viernes, 6 de abril de 2007

Prólogo a "Los Hechos Armados" ed. 1995

La búsqueda de una medición crucial
por Juan Carlos Marín


Hacia principios de 1975, llevaba empantanado casi dos años, sin lograr descubrir dónde concentrar la mirada que me permitiera una observación de rigor, sistemática y standarizada, acerca de los modos y grados de intensidad en que se desenvolvían las luchas sociales durante ese nuevo período político; el cual, recordemos, había comenzado en mayo de 1973, con el inicio de una nueva etapa de recupe­ra­ción constitu­cional después del triunfo electoral de la candidatura presidencial de Héctor Cámpora.
[1]

En realidad, sin darnos cuenta aún, más que empantana­dos, estába­mos en medio de una nebli­na... En los siete años de mi ausencia, casi ininterrumpidamente, se había desenvuelto en la Argen­ti­na, en medio de una secuencia de dictaduras milita­res, un acumu­lativo proceso de ascenso de las luchas sociales; que se habían desarrollado de manera crecientemen­te favora­ble a las demandas de los sectores más pauperizados y progresistas.

Habían sido años (1966/75) de una enorme fluidez y heteroge­neidad en los modos en que las dife­rentes fracciones de la socie­dad se enfrentaban y luchaban por conquistar las formas de su identi­dad deseada. Difícilmente se podía negar la tendencia al ascenso de las luchas sociales favorables a los sectores más pauperiza­dos; las cuales estaban, a su vez, articu­ladas y en corresponden­cia con el surgimiento de las luchas de los sectores más combati­vos, democrá­ticos, pro­gresistas y radicaliza­dos del país.

Sin embargo, mis discrepancias acerca de la caracterización y evaluación del desenvolvimiento de la lucha de clases (1973/74) eran cada vez mayores con los modos en que muchos de los destaca­men­tos más progresis­tas, consecuentes y combativos conce­bían y caracte­riza­ban las condi­ciones y el de­senvolvimiento de sus lu­chas. Me urgía contar con información y análi­sis más rigurosos en los cuales fundar y objetivar las razones de mis discrepan­cias.
[2]

Sentía la necesidad de contar con un registro que me permi­tiera anali­zar y evaluar los modos y la intensidad del desarrollo del carácter político de la lucha de clases; había estado practi­camente empantanado durante casi dos años en la impotencia de no encon­trar una medición cru­cial que me permitiera un análi­sis del estado de la situación política y social.

En un principio, había intentado registrar de manera sis­temática las diferentes expresiones en que se moviliza­ban los distintos secto­res sociales y, muy específica­mente y en particu­lar, los sectores obre­ros: sus huelgas, las tomas de sus lugares de trabajo, sus movili­zacio­nes y manifestaciones calleje­ras. Pero la información que lograba adolecía siem­pre de ser incomple­ta y, consecuentemente, frustraba la posibilidad de alcanzar descrip­ciones y genera­lizacio­nes rigurosas acerca del orden de su significa­ción.

No fue sino hasta los prime­ros meses de 1975 que tomé conciencia de que estábamos inmersos en una neblina cotidiana y permanente, que nos impedía darnos cuenta de que, justa­mente, lo urgente era tomar conocimiento de la iden­tidad y del modo de existencia de esa neblina, ¡y no darlos por supuestos!

Vivíamos rodeados de confrontaciones armadas en forma creciente y ya nos habíamos acostumbrado, imperceptiblemente y a pesar de los temores que provocaban, a normalizarlas, en tal grado, que no nos habíamos dado cuenta de que está­bamos prisioneros de lógicas con­trastantes, pero cómplices todas ellas, en última instancia, de un error.

Eramos prisioneros de un profundo, grave y costoso error que habría de repercutir más tarde en el campo de los secto­res más pauperi­zados y progresis­tas; convivía­mos con esa situa­ción y mantenía­mos con ella, sin saberlo, una relación de ajeni­dad que corría el riesgo de tornarse suicida:

¡care­cíamos de una conciencia consensuada de nuestra situación de guerra!
[3]

Mi deci­sión fue, en consecuencia, concentrar la mirada sobre los modos y las formas predominantes que había tomado la lucha social y políti­ca, particularmente la violencia que signaba los enfrentamientos políticos, cuyo carácter y magnitud trazaban cada vez con más pertinencia la figura de una lucha armada.

Había, pues, que comprender las razones, las formas y las tendencias de esos procesos, es decir, desentrañar la orien­tación que tomarían y tratar de conjeturar acerca de su marcha.



La relación con los hechos armados


A partir de ese momento, mayo de 1975, el propósito fue transformar la relación de conoci­miento con lo inme­diato en aquellos aspectos que habían revelado su precariedad; ese conocimiento, que se había ampliado, tenía que ser reor­ganizado como un obser­vable standarizado de manera sistemáti­ca y reiterati­va:

la unidad de regis­tro, el "hecho arma­do", se constituía a partir de una localización y codificación de las noti­cias de prensa referidas a los hechos de armas.

Esto permitía mate­rializar una objeti­va­ción explorato­ria inicial de manera sistemática y constitutirla en una base de datos, la cual era instalada, virtual y analógi­camente, como una modeli­zación parcial de gran parte de lo que en la realidad del país sucedía con una complejidad cada vez más significativa. Esta base de datos llegó a contar con el registro codificado de unos ocho mil quinientos nueve hechos armados, que se produjeron a lo largo de esos casi tres años de gobierno constitucional.
[4]

Más tarde inten­taríamos, mediante el análisis de sus rela­ciones, desen­trañar y conocer su orden y estruc­turación inter­na como proceso, con la idea de que su reconoci­miento incidiera en su transfor­mación: que ese conjunto de hechos armados asumiera una identi­dad nueva, pasible de ser escala­da, per­mitién­donos retor­nar e reinstalarnos en su orden de ori­gen, para, subvirtién­dolo, intentar su transfor­ma­ción.

No obstante la fuerza de la demanda y la urgen­cia de lo in­mediato, había que tener claro que la investigación se inter­naba en un proceso de muy larga duración.
[5]

Los hechos armados durante ese período constitucional (1973/76), consti­tuye­ron el terri­to­rio de observa­ción y de refle­xión que investigamos para poder conocer, estu­diar e incidir en su significado y desen­volvimiento.
[6]

Desde nuestra perspectiva inicial, considerábamos que en ese período comenzaba y se cerra­ba un ciclo de la vida política: gran parte del pueblo, y en parti­cular los obreros, habían logra­do poner fin a una pros­cripción legal de su identidad y ciudada­nía políti­ca. Más tarde, comprenderían que el precio que la sociedad política exigiría e impondría a esas mayorías obre­ras como pago, sería la renuncia a su autonomía en la identi­dad y solidari­dad de clase.

Con más clari­dad, comprenderíamos luego que, en realidad, en ese período, tam­bién se iniciaba y se desplegaba un tramo de la inde­termi­na­ción del carác­ter social de la vida e individualidad política de los ciuda­danos.

Recordemos que con la recuperación de la ciudadanía política (1973) que otorgó el gobierno de la dictadura militar, que había comenzado en 1966, se de­sencadenó un proceso social que instaló en la socie­dad argentina un tramo de bifurca­ción que amenazó, inmediata y simul­táneamen­te, con dos alternati­vas que se excluían mutuamente:

por un lado, el desen­volvimiento de una crisis de la iden­ti­dad social de la ciudadanía y, con ello, el inicio de la crisis del carácter políti­co del orden social de los ciudada­nos;

y por otro, como alterna­tiva a los ciudadanos, se inició la búsque­da de un reorde­namiento del orden social como recupe­ración políti­ca de la cri­sis de la iden­tidad política de los ciudadanos.

En síntesis, ante la amenaza cierta de un proceso en marcha que evidenciaba una crisis de la conciencia moral de la ciudada­nía de los obreros, se desen­ca­denó una crisis de su anterior individuali­dad política, acelerándose de ese modo una crisis del doble carác­ter social y político del ejercicio de su ciudada­nía, y, en conse­cuencia, una amenaza de crisis para el orden social dominan­te.
[7]

En realidad, lo que el genocidio finalmente aniquiló -mediante la destrucción de miles cuerpos de desaparecidos y la construcción de ese nuevo objeto epistémico que fue el desapare­cimiento- fueron las infinitas relacio­nes sociales solida­rias que se habían tejido entre quienes habían combatido a las dictaduras militares y habían compartido durante todo el período anterior, de muy diver­sas mane­ras, sus luchas contra las sistemá­ticas violaciones a los derechos políti­cos de la ciuda­danía.

Las fuertes y aparentes diferen­cias sociales entre quienes compar­tían la combatividad de la lucha libertaria, se mostra­rían -cada vez más, y a partir de la crisis política de la dictadura militar (1973)- como diferen­cias instaladas en una imagen virtual de la reali­dad, reprodu­ci­da obstinada y reiterati­vamente por la moral de una conciencia burguesa. La ruptura, la crisis y el descentramiento de esa con­ciencia burguesa, tendrían un efecto en las mayorías ciuda­danas: la revelación de su per­tenencia a una humani­dad homoge­neiza­da en su identi­dad de expropiados.

En esa territorialidad, generada por el avance de una crisis de la con­cien­cia burguesa en los sectores mayoritarios y popula­res, se instala la subversión; es decir, la determinación ciuda­dana de continuar justicieramente sus luchas igualitarias. Lo hacen a partir de un conocimiento em­briona­rio y precario, acumu­la­do por las humildes experiencias de sus recientes luchas políti­cas; gestadas -la mayoría de ellas- en la lucha contra las condi­ciones de las dictaduras políticas del período anterior, que eran mili­tar­mente represivas pero inca­paces aún, en esa época, de un genoci­dio.
[8]

La subversión constituía el más grande obstáculo a la deter­minación del reordenamiento económico y social de la Argentina, desde la perspectiva (1973/75) de los más grandes y poderosos capitalistas­.

El libro que a continuación presentamos intentó ser un es­fuerzo conciente por adelantarse y alertar a los iguales acerca de la iniciación y tendencia de un proceso -para nosotros, en ese momento, inequívoco e irre­versi­ble-:

la determi­nación de guerra de extermi­nio que habían tomado los secto­res más gran­des, concentra­dos y podero­sos de los capitalistas ar­gentinos ante la crisis de sus modos de acumula­ción capitalis­ta.

Decisión que asumieron una vez que lograron el grado de consenso moral del conjunto de la sociedad capitalista; es decir, la determina­ción legistativa y judicial que asumió sus limitacio­nes y en consecuencia convocó al Estado a la guerra de aniquila­miento.

El estado de guerra, la determinación de guerra del Estado, no fueron captados en sus verdaderos alcances por la sensibilidad y la conciencia de la gran mayoría de los combatien­tes del pueblo subversivo.

Esa ignorancia, en ellos y en el conjunto de la sociedad argenti­na, ¡habría de tener un precio altísimo y tremen­do!

Fue tan intensa esa "ajenidad", que aún hoy pareciera que las luchas sociales y políticas permanecen en esa ignoran­cia fantas­mal.

El reconocimiento del carácter institucional de la deter­mina­ción genocida, de esa decisión que no sólo fue legislativa, es crucial. Hasta que la sociedad política argentina no tome una conciencia crítica de esa amplia y profunda deci­sión estatal, y no sólo parlamentaria, de nada servirá condenar a las FFAA exigiéndoles una expiación.

¿De qué se las puede acu­sar?, ¿de aprovecharse de la obedien­cia debida?

¿De hacerse cargo de las tareas sucias que los representan­tes de la sociedad política del capitalismo argentino les ordenó, y el resto de la sociedad capitalista les legitimó?

No es la payasada de una reelección presidencial lo que tendría que haber quitado el sueño a una sociedad política que buscaba una nueva identidad constitucional, sino la urgencia por disipar la espesa niebla que nos cubre y, con más luz, asumir, con una deter­minación a la altura de lo que se descubre, la determinación de la desobe­diencia debida a toda orden de inhuma­nidad. Esta sería la respuesta, quizás tardía, pero contundente, a la masacre que se ejerció sobre los argentinos más morales y combativos, y una manera de rendir el único y gran homenaje a las luchas de nuestro pueblo.


Debemos ser capaces de sensibilizarnos ante cualquier acto de inhumanidad, y tratar de que la desobedien­cia debida sea la respuesta de todo nuestro pueblo:

¡una moral de la autonomía se forja cuando se comprende, y se aprende, que hay que desobedecer toda orden de inhumanidad!



La acumulación primaria del genocidio


Este modesto libro, al cual cada vez, sin modestia, respeto más, fue escrito en Cuerna­vaca (México), como resultado de una empresa colec­tiva inicia­da en Argentina a mediados de 1975 y finalizada durante 1977; su texto fue presentado de muy diferen­tes maneras, con variantes en cada caso, especial­men­te en México y en Argen­tina, des­de fines del setenta hasta mediados del ochenta.
[9]

El ejercicio de investigación que significó este libro se inscribió en un esfuerzo por conocer y comprender una parte, al menos, de lo que suce­día en la Argentina durante un período que, aún hoy, es encubierto y mistificado a volun­tad por quienes todavía deten­tan el más formi­dable y arbitrario uso mono­poliza­do de la violen­cia en este territo­rio.

Han pasado veinte años des­de que fuera concebido y escrito; sin embargo, el pasado, paradójicamente, sigue sucediendo.

Nuestro estudio se focaliza en el período trans­currido entre mayo de 1973 y marzo de 1976, un intervalo constitu­cional inte­rrumpido por el inicio de una dicta­du­ra militar (marzo/1976); pe­ríodo que podría­mos identi­fi­car y conceptualizar como el de una acumula­ción prima­ria de lo que en su repro­duc­ción am­pliada cons­tituiría posteriormente el último y más descomunal genoci­dio ocurrido en nuestro país (1976/­83).

Con la ingenuidad, ignorancia y urgencia que suelen regir su lógica, los genocidas vivieron y asumieron sus acciones como una solucion definitiva y final para los males que aquejaban la cotidianeidad moral y la subje­ti­vidad capitalis­ta de gran parte de la ciudada­nía argen­tina. De este período, de la puesta en prác­tica y ejecución de la decisión final, estrictamente un genocido, han pasado alrededor de diez años.
[10]


Cabe aquí una advertencia útil: ante la amenaza - que suele dejar de serlo para convertirse en realidad con demasiada fre­cuencia - de que lo ya pasado sea frivolizado y normalizado, sería un error imper­donable poner en duda la eficacia inmediata que tuvo el remedio genocida:

lo que la sociedad capitalista argen­tina buscaba con el con­senso y bajo la dirección de los grandes capita­lis­tas lo logró, ¡y con creces!

Basta observar cuál ha sido el compor­tamiento y la inde­fensión de la socie­dad política en este país en la última década.

El conjunto de la sociedad capitalista en la Argen­tina ani­quiló miles de personas para des­truir las relacio­nes de clase que a lo largo de los ultimos cien años, tra­bajosa, contra­dicto­ria y largamente, habían logrado ins­talarse entre la mayoría de los obre­ros en la argentina.
[11]

El terror que sembró y cultivó la política genocida en el con­junto de la socie­dad, dirigi­da por la oligar­quía de los más gran­des capitalis­tas, también sirvió más tarde para facilitar la tregua que necesi­taron los cuadros de las FFAA de la sociedad capitalista.

Recordemos que en 1983, ante la crisis y el derrumbe de la dicta­dura militar, como conse­cuencia de su derrota por una poten­cia extran­jera, sus jefes transfi­rieron el manejo del Esta­do a un proceso de recompo­sición constitu­ciona­lis­ta; a cambio, el conjun­to de la sociedad política otorgó a las FFAA la tregua y el perdón que necesi­taban para su recupe­ra­ción, evitando así la amenaza de una descom­posición catas­trófica y definitiva de su institucio­na­lidad.
[12]

Es importante reiterar, aclarar nuevamente, que nuestro ejerci­cio de investigación se produjo en la antesala de ese proceso, en el período (1973/76) que hemos dado en lla­mar la etapa de la acumula­ción prima­ria del genoci­dio
[13]. Los resul­tados de los prime­ros análi­sis fueron escritos en momentos en que aún no era posible obser­var y mucho menos aún demostrar en forma directa e inmedia­ta el desenvolvimiento, la ejecución y resultan­te plenos del pro­ceso genocida, aunque sí sus primeros e­fectos de terror sobre gran parte de la sociedad.[14]


Para el espíritu del conjunto de la sociedad capitalista, asumir la decisión del genocidio y correspon­zabilizarse no fue fácil, ciertamente no por razones morales, sino, sobre todo, por la complejidad que implicaba su implemen­tación y ejecución.

No debemos olvidar que gracias al desarrollo de las formas culturales que asumie­ron las luchas sociales y políticas, a lo largo de este último siglo en el mundo capitalista, se impuso una lógica y se forjó una moral de inhuma­ni­dad que ayudó a la oligar­quía de los grandes capita­listas a encontrar las solu­ciones instru­men­tales necesa­rias para llevar a cabo su deci­sión genoci­da.

El exter­minio de pobla­ciones comenzó a ser cada vez más la lógica natural de los modos de resolución y recupe­ración de las crisis económi­cas y sociales desenca­denadas por la expan­sión creciente a escala mundial de las relaciones so­cia­les capitalis­tas, resuel­tas (!?) -todas ellas- desde la perspec­ti­va, hege­monía y dominio impuestos por el uso de la violen­cia de los sectores propietarios más concen­trados y monopo­listas del capita­lismo.

Buenos Aires,agosto de 1995.


NOTAS


[1] Había regresado a la Argentina en diciembre de 1973, des­pués de haber vivido en Chile desde fines de 1966 hasta 1973. Por lo tanto, cuando llegué ya se había producido el traspaso del poder presidencial a Juan Domingo Perón, a partir de las previas nuevas eleccio­nes que convocara el gobierno de Héctor Cámpora.

[2] Cuando regresé a la Argentina, a fines del 73, me sumergí inmediatamente en tareas de solidaridad con la lucha libertaria, demo­crática y antidicta­to­rial del pueblo de Chile. Ello me arti­culó, casi mecánicamente, con la mayoría de los comba­tien­tes argen­tinos que desem­peñaban diversas tareas solida­rias en rela­ción a la lucha del pueblo chileno por su libertad. Poco a poco, la lucha -en sus metas- en los dos frentes (Chile y Argen­tina) era una y la misma: la lucha libertaria, igualita­ria y democrá­tica contra la polí­tica militar de la gran burguesía del cono sur. Pero, ni la identidad ni las condicio­nes de los conten­dientes, en cada frente, eran las mismas; obedecían a largas, complejas y diferen­tes historias sociales y políticas de la sociedad y la cultura de ambos terri­to­rios.

[3] Aún hoy en día ése sigue siendo el talón de Aquiles que vulnera la posibilidad de constitución de una fuerza social capaz de recuperar la moral revolucionaria, de expresarse y de tras­cender políticamente en la vida nacional.

[4] Sucedieron du­rante el período que comenzó en mayo de 1973 y terminó abruptamente en marzo de 1976, es decir la totalidad de un período de gobierno civil constitucional­mente elegido por el sufragio del pueblo. El registro y codificación del material se restringió sólo al diario La Razón, después de haber comprobado, comparativamente, que su nivel de información en las noticias referidas eran más exhausti­vas que en el resto de la prensa.

[5] "Cierto es que el arma de la crítica no puede suplir a la crítica de las armas, que el poder material tiene que ser derrotado por el poder material, pero también la teoría se convierte en poder material cuando prende en las masas. Y la teoría puede prender en las masas a condición de que argumente y demestre ad hominen, para lo cual tiene que hacerse una crítica radical. Ser radical es atacar el problema por la raíz. Y la raíz, para el hombre, es el hombre mismo." Marx, K. En torno a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel; Introducción; [1834-1844], Escritos de juventud, Obras fundamentales, tomo 1, Editorial Fondo de Cultura Económica, México, 1982. p. 497.


[6] En junio de 1975 me trasladé inicialmente a Europa y luego, a partir de marzo de 1976 a México, donde permanecí hasta 1984, año en que regresé a la Argentina.

[7] La crisis de la moral burguesa de los obreros configuró un tramo prerrevolucionario; lo que la sociedad capitalista llamó "subversion", era más una sintomatología de la crisis del orden social que una determi­nación buscada con­cientemente por la disconformidad ciudadana de los obreros. La tesis de la subver­sión que manejó la sociedad capitalista en su conjunto, con­firió legali­dad institucional al desen­cadenamiento de una guerra de exterminio preventiva inmedia­ta.

[8] Ciertamente, esa presunta incapacidad estaba determinada por las restric­ciones que imponían las condiciones políticas dominantes en ese período; pero damos por supuesto, en el carác­ter capitalista de la moral burgue­sa, la existencia crónica de una cultura genocida, atributo sustan­tivo de toda clase que deviene dominante y humanamente excluyente.

[9] Gracias a la contribución de muchas personas - anónimas en su mayoría-, de Argentina, Inglaterra y México, que desinteresadamente y de muy diferentes maneras intervinieron en cada una de las etapas del trabajo, pude dirigir y llevar a cabo la investigación de base. Aquel avance preliminar gestado entre muchos confiere a este libro el carácter de una voz de conjunto, que habla por muchos.

[10] Hay que tener presente la evalución que tiene la direc­ción de las FFAA de su desempeño durante ese período y el modo en que reiteradamente valoran sus acciones: no sólo jamás han renegado de su determinación genocida sino que la asumen con soberbia, pero también con ignorancia, fundadas ambas en el hecho mismo de detentar, hasta el presente, el monopolio exclusivo de la violen­cia.

[11] No creemos que el genocidio haya sido "una tarea de unos pocos en detrimento de una mayoría"; presumiblemente fue todo lo contrario, ¡una formidable e inmensa empresa de muchos en detri­mento de unos pocos!

[12] Los procesos de índole y complejidad diversa que se constituyeron con el fin de crear una ignorancia conciente, una justificación, un perdón, un olvido, un indulto y, finalmente, una glorificación de los genocidas (palabras de Menem), y de todas las aberraciones y actos de inhumanidad que protagonizó la sociedad capitalista, es un campo cuyo reconocimiento y análisis en profundidad apenas comienza a revelar sus oscuridades. Recor­demos las reflexio­nes de Noam Chomsky ante las raciona­lizaciones de la sociedad norteamericana sobre la política genocida en Vietnam; así como también, la capacidad de los genocidas para recupe­rarse de su derrota, que posibilitó más tarde el triunfo de Ronald Reagan en la década del ochen­ta, ¡cuando llegó a glorifi­carse el desempeño de EEUU en la llamada "segunda guerra mundial" contra el nazismo y el fascismo!

[13] Como se verá expuesto a lo largo de la primera parte de este libro, el proceso ascendente del desarrollo de la lucha de clases en la Argentina puede ser periodizado en relación a lo que finalmente cierra el ciclo de ese desenvolvimiento mediante la articulación entre el genocidio y la derrota de la guerra de las Malvinas (la frustración del salto cualitativo del capitalis­mo argentino). El período constitucional finalmente interrumpido que comienza en mayo de 1973 con el retorno de Juan Domingo Perón a la presidencia, y termina en marzo de 1976 con el derrocamiento de la presidencia de Isabel Perón por las FFAA, fue ampliamente legitimado por la gran mayoría de los representantes parlamenta­rios de la ciudadanía argentina. La mayoría parlamenta­ria de ese período constitucional otorgó legitimidad y legali­dad constitu­cional a las FFAA para lograr el aniquilamiento de las diferentes for­maciones políticas que constituían el amplio campo de lo que se denominó la subversión.

[14] La primera parte del libro, de caracter introductorio -en la cual se describen los prejuicios del autor en relación a los anteceden­tes históricos del período 1973/76- fue escrito poco antes de octubre de 1976; constituía la base de un documento presentado para su discusión en una reunión de científicos sociales latinoamericanos que se realizó en Canadá, Toronto, en octubre de 1976. El resto del material -que constitye lo central y sustan­tivo del ejercicio investi­gativo-, fue escrito hacia me­diados de 1977.

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