miércoles, 4 de abril de 2007

Sacralización y Desencantamiento

Publicado originalmente en "Ciencias Sociales", Revista de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires - Nº 65, noviembre de 2006.
Las formas primarias del conocimiento del orden social: Sacralización y Desencantamiento

Edna Analía Muleras
emuleras@mail.retina.ar


Una inquietud intelectual - pero también de carácter moral y político – es el punto de partida, hace ya más de una década, de la investigación sobre la evolución de los modos en que diversas fracciones de trabajadores en Argentina, en el transcurso de la década de noventa, conciben - esto es, se representan y explican - el orden social del que dependen las chances de reproducción de sus propias condiciones de vida.

Procuraba entonces comprender, cómo y por qué , en un contexto social en el que se construían aceleradamente las condiciones de producción de la pobreza de millones de personas ( a partir de su expulsión creciente del mercado de trabajo), buena parte de los despojados , en vez de desarrollar un proceso de toma de conciencia política sobre su situación - una “conciencia de clase” - enfrentaban la adversidad con las armas provistas por una concepción sacralizada del mundo: recurrían a la protección divina de San Cayetano, el santo del Trabajo, haciendo interminables colas para ver y tocar su imagen en el santuario de Liniers, de la Capital Federal.

Desentrañar este tipo de comportamiento implicaba dilucidar cuál era la concepción del mundo que lo regía y cuáles procesos sociales lo habían originado.

Probablemente, el problema de la configuración de la concepción del mundo inherente a una formación social, nos remite a una de las batallas más antiguas del desenvolvimiento histórico de la especie humana. Se trata de una confrontación de tipo epistémico cultural: la referente al modo de explicar el origen y desenvolvimiento del orden de lo real en general, y del orden social en particular. Está claro que esta batalla no se limita a la esfera epistémico cultural pues, como señala José Luis Romero
[1], toda concepción sociocultural del mundo y su expresión en diversas formas de mentalidad y de vida, impacta directamente en las probabilidades de reproducción o crisis de un ordenamiento social dado. En tal sentido, la instalación de una cosmovisión hegemónica que aporta los contenidos culturales representativos y explicativos atribuidos al orden de lo real - como arma clave en la reproducción de un ordenamiento social – es sumamente dependiente de las chances de inhibir o limitar las condiciones productivas, constructivas o genéticas, de un conocimiento objetivo de lo real que pueda poner en riesgo su dominio epistémico cultural.

Hoy por hoy sabemos, a partir de los resultados de las investigaciones realizadas por la Escuela de Epistemología Genética en el siglo XX, que todo conocimiento es el producto resultante- siempre provisorio - de un sistema de acciones y operaciones que realizan los seres humanos para abordar y transformar el orden de lo real. Se trata de un sistema operativo que necesariamente implica una estructura teórico conceptual de asimilación del mundo, orientado a su comprensión. El contenido de las estructuras representativas y explicativas de lo real, se constituyen culturalmente, en el transcurso del desenvolvimiento histórico y social, a partir de la puesta en relación de las acciones e interrelaciones cooperativas y confrontativas de los grupos sociales.

Sin embargo, la concepción de la interrelación humana como el único proceso capaz de producir y alterar en un sentido positivo las situaciones sociales y culturales constituidas, e incluso, como fuente principal de transformación y dominio del orden natural, es una novedad relativamente tardía en la historia. Romero fecha el inicio de este cambio sociocultural, hacia el siglo XI después de Cristo, con la constitución de orden “feudo burgués”.

La revolución epistémico de profundo carácter profano y secular, que introduce la formación de la burguesía como clase, no surge en la historia por generación espontánea, sino que nace de las entrañas de la confrontación con la concepción de lo social que tempranamente visualiza la necesidad de erradicar la acción e interacción humanas propias de la experiencia sensible y racional con el orden de lo real como fuente de conocimiento. Me estoy refiriendo a la visión cristiano feudal de lo social, delineada por la Iglesia entre los siglos III y XI d.C., quien monopoliza durante varios siglos la atribución de contenidos explicativos y descriptivos de lo existente, fundándose en principios trascendentes y dogmáticos.

La limitación o erradicación de la experiencia humana sensible y racional con el mundo, como fuente de un conocimiento objetivo, demanda a la concepción cristiano feudal dos operaciones principales. Por un lado, la degradación epistémica del mundo real, sensible, terrenal, en el que se desenvuelve la acción humana y la vida social. Por el otro, y en paralelo, la invención de un mundo irreal, sobrenatural, suprahumano, atravesado por fuerzas carismáticas, al que se otorga un estatuto de verdad y esencialidad trascendentes. El cierre de la operación del mundo dividido, a partir de la invención de un orden irreal al que se asigna realidad, está dado por la construcción de una lógica causal entre ambos mundos: lo que acontece en el mundo real es explicable por la lógica del mundo irreal. Más aún, trascendiendo la dimensión representativa y adquiriendo una dimensión moral, el acontecer social humano se convierte en mero signo o instrumento ejecutor de una justicia inmanente, divina, de carácter providencial.

Lo significativo de este proceso, desde el punto de vista de los interrogantes planteados en nuestra investigación, es el hecho de que al conocimiento de la esfera de lo trascendente - al mundo verdadero y esencial - se accede, solamente a través de la “revelación”, cuya configuración cultural es monopolizada por la forma social Iglesia. Se trata de un conocimiento cuyo origen no radica en la interacción sensible, material y conceptual del hombre con el orden de lo real, sino en la “iluminación” carismática del hombre por una instancia ajena y exterior a su conciencia. La Iglesia opera como mediadora de esta iluminación, al atribuirse el monopolio de la interpretación y transmisión cultural de la inteligibilidad de lo real. La imposición dogmática de los contenidos representativos y explicativos de lo existente; o dicho de otro modo, la exteriorización ilegítima de los productos elaborados por la conciencia humana, redundan necesariamente en la reificación sacralizada del orden natural y social.

Pues bien, la epistemología genética de Piaget nos permite identificar el factor de cuya inhibición depende la posibilidad de la instalación dogmática de una cosmovisión de lo real: la acción humana en su puesta en correspondencia con otras acciones humanas, como fuente originaria de todo conocimiento. Es decir el sistema de interacciones e interrelaciones humanas, como fuente originaria de todo conocimiento. En otras palabras, en el detenimiento del desarrollo epistémico de los grupos sociales opera la constitución histórica de un inobservable: el carácter productivo, creativo, de la acción humana en su capacidad de originar y transformar, toda vida social y cultural, a partir de su interrelación con otras acciones humanas.

El largo camino histórico epistémico que va de la sacralización al desencantamiento del mundo, de la ilusión a la acción, es el largo camino de construcción de las condiciones de inteligibilidad y comprensión del carácter humano de la vida social; de la asimilación de la práctica humana como único instrumento viable para transformar situaciones sociales de vida, para confrontar condiciones tremendamente adversas.

Podría pensarse el lento peregrinar de un conjunto de trabajadores argentinos creyentes, devotos de San Cayetano, como el símbolo metafórico del largo y complejo recorrido epistémico de la especie humana en la toma de conocimiento de los factores causales de sus condiciones sociales de vida .

Desde mi perspectiva, si la investigación realizada ha dado un paso adelante, aún en su carácter de avance exploratorio, ese paso es el del registro empírico de las distintas etapas de construcción de ese recorrido epistémico, en un universo concreto de trabajadores pertenecientes a una formación social capitalista en la última década del siglo XX.

INSERTAR CUADRO

Hemos identificado en el curso de la década del noventa del siglo XX, cinco grupos de creyentes, en función de la articulación de un conjunto de indicadores de los contenidos representativos atribuidos a la divinidad, la intensidad atribuida a su poder causal de determinación de las condiciones sociales reproductivas, y las acciones sacralizadas mágico religiosas implementadas en el santuario a los fines de incidir en sus designios. Este hecho, desde nuestra perspectiva, indica que la concepción del orden social no es un estado de la conciencia, sino un proceso evolutivo en permanente construcción, que procede por etapas, en cada una de las diversas dimensiones de la representación y la causalidad.



NOTAS

[1] “La Revolución burguesa en el mundo feudal”, Prólogo, p. 14, Siglo XXI Editores, México, 1989.

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