martes, 10 de abril de 2007

Sobre "Los Hechos Armados": Presentación

Presentación del libro por Tununa Mercado.


Desde lejos y hace tiempo

"A mediados de 1976 apareció Juan Carlos Marín en la casa que la Comisión Argentina de Solidaridad rentaba en México para reunir a exiliados políticos que habían huido tanto de la persecución y matanza selectivas del gobierno de Isabel Perón, a través de sus fuerzas represivas, la Triple AAA entre otras, como posteriormente del gobierno militar instaurado con el golpe del 76. En ese local funcionaba un llamado Centro de Estudios Argentino Mexicano, cuya intención fue dar cabida a la discusión, la crítica y la especulación acerca de lo que había sucedido o sucedía no sólo en la Argentina, sino en América latina, sin excluir cuestiones teóricas de carácter más universal. Era entonces muy pertinente la presencia de Juan Carlos Marín, con una historia que el azar había querido rica en desplazamientos: argentino en Chile, chileno en Argentina, argentino-chileno en México - ¿mexicano ahora en Argentina? -, si se piensa en el internacionalismo que todavía entonces galardonaba el pensamiento de izquierda.


El título con el que se anunció su seminario: "La violencia en la Argentina entre 1973 y 1974", era lo suficientemente general como para reclutar a un grupo amplio de desterrados. Sin embargo, en la primera sesión éramos sólo seis personas. El título con que se había anunciado la exposición fue muy pronto superado: no había tal violencia, sino una "demasía", es decir la guerra. Entiendo que a partir de ese momento Marín ya se internaba, temerario, en un universo de categorías - y de los vocablos que las acompañan - que habría de causarle no pocos problemas. Por decir guerra asustaba, por decir genocidio pronto sería acallado, por decir aniquilamiento lo excluirían quienes querían poner sobre esas caracterizaciones una venda, cuando no una mordaza. Clausewitz, Marx, Foucault (el de Vigilar y Castigar): Marín los articulaba en un movimiento que nunca se mostró lineal ni se acogió a simplezas dialécticas, y que permitía ver en sus cruces y bifurcaciones, en las emboscadas que desarticulaba y en las trampas que desarmaba, una realidad diferente que permanecía oculta bajo una espesa red de malentendidos y falacias, por designio o voluntad "del enemigo" que, por añadidura, no era discernido en términos de un poder acotado, sino que se diseminaba en infinitos e inesperados agentes.


No era fácil sostenerse en la tensión que esos "cruces" de datos, cifras o estadísticas provocaban; el despliegue de esas construcciones, luego del cual tomaría forma la lucidez para entender los procesos sociales y políticos que nos concernían, ahuyentó a dos o tres de los asistentes que, frente a la urgencia del momento, buscaban respuestas inmediatas. Lo que entonces ya se vislumbraba, entretejido en el discurso de Marín, quizás sólo fuera atendible para ese tipo de personas "paranoides", que sienten fascinación por rastrear la huella de sus enemigos y que, por práctica consecuente, adquieren olfato, agudizan el oído y afinan la percepción para no dejarse sorprender en la noche o, para decirlo mejor, en la niebla o neblina que amenazaban al propio Marín, según el mismo confiesa, en su entendimiento de la guerra de aquellos años.


La estrategia de exterminio se estaba consumando mientras en aquel pizarrón de exilio se trazaban los cuadros que se verán en las páginas que siguen y que revelan aún hoy, y precisamente hoy, no sólo magnitudes, sino desequilibrios inesperados, extrañas correlaciones, evoluciones, en suma, de la lucha de clases, que el paranoide lector "ideal" de este texto sabrá incorporar a la comprensión de fenómenos que acechan y de hechos que se repiten.


Precisamente, si algo acaso aprendimos los dos o tres que finalmente quedamos en ese grupo es un modo de inteligir. Desde el 70, voluntariosamente, algunos habíamos elaborado extensas cronologías de la represión, capacitados más para la denuncia que para un análisis del trasfondo que aquellas delataban. El registro de información había sido acumulativo como suele suceder en una situación defensiva y persecutoria, pero ahora, con nuevos instrumentos, se podía avizorar una lógica que, nunca por arte de magia, podía cambiar el signo: de la inermidad ofendida al pertrechamiento ofensivo (estoy queriendo imitar el estilo Marín, cuya terminología le permite decir, de manera más atinada y sin tapujos pero con entrelíneas, la lógica de la guerra...)


Hubo, pues, acumulaciones en esos años: las listas de víctimas; la cronología de la represión que algunos nos esmerábamos en reconstruir, confiando en que su sola lectura bastaría para golpear a los militares y llegar a la opinión pública; los testimonios de víctimas sobrevivientes de campos de concentración; los relatos de las cárceles, todo un acopio de información, en suma, que habría tener su lugar privilegiado en los organismos defensores de derechos humanos y su máxima utilidad, años después, en el Nunca más.


Este libro se mueve en medio de esos cúmulos; cuando las condensaciones se disipan, permiten ver procesos de crecimiento que hielan la sangre: un genocidio cuyas piezas se ensamblan con una lógica de terror, cuya continuidad parece tener el ritmo de una perfecta relojería, habrá servido para consolidar un monstruo que acaso trastabillaba y, lo que es peor, para darle los visos de normalidad que enmascaran su salvajismo. El modo de discurrir de Marín no es una mecedora, tiene agilidad, se detiene en encrucijadas, incita a buscar ese punto "crucial" de dos líneas que pueda ser interpretante y, ciertamente, exige estar en forma, como puede llegar a estarlo el gimnasta que tiene que dominar el campo para poder emprender y continuar su prueba. La recompensa es grande: cuando la investigación llega al conocimiento, alcanza la ética.


Pero la acumulación que anidaba en el modo de inteligir de Marín, en lo que podríamos llamar sin excedernos su "inteligencia", era un depósito elocuente, que hablaba más de la cuenta de diversos fenómenos de acumulación: crisis de acumulación capitalista en la burguesía; acumulación de fuerza en los sectores populares con amenaza de desbordes irrefrenables, términos que nunca habrían podido reducirse a un simple antagonismo por la complejidad de las mediaciones y el dramatismo de los enfrentamientos y que prometían una ecuación de incógnitas intrincadas, difícil de develar en aquellos años. La acumulación es la cifra por excelencia del poder político, de la economía, de la fuerza, de la energía, de las cargas y descargas del cielo, de las tensiones del cuerpo, de los estados de la materia; la acumulación provoca estallido, echa a rodar corpúsculos, es violencia; se diría que esa violencia es transformación, con toda la nobleza libertaria que pueda tener esta palabra pero también, paradójicamente, habría que decir que es reaseguro, atesoramiento y preservación, a sangre y fuego, del sistema capitalista".


Tununa Mercado

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