viernes, 6 de abril de 2007

Sobre "Los Hechos Armados"

Palabras de Roberto Jacoby en la reunión pública de presentación del libro “Los hechos armados” de Juan Carlos Marín (c.1984).

“Bueno, pienso que sería interesante tratar de imaginar, a una especie de Arqueólogo del saber dentro de digamos cien años, se propusiera observar el desarrollo de las Ciencias Sociales de la época actual, de manera similar a como se analiza hay el de la Medicina o el de la Química, de los Siglos XV en adelante. Probablemente éste estudioso se preguntaría, en primer término, por qué razón, ciertos fenómenos de tremenda importancia, como las guerras y revoluciones políticas y sociales, que comprometen enormes porciones del producto social e implican la destrucción de la vida humana en gran escala, que encuentran un lugar gigantesco en los discursos de los políticos y estadistas, en los medios masivos de información, tanto en su mensaje de ficción como en los que se supone denotan la realidad, encuentran, en cambio, tan poco espacio en la reflexión académica.

Enseguida, a estos hombres, le llamaría la atención, el que por lo general, los modelos de reflexión, el instrumental conceptual de los científicos, no se diferenciaba mucho del utilizado por el discurso de los políticos y los medios masivos. Después le resultaría muy curioso que en estos discursos, predominaran nociones mistificadas que le parecerían análogas a la idea del flogisto, en la química clásica, o a la de los humores y calores en la medicina clásica.

Encontrarían, por ejemplo, que las referencias a todo un campo de fenómenos, señaladas con un impreciso nominalismo como: “violencia”, “subversión”, “guerra”, “terrorismo”, “delincuencia”, etc.; estaban recubiertas de metáforas médicas. Verían que la Sociedad se imaginaba como un cuerpo y sus procesos y relaciones conflictivas como enfermedades. La llamada violencia la concebía como un virus, como un cáncer, y sobretodo como demencia. Es decir, que se remitía éste topo de fenómenos sociales, a modelos analíticos de áreas de la Ciencia, más bien oscuros ya que se trata de males acerca de los cuales es poco lo que se sabe. Males, por otra parte, encarna la idea del mal, y que no señalan la impotencia de la razón.

Más aún, observaría la persistencia de retóricas todavía más antiguas, como la metaforización de los conflictos políticos-sociales, a través de las imágenes de lo demoníaco. Se trataría de una lucha entre Dios y el Diablo. Del mal encarnado.

Inmediatamente, podría reflexionar también, acerca de las conexiones que se establecían en los Siglos anteriores entre las enfermedades misteriosas como la peste y lo demoníaco, o entre la locura y la posesión satánica, entre ciertos movimientos Sociales y Culturales contra el orden Feudal-Medieval y lo diabólico.

Pensaría, probablemente, en que todo tipo de prácticas, como la quema de supuestas brujas, los tormentos aplicados a los calificados de locos, y procedimientos similares destinados a actuar sobre los considerados enemigos del régimen social y político, habían encontrado su justificación en ese tipo de teorías primitivas.

Desde otro punto de vista, le resultaría llamativo que la reflexión acerca de ésta temática utilizara en muy escasa medida las técnicas de cuantificación y análisis que se aplicaban sistemáticamente en casi todas las áreas de la vida social.

Muy probablemente, éste Señor, hipotetizaría la existencia de alguna relación entre las cuestiones bajo estudio, y los rudimentarios sistemas de conocimiento aplicados a éstos temas. Sistemas de conocimiento atrasados respecto de los instrumentos existentes y que llevan a una multitud de afirmaciones arbitrarias, sin fundamentación, y que por lo tanto se anulaban unas a otras sin permitir un avance serio del conocimiento.

Tal vez, éste hombre, analizaría este conjunto de deficiencias en el sistema del conocimiento, y postularía la existencia de una obstrucción intelectual. Quizás opinaría que la atribución de irracionalidad a ciertos fenómenos sociales, espejaba, en verdad, el irracionalismo en los sistemas de conocimiento de esos fenómenos.

Probablemente buscaría la relación entre el efecto del miedo y la obstrucción del juicio, entre el terror y el error.

Tal vez, trataría de ahondar en la función de las Ciencias Sociales, respecto de los conflictos producidos por la crisis de un modo de producción y de vida, análogo al de la crisis del mundo feudal, aunque de proporciones más universales.

Reflexiones, como la de éste eventual Arqueólogo del porvenir, creo que se encuentran explícitas o implícitas en el libro de Marín. Y facilitan, a mi modo de ver, una entrada al trabajo.
Creo, que desde ésta perspectiva, el libro aparece como un discurso infrecuente en varios niveles, y que para tratarlos, convendría seguir un camino de aproximaciones sucesivas desde lo general a lo particular. Pienso que puede haber una tentación, un poco improductiva, a apurar el trago, enfilando de una manera demasiado directa a sus conclusiones, a sus resultados, perdiendo de vista los significados, muy enriquecedores que podríamos encontrara en las condiciones y procesos de su producción.

Desde el título, se invita a compartir un ejercicio, al que habría que acompañar en sus distintos pasos.

Dije que estamos ante un discurso raro, porque habla de algo que no se quiere hablar, y porque organiza el campo de la reflexión, de una relación entre el momento teórico y el momento empírico del conocimiento. Después, porque asume ésta tarea con los instrumentos teóricos del Materialismo Histórico, y esto tiene en sí, varias consecuencias. En principio significa un programa, un esfuerzo orientado a lograr el contenido empírico más preciso a los conceptos de la teoría de la lucha de clases.

Como el propio Marín señala en alguna parte, la noción de la lucha de clases, ha sufrido un largo período de vaciamiento y cristalización, simplificando, podría decirse, que las tendencias teóricas dominantes. Han abstraído la cuestión de las clases cuando se trataba de analizar un conflicto social. O bien, abstraían la concepción de la lucha cuando trataban de estudiar las clases.

Desde la perspectiva de Marín, lucha de clases es un concepto inescindible, en la medida en que considera que el proceso de constitución de las clases, es precisamente, un proceso de luchas y que, el significado de toda lucha, debe leerse en sus consecuencias sobre la formación histórica de las clases.

Es evidente que Marín ha logrado construir un tipo de medición más precisa, más fina para un momento en que la lucha de clases adquiere carácter armado. Esto sólo basta para señalar un carácter progresivo, puesto que toda ciencia avanza en la dirección del perfeccionamiento de sus instrumentos de medición. Pero como sabemos, todo instrumento de medición, es la materialización consciente o inconsciente de una teoría. Cuando, como en éste caso, la construcción de las condiciones de medición se desprende de una elaboración bien pensada, nos encontramos que se ha producido, efectivamente, un desarrollo de la teoría al que debería prestar mucha atención, porque tal vez no se haga inmediatamente visible. Se observa una indudable “marca Durkheim” en el estilo de la investigación de los hechos armados. Pero me parece que la familiaridad excede el aspecto técnico. En un sentido más profundo podría pensarse que así como Durkheim enfrentó una cuestión como el suicidio, que en su época era considerado un fenómeno del campo de la subjetividad, convirtiéndolo en un hecho social, Marín hace aparecer los hechos armados, como indicadores de un estado de la sociedad, indicadores de un momento de la lucha de clases, más allá de la conciencia que sus actores tuvieran respecto de los actos que protagonizaban.

El significado emocionalmente intenso que el indicador estudiado por Marín en este trabajo tiene para los argentinos, puede hacer perder de vista, las cuestiones de método, creo que vale la pena observar que no es la primera vez que Marín encara éste tipo de enfoque, recordemos que hace más de diez años, en su trabajo acerca de las tomas de tierra en Chile, él avanzó con una perspectiva similar, aunque con una temática menos cargada para nosotros.

El estilo durkheniano es visible también en la forma en que prolijamente, discute con las tesis, general y oscuramente aceptadas, acerca del proceso político argentino de los últimos años. Con ello da comienzo a la polémica, en un terreno donde hasta ahora ha imperado el monólogo.

El significado de ésta apertura reflexiva guarda estrecha relación con el tema estudiado en su realidad más material.

La doctrina de las fuerzas, que oficialmente y extraoficialmente, han dominado la escena nacional, hasta la actualidad, sostienen que la guerra moderna se libra en el espacio de las mentes y que su objetivo es la conquista de la voluntad.

Pero esta meta, no puede obtenerse exclusivamente por medio de la censura, ya que el pensamiento no puede anularse por Decreto, la única forma eficaz de lograrlo es la de inducir cierto tipo de lectura de la realidad, cierto código de lectura, cierta programación de los instrumentos de observación y análisis que construya en nosotros mismos el discurso del otro.

De este modo la “realidad” (entre comillas), se nos aparece a través de la repetición de algunas fórmulas que se fundan en parcializaciones, generalizaciones o falsas conexiones entre los fenómenos.

El libro de Marín, trata del desencantamiento de éstas fórmulas, y demuestra que la lectura del mundo, que se nos propone habitualmente, el mundo como manicomio, como barco de dementes, puede ser reemplazada. Que es posible saber y que necesitamos saber más.”

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