a continuación presentamos intentó ser un esfuerzo conciente por adelantarse y alertar a los iguales acerca de la iniciación y tendencia de un proceso -para nosotros, en ese momento, inequívoco e irreversible-:
la determinación de guerra de exterminio que habían tomado los sectores más grandes, concentrados y poderosos de los capitalistas argentinos ante la crisis de sus modos de acumulación capitalista.
Decisión que asumieron una vez que lograron el grado de consenso moral del conjunto de la sociedad capitalista; es decir, la determinación legistativa y judicial que asumió sus limitaciones y en consecuencia convocó al Estado a la guerra de aniquilamiento.
El estado de guerra, la determinación de guerra del Estado, no fueron captados en sus verdaderos alcances por la sensibilidad y la conciencia de la gran mayoría de los combatientes del pueblo subversivo.
Esa ignorancia, en ellos y en el conjunto de la sociedad argentina, ¡habría de tener un precio altísimo y tremendo!
Fue tan intensa esa "ajenidad", que aún hoy pareciera que las luchas sociales y políticas permanecen en esa ignorancia fantasmal.
El reconocimiento del carácter institucional de la determinación genocida, de esa decisión que no sólo fue legislativa, es crucial. Hasta que la sociedad política argentina no tome una conciencia crítica de esa amplia y profunda decisión estatal, y no sólo parlamentaria, de nada servirá condenar a las FFAA exigiéndoles una expiación.
¿De qué se las puede acusar?, ¿de aprovecharse de la obediencia debida?
¿De hacerse cargo de las tareas sucias que los representantes de la sociedad política del capitalismo argentino les ordenó, y el resto de la sociedad capitalista les legitimó?
No es la payasada de una reelección presidencial lo que tendría que haber quitado el sueño a una sociedad política que buscaba una nueva identidad constitucional, sino la urgencia por disipar la espesa niebla que nos cubre y, con más luz, asumir, con una determinación a la altura de lo que se descubre, la determinación de la desobediencia debida a toda orden de inhumanidad. Esta sería la respuesta, quizás tardía, pero contundente, a la masacre que se ejerció sobre los argentinos más morales y combativos, y una manera de rendir el único y gran homenaje a las luchas de nuestro pueblo.
Debemos ser capaces de sensibilizarnos ante cualquier acto de inhumanidad, y tratar de que la desobediencia debida sea la respuesta de todo nuestro pueblo:
¡una moral de la autonomía se forja cuando se comprende, y se aprende, que hay que desobedecer toda orden de inhumanidad!
La acumulación primaria del genocidio
Este modesto libro, al cual cada vez, sin modestia, respeto más, fue escrito en Cuernavaca (México), como resultado de una empresa colectiva iniciada en Argentina a mediados de 1975 y finalizada durante 1977; su texto fue presentado de muy diferentes maneras, con variantes en cada caso, especialmente en México y en Argentina, desde fines del setenta hasta mediados del ochenta.[9]
El ejercicio de investigación que significó este libro se inscribió en un esfuerzo por conocer y comprender una parte, al menos, de lo que sucedía en la Argentina durante un período que, aún hoy, es encubierto y mistificado a voluntad por quienes todavía detentan el más formidable y arbitrario uso monopolizado de la violencia en este territorio.
Han pasado veinte años desde que fuera concebido y escrito; sin embargo, el pasado, paradójicamente, sigue sucediendo.
Nuestro estudio se focaliza en el período transcurrido entre mayo de 1973 y marzo de 1976, un intervalo constitucional interrumpido por el inicio de una dictadura militar (marzo/1976); período que podríamos identificar y conceptualizar como el de una acumulación primaria de lo que en su reproducción ampliada constituiría posteriormente el último y más descomunal genocidio ocurrido en nuestro país (1976/83).
Con la ingenuidad, ignorancia y urgencia que suelen regir su lógica, los genocidas vivieron y asumieron sus acciones como una solucion definitiva y final para los males que aquejaban la cotidianeidad moral y la subjetividad capitalista de gran parte de la ciudadanía argentina. De este período, de la puesta en práctica y ejecución de la decisión final, estrictamente un genocido, han pasado alrededor de diez años.[10]
Cabe aquí una advertencia útil: ante la amenaza - que suele dejar de serlo para convertirse en realidad con demasiada frecuencia - de que lo ya pasado sea frivolizado y normalizado, sería un error imperdonable poner en duda la eficacia inmediata que tuvo el remedio genocida:
lo que la sociedad capitalista argentina buscaba con el consenso y bajo la dirección de los grandes capitalistas lo logró, ¡y con creces!
Basta observar cuál ha sido el comportamiento y la indefensión de la sociedad política en este país en la última década.
El conjunto de la sociedad capitalista en la Argentina aniquiló miles de personas para destruir las relaciones de clase que a lo largo de los ultimos cien años, trabajosa, contradictoria y largamente, habían logrado instalarse entre la mayoría de los obreros en la argentina.[11]
El terror que sembró y cultivó la política genocida en el conjunto de la sociedad, dirigida por la oligarquía de los más grandes capitalistas, también sirvió más tarde para facilitar la tregua que necesitaron los cuadros de las FFAA de la sociedad capitalista.
Recordemos que en 1983, ante la crisis y el derrumbe de la dictadura militar, como consecuencia de su derrota por una potencia extranjera, sus jefes transfirieron el manejo del Estado a un proceso de recomposición constitucionalista; a cambio, el conjunto de la sociedad política otorgó a las FFAA la tregua y el perdón que necesitaban para su recuperación, evitando así la amenaza de una descomposición catastrófica y definitiva de su institucionalidad.[12]
Es importante reiterar, aclarar nuevamente, que nuestro ejercicio de investigación se produjo en la antesala de ese proceso, en el período (1973/76) que hemos dado en llamar la etapa de la acumulación primaria del genocidio [13]. Los resultados de los primeros análisis fueron escritos en momentos en que aún no era posible observar y mucho menos aún demostrar en forma directa e inmediata el desenvolvimiento, la ejecución y resultante plenos del proceso genocida, aunque sí sus primeros efectos de terror sobre gran parte de la sociedad.[14]
Para el espíritu del conjunto de la sociedad capitalista, asumir la decisión del genocidio y corresponzabilizarse no fue fácil, ciertamente no por razones morales, sino, sobre todo, por la complejidad que implicaba su implementación y ejecución.
No debemos olvidar que gracias al desarrollo de las formas culturales que asumieron las luchas sociales y políticas, a lo largo de este último siglo en el mundo capitalista, se impuso una lógica y se forjó una moral de inhumanidad que ayudó a la oligarquía de los grandes capitalistas a encontrar las soluciones instrumentales necesarias para llevar a cabo su decisión genocida.
El exterminio de poblaciones comenzó a ser cada vez más la lógica natural de los modos de resolución y recuperación de las crisis económicas y sociales desencadenadas por la expansión creciente a escala mundial de las relaciones sociales capitalistas, resueltas (!?) -todas ellas- desde la perspectiva, hegemonía y dominio impuestos por el uso de la violencia de los sectores propietarios más concentrados y monopolistas del capitalismo.
Hacia principios de 1975, llevaba empantanado casi dos años, sin lograr descubrir dónde concentrar la mirada que me permitiera una observación de rigor, sistemática y standarizada, acerca de los modos y grados de intensidad en que se desenvolvían las luchas sociales durante ese nuevo período político; el cual, recordemos, había comenzado en mayo de 1973, con el inicio de una nueva etapa de recuperación constitucional después del triunfo electoral de la candidatura presidencial de Héctor Cámpora.[1]
En realidad, sin darnos cuenta aún, más que empantanados, estábamos en medio de una neblina... En los siete años de mi ausencia, casi ininterrumpidamente, se había desenvuelto en la Argentina, en medio de una secuencia de dictaduras militares, un acumulativo proceso de ascenso de las luchas sociales; que se habían desarrollado de manera crecientemente favorable a las demandas de los sectores más pauperizados y progresistas.
Habían sido años (1966/75) de una enorme fluidez y heterogeneidad en los modos en que las diferentes fracciones de la sociedad se enfrentaban y luchaban por conquistar las formas de su identidad deseada. Difícilmente se podía negar la tendencia al ascenso de las luchas sociales favorables a los sectores más pauperizados; las cuales estaban, a su vez, articuladas y en correspondencia con el surgimiento de las luchas de los sectores más combativos, democráticos, progresistas y radicalizados del país.
Sin embargo, mis discrepancias acerca de la caracterización y evaluación del desenvolvimiento de la lucha de clases (1973/74) eran cada vez mayores con los modos en que muchos de los destacamentos más progresistas, consecuentes y combativos concebían y caracterizaban las condiciones y el desenvolvimiento de sus luchas. Me urgía contar con información y análisis más rigurosos en los cuales fundar y objetivar las razones de mis discrepancias.[2]
Sentía la necesidad de contar con un registro que me permitiera analizar y evaluar los modos y la intensidad del desarrollo del carácter político de la lucha de clases; había estado practicamente empantanado durante casi dos años en la impotencia de no encontrar una medición crucial que me permitiera un análisis del estado de la situación política y social.
En un principio, había intentado registrar de manera sistemática las diferentes expresiones en que se movilizaban los distintos sectores sociales y, muy específicamente y en particular, los sectores obreros: sus huelgas, las tomas de sus lugares de trabajo, sus movilizaciones y manifestaciones callejeras. Pero la información que lograba adolecía siempre de ser incompleta y, consecuentemente, frustraba la posibilidad de alcanzar descripciones y generalizaciones rigurosas acerca del orden de su significación.
No fue sino hasta los primeros meses de 1975 que tomé conciencia de que estábamos inmersos en una neblina cotidiana y permanente, que nos impedía darnos cuenta de que, justamente, lo urgente era tomar conocimiento de la identidad y del modo de existencia de esa neblina, ¡y no darlos por supuestos!
Vivíamos rodeados de confrontaciones armadas en forma creciente y ya nos habíamos acostumbrado, imperceptiblemente y a pesar de los temores que provocaban, a normalizarlas, en tal grado, que no nos habíamos dado cuenta de que estábamos prisioneros de lógicas contrastantes, pero cómplices todas ellas, en última instancia, de un error.
Eramos prisioneros de un profundo, grave y costoso error que habría de repercutir más tarde en el campo de los sectores más pauperizados y progresistas; convivíamos con esa situación y manteníamos con ella, sin saberlo, una relación de ajenidad que corría el riesgo de tornarse suicida:
¡carecíamos de una conciencia consensuada de nuestra situación de guerra! [3]
Mi decisión fue, en consecuencia, concentrar la mirada sobre los modos y las formas predominantes que había tomado la lucha social y política, particularmente la violencia que signaba los enfrentamientos políticos, cuyo carácter y magnitud trazaban cada vez con más pertinencia la figura de una lucha armada.
Había, pues, que comprender las razones, las formas y las tendencias de esos procesos, es decir, desentrañar la orientación que tomarían y tratar de conjeturar acerca de su marcha.
La relación con los hechos armados
A partir de ese momento, mayo de 1975, el propósito fue transformar la relación de conocimiento con lo inmediato en aquellos aspectos que habían revelado su precariedad; ese conocimiento, que se había ampliado, tenía que ser reorganizado como un observable standarizado de manera sistemática y reiterativa:
la unidad de registro, el "hecho armado", se constituía a partir de una localización y codificación de las noticias de prensa referidas a los hechos de armas.
Esto permitía materializar una objetivación exploratoria inicial de manera sistemática y constitutirla en una base de datos, la cual era instalada, virtual y analógicamente, como una modelización parcial de gran parte de lo que en la realidad del país sucedía con una complejidad cada vez más significativa. Esta base de datos llegó a contar con el registro codificado de unos ocho mil quinientos nueve hechos armados, que se produjeron a lo largo de esos casi tres años de gobierno constitucional.[4]
Más tarde intentaríamos, mediante el análisis de sus relaciones, desentrañar y conocer su orden y estructuración interna como proceso, con la idea de que su reconocimiento incidiera en su transformación: que ese conjunto de hechos armados asumiera una identidad nueva, pasible de ser escalada, permitiéndonos retornar e reinstalarnos en su orden de origen, para, subvirtiéndolo, intentar su transformación.
No obstante la fuerza de la demanda y la urgencia de lo inmediato, había que tener claro que la investigación se internaba en un proceso de muy larga duración.[5]
Los hechos armados durante ese período constitucional (1973/76), constituyeron el territorio de observación y de reflexión que investigamos para poder conocer, estudiar e incidir en su significado y desenvolvimiento.[6]
Desde nuestra perspectiva inicial, considerábamos que en ese período comenzaba y se cerraba un ciclo de la vida política: gran parte del pueblo, y en particular los obreros, habían logrado poner fin a una proscripción legal de su identidad y ciudadanía política. Más tarde, comprenderían que el precio que la sociedad política exigiría e impondría a esas mayorías obreras como pago, sería la renuncia a su autonomía en la identidad y solidaridad de clase.
Con más claridad, comprenderíamos luego que, en realidad, en ese período, también se iniciaba y se desplegaba un tramo de la indeterminación del carácter social de la vida e individualidad política de los ciudadanos.
Recordemos que con la recuperación de la ciudadanía política (1973) que otorgó el gobierno de la dictadura militar, que había comenzado en 1966, se desencadenó un proceso social que instaló en la sociedad argentina un tramo de bifurcación que amenazó, inmediata y simultáneamente, con dos alternativas que se excluían mutuamente:
por un lado, el desenvolvimiento de una crisis de la identidad social de la ciudadanía y, con ello, el inicio de la crisis del carácter político del orden social de los ciudadanos;
y por otro, como alternativa a los ciudadanos, se inició la búsqueda de un reordenamiento del orden social como recuperación política de la crisis de la identidad política de los ciudadanos.
En síntesis, ante la amenaza cierta de un proceso en marcha que evidenciaba una crisis de la conciencia moral de la ciudadanía de los obreros, se desencadenó una crisis de su anterior individualidad política, acelerándose de ese modo una crisis del doble carácter social y político del ejercicio de su ciudadanía, y, en consecuencia, una amenaza de crisis para el orden social dominante.[7]
En realidad, lo que el genocidio finalmente aniquiló -mediante la destrucción de miles cuerpos de desaparecidos y la construcción de ese nuevo objeto epistémico que fue el desaparecimiento- fueron las infinitas relaciones sociales solidarias que se habían tejido entre quienes habían combatido a las dictaduras militares y habían compartido durante todo el período anterior, de muy diversas maneras, sus luchas contra las sistemáticas violaciones a los derechos políticos de la ciudadanía.
Las fuertes y aparentes diferencias sociales entre quienes compartían la combatividad de la lucha libertaria, se mostrarían -cada vez más, y a partir de la crisis política de la dictadura militar (1973)- como diferencias instaladas en una imagen virtual de la realidad, reproducida obstinada y reiterativamente por la moral de una conciencia burguesa. La ruptura, la crisis y el descentramiento de esa conciencia burguesa, tendrían un efecto en las mayorías ciudadanas: la revelación de su pertenencia a una humanidad homogeneizada en su identidad de expropiados.
En esa territorialidad, generada por el avance de una crisis de la conciencia burguesa en los sectores mayoritarios y populares, se instala la subversión; es decir, la determinación ciudadana de continuar justicieramente sus luchas igualitarias. Lo hacen a partir de un conocimiento embrionario y precario, acumulado por las humildes experiencias de sus recientes luchas políticas; gestadas -la mayoría de ellas- en la lucha contra las condiciones de las dictaduras políticas del período anterior, que eran militarmente represivas pero incapaces aún, en esa época, de un genocidio.[8]
La subversión constituía el más grande obstáculo a la determinación del reordenamiento económico y social de la Argentina, desde la perspectiva (1973/75) de los más grandes y poderosos capitalistas.
El libro que a continuación presentamos intentó ser un esfuerzo conciente por adelantarse y alertar a los iguales acerca de la iniciación y tendencia de un proceso -para nosotros, en ese momento, inequívoco e irreversible-:
la determinación de guerra de exterminio que habían tomado los sectores más grandes, concentrados y poderosos de los capitalistas argentinos ante la crisis de sus modos de acumulación capitalista.
Decisión que asumieron una vez que lograron el grado de consenso moral del conjunto de la sociedad capitalista; es decir, la determinación legistativa y judicial que asumió sus limitaciones y en consecuencia convocó al Estado a la guerra de aniquilamiento.
El estado de guerra, la determinación de guerra del Estado, no fueron captados en sus verdaderos alcances por la sensibilidad y la conciencia de la gran mayoría de los combatientes del pueblo subversivo.
Esa ignorancia, en ellos y en el conjunto de la sociedad argentina, ¡habría de tener un precio altísimo y tremendo!
Fue tan intensa esa "ajenidad", que aún hoy pareciera que las luchas sociales y políticas permanecen en esa ignorancia fantasmal.
El reconocimiento del carácter institucional de la determinación genocida, de esa decisión que no sólo fue legislativa, es crucial. Hasta que la sociedad política argentina no tome una conciencia crítica de esa amplia y profunda decisión estatal, y no sólo parlamentaria, de nada servirá condenar a las FFAA exigiéndoles una expiación.
¿De qué se las puede acusar?, ¿de aprovecharse de la obediencia debida?
¿De hacerse cargo de las tareas sucias que los representantes de la sociedad política del capitalismo argentino les ordenó, y el resto de la sociedad capitalista les legitimó?
No es la payasada de una reelección presidencial lo que tendría que haber quitado el sueño a una sociedad política que buscaba una nueva identidad constitucional, sino la urgencia por disipar la espesa niebla que nos cubre y, con más luz, asumir, con una determinación a la altura de lo que se descubre, la determinación de la desobediencia debida a toda orden de inhumanidad. Esta sería la respuesta, quizás tardía, pero contundente, a la masacre que se ejerció sobre los argentinos más morales y combativos, y una manera de rendir el único y gran homenaje a las luchas de nuestro pueblo.
Debemos ser capaces de sensibilizarnos ante cualquier acto de inhumanidad, y tratar de que la desobediencia debida sea la respuesta de todo nuestro pueblo:
¡una moral de la autonomía se forja cuando se comprende, y se aprende, que hay que desobedecer toda orden de inhumanidad!
La acumulación primaria del genocidio
Este modesto libro, al cual cada vez, sin modestia, respeto más, fue escrito en Cuernavaca (México), como resultado de una empresa colectiva iniciada en Argentina a mediados de 1975 y finalizada durante 1977; su texto fue presentado de muy diferentes maneras, con variantes en cada caso, especialmente en México y en Argentina, desde fines del setenta hasta mediados del ochenta.[9]
El ejercicio de investigación que significó este libro se inscribió en un esfuerzo por conocer y comprender una parte, al menos, de lo que sucedía en la Argentina durante un período que, aún hoy, es encubierto y mistificado a voluntad por quienes todavía detentan el más formidable y arbitrario uso monopolizado de la violencia en este territorio.
Han pasado veinte años desde que fuera concebido y escrito; sin embargo, el pasado, paradójicamente, sigue sucediendo.
Nuestro estudio se focaliza en el período transcurrido entre mayo de 1973 y marzo de 1976, un intervalo constitucional interrumpido por el inicio de una dictadura militar (marzo/1976); período que podríamos identificar y conceptualizar como el de una acumulación primaria de lo que en su reproducción ampliada constituiría posteriormente el último y más descomunal genocidio ocurrido en nuestro país (1976/83).
Con la ingenuidad, ignorancia y urgencia que suelen regir su lógica, los genocidas vivieron y asumieron sus acciones como una solucion definitiva y final para los males que aquejaban la cotidianeidad moral y la subjetividad capitalista de gran parte de la ciudadanía argentina. De este período, de la puesta en práctica y ejecución de la decisión final, estrictamente un genocido, han pasado alrededor de diez años.[10]
Cabe aquí una advertencia útil: ante la amenaza - que suele dejar de serlo para convertirse en realidad con demasiada frecuencia - de que lo ya pasado sea frivolizado y normalizado, sería un error imperdonable poner en duda la eficacia inmediata que tuvo el remedio genocida:
lo que la sociedad capitalista argentina buscaba con el consenso y bajo la dirección de los grandes capitalistas lo logró, ¡y con creces!
Basta observar cuál ha sido el comportamiento y la indefensión de la sociedad política en este país en la última década.
El conjunto de la sociedad capitalista en la Argentina aniquiló miles de personas para destruir las relaciones de clase que a lo largo de los ultimos cien años, trabajosa, contradictoria y largamente, habían logrado instalarse entre la mayoría de los obreros en la argentina.[11]
El terror que sembró y cultivó la política genocida en el conjunto de la sociedad, dirigida por la oligarquía de los más grandes capitalistas, también sirvió más tarde para facilitar la tregua que necesitaron los cuadros de las FFAA de la sociedad capitalista.
Recordemos que en 1983, ante la crisis y el derrumbe de la dictadura militar, como consecuencia de su derrota por una potencia extranjera, sus jefes transfirieron el manejo del Estado a un proceso de recomposición constitucionalista; a cambio, el conjunto de la sociedad política otorgó a las FFAA la tregua y el perdón que necesitaban para su recuperación, evitando así la amenaza de una descomposición catastrófica y definitiva de su institucionalidad.[12]
Es importante reiterar, aclarar nuevamente, que nuestro ejercicio de investigación se produjo en la antesala de ese proceso, en el período (1973/76) que hemos dado en llamar la etapa de la acumulación primaria del genocidio [13]. Los resultados de los primeros análisis fueron escritos en momentos en que aún no era posible observar y mucho menos aún demostrar en forma directa e inmediata el desenvolvimiento, la ejecución y resultante plenos del proceso genocida, aunque sí sus primeros efectos de terror sobre gran parte de la sociedad.[14]
Para el espíritu del conjunto de la sociedad capitalista, asumir la decisión del genocidio y corresponzabilizarse no fue fácil, ciertamente no por razones morales, sino, sobre todo, por la complejidad que implicaba su implementación y ejecución.
No debemos olvidar que gracias al desarrollo de las formas culturales que asumieron las luchas sociales y políticas, a lo largo de este último siglo en el mundo capitalista, se impuso una lógica y se forjó una moral de inhumanidad que ayudó a la oligarquía de los grandes capitalistas a encontrar las soluciones instrumentales necesarias para llevar a cabo su decisión genocida.
El exterminio de poblaciones comenzó a ser cada vez más la lógica natural de los modos de resolución y recuperación de las crisis económicas y sociales desencadenadas por la expansión creciente a escala mundial de las relaciones sociales capitalistas, resueltas (!?) -todas ellas- desde la perspectiva, hegemonía y dominio impuestos por el uso de la violencia de los sectores propietarios más concentrados y monopolistas del capitalismo.
Buenos Aires,agosto de 1995.
NOTAS
[1] Había regresado a la Argentina en diciembre de 1973, después de haber vivido en Chile desde fines de 1966 hasta 1973. Por lo tanto, cuando llegué ya se había producido el traspaso del poder presidencial a Juan Domingo Perón, a partir de las previas nuevas elecciones que convocara el gobierno de Héctor Cámpora.
[2] Cuando regresé a la Argentina, a fines del 73, me sumergí inmediatamente en tareas de solidaridad con la lucha libertaria, democrática y antidictatorial del pueblo de Chile. Ello me articuló, casi mecánicamente, con la mayoría de los combatientes argentinos que desempeñaban diversas tareas solidarias en relación a la lucha del pueblo chileno por su libertad. Poco a poco, la lucha -en sus metas- en los dos frentes (Chile y Argentina) era una y la misma: la lucha libertaria, igualitaria y democrática contra la política militar de la gran burguesía del cono sur. Pero, ni la identidad ni las condiciones de los contendientes, en cada frente, eran las mismas; obedecían a largas, complejas y diferentes historias sociales y políticas de la sociedad y la cultura de ambos territorios.
[3] Aún hoy en día ése sigue siendo el talón de Aquiles que vulnera la posibilidad de constitución de una fuerza social capaz de recuperar la moral revolucionaria, de expresarse y de trascender políticamente en la vida nacional.
[4] Sucedieron durante el período que comenzó en mayo de 1973 y terminó abruptamente en marzo de 1976, es decir la totalidad de un período de gobierno civil constitucionalmente elegido por el sufragio del pueblo. El registro y codificación del material se restringió sólo al diario La Razón, después de haber comprobado, comparativamente, que su nivel de información en las noticias referidas eran más exhaustivas que en el resto de la prensa.
[5] "Cierto es que el arma de la crítica no puede suplir a la crítica de las armas, que el poder material tiene que ser derrotado por el poder material, pero también la teoría se convierte en poder material cuando prende en las masas. Y la teoría puede prender en las masas a condición de que argumente y demestre ad hominen, para lo cual tiene que hacerse una crítica radical. Ser radical es atacar el problema por la raíz. Y la raíz, para el hombre, es el hombre mismo." Marx, K. En torno a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel; Introducción; [1834-1844], Escritos de juventud, Obras fundamentales, tomo 1, Editorial Fondo de Cultura Económica, México, 1982. p. 497.
[6] En junio de 1975 me trasladé inicialmente a Europa y luego, a partir de marzo de 1976 a México, donde permanecí hasta 1984, año en que regresé a la Argentina.
[7] La crisis de la moral burguesa de los obreros configuró un tramo prerrevolucionario; lo que la sociedad capitalista llamó "subversion", era más una sintomatología de la crisis del orden social que una determinación buscada concientemente por la disconformidad ciudadana de los obreros. La tesis de la subversión que manejó la sociedad capitalista en su conjunto, confirió legalidad institucional al desencadenamiento de una guerra de exterminio preventiva inmediata.
[8] Ciertamente, esa presunta incapacidad estaba determinada por las restricciones que imponían las condiciones políticas dominantes en ese período; pero damos por supuesto, en el carácter capitalista de la moral burguesa, la existencia crónica de una cultura genocida, atributo sustantivo de toda clase que deviene dominante y humanamente excluyente.
[9] Gracias a la contribución de muchas personas - anónimas en su mayoría-, de Argentina, Inglaterra y México, que desinteresadamente y de muy diferentes maneras intervinieron en cada una de las etapas del trabajo, pude dirigir y llevar a cabo la investigación de base. Aquel avance preliminar gestado entre muchos confiere a este libro el carácter de una voz de conjunto, que habla por muchos.
[10] Hay que tener presente la evalución que tiene la dirección de las FFAA de su desempeño durante ese período y el modo en que reiteradamente valoran sus acciones: no sólo jamás han renegado de su determinación genocida sino que la asumen con soberbia, pero también con ignorancia, fundadas ambas en el hecho mismo de detentar, hasta el presente, el monopolio exclusivo de la violencia.
[11] No creemos que el genocidio haya sido "una tarea de unos pocos en detrimento de una mayoría"; presumiblemente fue todo lo contrario, ¡una formidable e inmensa empresa de muchos en detrimento de unos pocos!
[12] Los procesos de índole y complejidad diversa que se constituyeron con el fin de crear una ignorancia conciente, una justificación, un perdón, un olvido, un indulto y, finalmente, una glorificación de los genocidas (palabras de Menem), y de todas las aberraciones y actos de inhumanidad que protagonizó la sociedad capitalista, es un campo cuyo reconocimiento y análisis en profundidad apenas comienza a revelar sus oscuridades. Recordemos las reflexiones de Noam Chomsky ante las racionalizaciones de la sociedad norteamericana sobre la política genocida en Vietnam; así como también, la capacidad de los genocidas para recuperarse de su derrota, que posibilitó más tarde el triunfo de Ronald Reagan en la década del ochenta, ¡cuando llegó a glorificarse el desempeño de EEUU en la llamada "segunda guerra mundial" contra el nazismo y el fascismo!
[13] Como se verá expuesto a lo largo de la primera parte de este libro, el proceso ascendente del desarrollo de la lucha de clases en la Argentina puede ser periodizado en relación a lo que finalmente cierra el ciclo de ese desenvolvimiento mediante la articulación entre el genocidio y la derrota de la guerra de las Malvinas (la frustración del salto cualitativo del capitalismo argentino). El período constitucional finalmente interrumpido que comienza en mayo de 1973 con el retorno de Juan Domingo Perón a la presidencia, y termina en marzo de 1976 con el derrocamiento de la presidencia de Isabel Perón por las FFAA, fue ampliamente legitimado por la gran mayoría de los representantes parlamentarios de la ciudadanía argentina. La mayoría parlamentaria de ese período constitucional otorgó legitimidad y legalidad constitucional a las FFAA para lograr el aniquilamiento de las diferentes formaciones políticas que constituían el amplio campo de lo que se denominó la subversión.
[14] La primera parte del libro, de caracter introductorio -en la cual se describen los prejuicios del autor en relación a los antecedentes históricos del período 1973/76- fue escrito poco antes de octubre de 1976; constituía la base de un documento presentado para su discusión en una reunión de científicos sociales latinoamericanos que se realizó en Canadá, Toronto, en octubre de 1976. El resto del material -que constitye lo central y sustantivo del ejercicio investigativo-, fue escrito hacia mediados de 1977.
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